Son las nueve de la mañana y en la puerta de la clínica Dator, uno de los centros que practica interrupciones voluntarias del embarazo más reconocidos de Madrid, ya hay un pequeño grupo de personas agolpadas en la puerta. Es 28 de diciembre, día de los Santos Inocentes, una de las fechas señaladas para los grupos ultra que semanalmente acuden a las puertas de clínicas de varias ciudades de toda España para clamar contra el aborto y hostigar al personal y a las mujeres que acuden.
En la puerta de Dator, unas quince personas, entre ellas un niño de no más de doce años, hacen visibles folletos con caras de bebés y pequeños fetos de juguete. Las mujeres y parejas que entran y salen de la clínica se cruzan cara a cara, a pocos centímetros, con el grupo. En la pared de enfrente y en la acera, dos pintadas de esa misma mañana que el personal de mantenimiento se ha esforzado por borrar: “Aborto asesinato” en el primer caso, “Aquí se matan niños”, en el segundo, con flechas que apuntan al centro médico.
“Es una obstrucción a que las mujeres puedan ejercer su derecho a decidir, un derecho que es parte de la cartera de la sanidad pública. Las mujeres que acuden aquí lo hacen derivadas de la sanidad pública. La Comunidad de Madrid debería velar por qué les sucede a sus pacientes”, dice Sonia Lamas, una de las trabajadoras de la clínica. El acecho es constante, diario. “Van cambiando los grupos. De lunes a viernes hay tres o cuatro personas durante varias horas en mañana y tarde. Vienen, abordan a las mujeres, les entregan folletos.
A veces les siguen hasta el metro, les dicen que si no saben lo que han hecho, que han cometido un asesinato“, señala. Los sábados, un grupo más numeroso acude con vehículo similar a una ambulancia, y ofrecen a las mujeres hacerles una ecografía para escuchar los latidos del feto. ”Algunas mujeres han entrado y no han vuelto a la clínica. Hay que respetar la decisión de cada mujer, pero esa no es la forma de informar“. 40 días antes de la Semana Santa, una grupo de personas se junta cada mañana para rezar ante la clínica.
Las reacciones de las mujeres que acuden al centro son de todo tipo. Algunas, explica la profesional, llegan muy alteradas, en un estado poco aconsejable para practicarles una intervención. Otras piden que la clínica avise a la policía e incluso interponen una denuncia. “Nosotras también denunciamos, pero no suelen llegar a ningún sitio. Hoy cuando se vaya el grupo iremos al juzgado de guardia para intentarlo por esa vía”, cuenta Sonia Lamas. Durante la mañana, la clínica llama en varias ocasiones a la policía para alertar de que el grupo está obstruyendo el paso e incordiando. Varios agentes se personan, advierten al grupo, identifican a algunos de ellos. El grupo resiste y la policía va y viene durante toda la mañana.
Sonia recuerda el caso de una pareja que acudió para practicar un aborto porque el feto tenía malformaciones. El hombre, ya dentro del edificio y al seguir escuchando el follón que el grupo hacía en la calle, estuvo a punto de bajar para increparles. “Le calmamos y le dijimos que no era la manera, pero imagínate tener que venir y encontrarte algo así. A otra mujer, hace poco, la siguieron hasta el metro y nos llamó porque lo estaba pasando fatal. Le dijimos que volviera a la clínica y aquí llamó a la policía”.
Un informe de la Asociación de Clínicas Acreditadas para la Interrupción del Embarazo (ACAI) elaboró este septiembre un informe en el que aportaba entrevistas a 300 mujeres que habían pasado por los centros de varias ciudades para mostrar “el hostigamiento” de estos grupos. “Miles de mujeres se han visto increpadas, insultadas, coaccionadas o amenazadas de algún modo”, decía ACAI.
Falsas advertencias
No solo este 28 de diciembre quien acudía a la clínica Emece de Barcelona se encontraba con activistas en contra del aborto. Cada martes y cada viernes un grupo de mujeres se concentra a escasos metros del 37 de la calle Anglí, donde está el centro médico, para repartir folletos en los que ofrecen una supuesta ayuda para no interrumpir el embarazo. “Eres importante, estás llena de vida”, reza el panfleto, en el que aportan un número de teléfono al que llamar para conseguir “servicios gratuitos” como casas o pisos de acogida o “asistencia material” para los hijos.
“Nadie tiene derecho a decidir sobre la vida de otro”, se limita a afirmar una de las tres mujeres que repartía folletos este viernes, Ana, que se niega a hacer más declaraciones a este medio. Asegura con todo que lo único que hacen es informar a los que acuden a la clínica, rechazando que puedan intimidar o amedrentar a las pacientes.
Sin embargo, algunas de las advertencias que hacen en su octavilla sí pueden condicionarlas. Por ejemplo, la primera consecuencia que destacan del aborto inducido es una “relación directa con el cáncer de mama”, una vinculación descartada por varios estudios científicos hace años. Entre los efectos del aborto mezclan además falsedades –como la del cáncer– con consecuencias que no son físicas ni psicológicas, como la “separación y ruptura”, la “aversión hacia la pareja” o la “culpabilidad o frustración del instinto maternal”. También incluyen algunas complicaciones físicas reales, como las infecciones, al lado de otras de muy baja probabilidad, como puede ser la perforación del útero.
Este grupo de mujeres, que asegura que no pertenece a ninguna asociación aunque el panfleto está titulado “Red de apoyo a embarazadas” y tiene un número de teléfono para interesados, suele llevar a cabo su actividad de propaganda antiaborto entre las 9 y las 10.30 horas. Este viernes, las entradas y salidas de la clínica eran muy reducidas.
Referencias al Holocausto
Las situaciones de acoso son habituales frente a la clínica Ginecenter, en Málaga. Desde hace años, un grupo reducido de tres o cuatro personas se coloca frente a la puerta con carteles con referencias al Holocausto. Allí reparten panfletos con imágenes de fetos en avanzado estado de gestación o donde se leen consignas como estas: “El aborto es un INFIERNO para toda la vida”. “El aborto, holocausto a Satanás”. Las trabajadoras de Ginecenter esperaban que la situación se repitiera este viernes, pero los antiabortistas no han aparecido.
“Con nosotras suelen ser bastante agresivos. A mí me han gritado asesina. También reparten patucos y acosan a las mujeres, y estoy segura de que la mancha de la puerta la han hecho ellos”, explica una trabajadora. La mancha a la que se refiere es roja, y está justo frente a la puerta de la clínica. Su director, Alberto Stolzemburg, asegura que el acoso es un “ritual” que se repite dos o tres veces por semana, generalmente los días en los que se programan las intervenciones. En Cuaresma, el grado aumenta.
“Cuando hemos llamado a la policía lo único que ocurre es que se tienen que alejar un poco, y no ponerse en la entrada como suelen hacer. Se van a la acera de enfrente”, explica el doctor. La clínica interpuso dos denuncias ante los juzgados de guardia en septiembre de 2014 y nunca recibió respuesta, según Stolzemburg, quien se reunió con el anterior subdelegado del Gobierno y con personal del ayuntamiento, en varias ocasiones. Hasta tres mociones se han aprobado en Pleno condenando el acoso, sin efectividad real. “Creo que la forma más eficaz de que esto cambie es que las mujeres pongan la denuncia”.
Según el doctor, esto sólo ha ocurrido una vez, y desconoce el resultado. En esa denuncia, la mujer aseguraba que los antiabortistas le bloquearon la entrada y le dijeron que “iba a matar” a su hijo. También explicaba que a la Policía “lo que les interesa es identificar a quien está siendo coaccionado en lugar de detener al acosador”, y que sufrió un ataque de angustia y estrés fruto de la “intimidación, coacciones y acoso”.
En Albacete, cada miércoles
En el caso de la clínica Iris, en Albacete, la presencia de mujeres pertenecientes a la Red Madre, un colectivo antielección, es semanal. Desde hace 2 años y 9 meses, todos los miércoles, entre las 16:30 y las 17:00 horas se acercan a las inmediaciones del centro, el único acreditado en Albacete para practicar abortos de forma legal, con rosarios e imágenes de fetos, y se acercan a las mujeres que tienen cita ese día.
Se colocan enfrente y cuando ven a alguna mujer que va a entrar en la clínica se acercan a ella cortándole el paso, presionándola moralmente“. Lo cuenta Lola Gómez, que fue trabajadora en la Clínica Iris años atrás y pertenece, a su vez, a la Red Feminista de Albacete, colectivo que lleva años exigiendo a las administraciones (locales y nacionales) que tomen medidas para evitar que estas ”coacciones“ se sigan dando.
Ellas aluden a su derecho a la libertad de expresión e insisten en que lo único que hacen es informar a las mujeres“, dice Gómez. Pero lo cierto es que existe un protocolo, tal y como marca la Ley de Salud Sexual y Reproductiva y de la interrupción voluntaria del embarazo, que establece claramente desde donde se debe informar a las mujeres que solicitan abortar. La presencia de estas mujeres, a las que alguna vez han acompañado monjas y hasta menores de edad, también se ha saldado con ”intimidaciones y agresiones a los trabajadores“, tal y como cuenta Lola Gómez.
Una de estos episodios violentos lo sufrió el apoderado de la clínica, Eduardo Pin, que decidió denunciar. En la denuncia, Pin aduce agresiones y vejaciones argumentando que le agredieron con un empujón a la vez que le llamaban asesino, algo que el juzgado desestimó porque las testigos no refieren la palabra empujón en sus declaraciones .