El tercer verano de la pandemia ha comenzado, aunque estas serán unas vacaciones muy normales para la mayoría de la gente. El colapso que preocupe a los viajeros estará más en los aeropuertos, no en los hospitales. Las olas capaces de arruinar sus planes serán las de calor. Vuelven los grandes festivales de música y los sanfermines. Sin embargo, ahora y siempre, el coronavirus sigue aquí. Tras varias falsas alarmas en lo que va de año, una clara séptima ola llegó y ha devuelto a la COVID-19 parte del protagonismo perdido en los últimos meses. Una vez más queremos saber lo que el SARS-CoV-2 nos tiene preparados. Por primera vez, nos embiste en ausencia de medidas profilácticas.
“Hay muchísima transmisión. Tanta o más que en plena sexta ola”, asegura a elDiario.es el investigador de FISABIO Salvador Peiró. “No sé si nos contagiaremos todos, pero casi”. Considera que la eliminación de medidas de distanciamiento social y el retorno de las aglomeraciones hará que la séptima sea una ola “muy rápida” que “empezará a bajar en pocas semanas por agotamiento de susceptibles”. De hecho, los últimos datos notificados este viernes muestran un descenso de la incidencia en mayores de 60 y de las hospitalizaciones por primera vez desde principios de junio.
De momento, los ingresos en UCI siguen en mínimos. “Para la transmisión existente hay muy poca hospitalización y menos UCI”, tranquiliza Peiró, que piensa que estas últimas se han “desacoplado un tanto” del resto de ingresos. Las personas hospitalizadas por COVID-19 “están en promedio menos graves, con menos neumonías, menos cuadros de inflamación pulmonar y menos necesidad de respiradores”. Sin embargo, recuerda que “muchísimos contagios acaban por dar bastante hospitalización”. Este nuevo empujón de infecciones tiene características propias:
1. Ingresos incidentales y falta de datos
Comparar datos, países y oleadas no ha sido fácil –o siquiera posible– desde el comienzo de la pandemia. Y, aun así, cada vez resulta menos sencillo. A la ausencia de datos se suma el hecho de que las altas incidencias cada vez repercuten menos en el sistema sanitario, y que las hospitalizaciones incidentales –aquellas en las que el motivo principal del ingreso no es la COVID-19– representan un porcentaje mayor. Medirlas no es sencillo, pero banalizarlas es un error.
Peiró explica que, en los hospitales valencianos de los que dispone de datos, las hospitalizaciones incidentales representan “entre el 40 y el 60%” del total desde hace un par de meses. Asegura que el hecho de que ya no se suspendan algunas cirugías a pesar del positivo en SARS-CoV-2 ha aumentado ese porcentaje.
El coronavirus siempre incordia: ocupa muchas camas por los aislamientos y las áreas COVID, bloquea ingresos de otros pacientes, complica aspectos organizativos...
Estas cifras son buenas noticias, pero también necesitan ser matizadas. Peiró aclara que las hospitalizaciones incidentales son algo “muy subjetivo” por la falta de una definición clara. También recuerda que el coronavirus “siempre incordia”, aunque no sea el protagonista principal. “Ocupa muchas camas por los aislamientos y las áreas COVID, bloquea ingresos de otros pacientes, complica aspectos organizativos. Incluso los casos más leves complican la actividad diaria en primaria y en urgencias”. Esto sin olvidar que el SARS-CoV-2 puede empeorar el cuadro de una persona vulnerable aunque este no haya sido el motivo de su ingreso.
Aunque la falta de datos de incidencia ha sido criticada, Peiró cree que lo que falta es la información que de verdad importa para adoptar o no medidas. “Ya nos hacemos una idea de la transmisión aunque no tengamos el dato exacto, pero sorprende que reportemos cada tres días datos de muy poco valor para la toma de decisiones y apenas sepamos sobre la gravedad de los casos, su edad o la mortalidad —que también tiene mucha incidental—, y que son clave para la toma de decisiones”.
2. BA.2, BA.4, BA.2.75... ¿Es hora de volver a las letras griegas?
Hasta finales de 2021 las variantes del SARS-CoV-2 nos amargaron la vida, pero al menos resultaba sencillo situarse. “Variante británica” –luego alfa–, beta, delta… Y entonces llegó ómicron. Este último linaje dificultó la comunicación al subdividirse a su vez en BA.1, BA.2, BA.4, BA.5, BA.2.75… Y el público dejó de prestar atención.
La Organización Mundial de la Salud explica que la ómicron original era una variante de preocupación (VOC), por lo que todos los linajes descendientes de esta también lo son. Sin embargo, existe la duda de si deberían utilizarse nuevas letras griegas o nombres, aunque sea para conseguir una comunicación más sencilla para el público.
“No creo que sea necesario todavía que se le dé una letra griega nueva, porque los árboles filogenéticos, aunque hacen su propio grupo porque tienen diferencias, están todavía dentro del gran grupo de las ómicron”, explica la viróloga del Centro Nacional de Microbiología María Iglesias. “Creo que todavía pueden seguir siendo ómicron y, de hecho, lo son”.
De momento, en España las variantes que más circulan son la BA.2 –en retroceso– y las BA.4 y BA.5 –según la comunidad autónoma–. Iglesias explica que estos son los linajes a los que hay que prestar atención, pero “sin ninguna alarma especial” por parte del público. “Como siempre, los que nos dedicamos a la vigilancia tenemos que seguir caracterizando y monitorizando los linajes que circulan como nuestra rutina normal, por si surge algo muy relevante, pero de momento las vacunas mantienen su efectividad con casos graves”, dice.
A esta situación hay que añadir la variante BA.2.75, que ha recibido gran atención mediática a pesar de que apenas se ha encontrado –de momento– fuera de la India y de que no está claro que pueda imponerse a la dominante BA.5. El motivo resulta casi cómico: un tuitero español dio con un nombre pegadizo, “centaurus”, capaz de acaparar titulares de prensa.
Iglesias pide calma y paciencia debido a la falta de datos alrededor de BA.2.75. “Tiene una espícula con cierto impacto que puede resultar interesante de vigilar, pero todavía tenemos que ver cómo evoluciona a nivel de transmisión y circulación dentro de la comunidad”. España, de momento, no ha visto esta variante en sus fronteras. “Centaurus”, como ya pasara con otros nombres no oficiales de variantes como “el diablo”, “deltacrón” y “delta plus”, tiene el márketing de su parte, pero falta por ver si también logra el éxito biológico.
3. El virus más contagioso de la historia, otra vez
En los últimos días diversos medios han bautizado a las variantes BA.4 y BA.5 como “los virus más contagiosos conocidos por el hombre”. Se trata de un título que, de una forma u otra, ya compartieron BA.2, la ómicron original e incluso delta. ¿Es posible que cada nueva variante sea más transmisible que la anterior? Si no dejan de surgir nuevas variantes, ¿seguirá el SARS-CoV-2 batiendo este récord para siempre?
El origen de esta malinterpretación reside en un artículo en el que un investigador calculaba que la R0 –número medio de casos que produce cada infectado– era de más de 18. “Nos hemos cargado la R0 a base de mala ciencia”, criticaba el epidemiólogo Adrián Aginagalde en Twitter. Uno de los motivos es que este famoso número se utiliza en poblaciones sin inmunidad previa, por lo que resulta difícil de aplicar en 2022 cuando la mayor parte de la gente se ha vacunado, infectado o ambas.
“Solo porque algo tenga un 50% de ‘ventaja de crecimiento’ en una población no significa que sea un 50% más ‘transmisible’”, explicaba en Twitter la bioestadística de la Universidad Emory (EE. UU.) Natalie Dean. Y la clave: “Parte o la mayoría de esa ventaja podría venir de la evasión inmunitaria”.
Todos los virus evolucionan a la par que los sistemas inmunitarios de sus huéspedes en una carrera armamentística sin final. Cada variante de SARS-CoV-2 ganadora sigue el mismo ciclo: aumenta en número, se impone a las demás y, finalmente, empieza su declive mientras es sustituida por la siguiente.
En este proceso la inmunidad poblacional es uno de los factores que juegan un papel importante. Por eso las variantes no compiten en igualdad de condiciones: cuando una versión ‘joven’ y nueva aparece, la anterior ya es ‘vieja’, ha acumulado mutaciones negativas y peleado contra los sistemas inmunitarios de buena parte de la población. El combate no es justo y la nueva versión se impone. En realidad, no sabemos qué habría pasado si ambas se hubieran visto las caras a la vez durante su juventud.
Como resultado, no es posible concluir que cada nueva variante sea más contagiosa per se que la anterior, solo que tiene ventaja en un momento y contexto determinados. De lo contrario, en unos cuantos años la variante omega sería cientos de veces más contagiosa que ómicron y el coronavirus batiría, por enésima vez consecutiva, el récord de virus más contagioso de la historia.
4. ¿El retorno de las mascarillas obligatorias?
Epidemiólogos, médicos, inmunólogos e incluso ingenieros han sido consultados a lo largo de la pandemia sobre las mascarillas. Sabemos que funcionan, pero también que las decisiones sobre salud pública deben tomarse en un contexto sociopolítico que va más allá de los artículos científicos, los papers. Hoy las mascarillas se recomiendan en interiores y aglomeraciones, pero ¿podrían volver a ser obligatorias en pleno 2022?
Reintroducir la mascarilla [obligatoria] sería posible, pero tendría que verse una situación de altísimo riesgo, porque en caso contrario viviríamos en el mundo de la picaresca y las excepciones
“Las mascarillas han sido la medida protectora más aceptada por los españoles, menos problemática y más consentida, quizá por ser menos invasiva y costosa”, explica el sociólogo de la Universidad Complutense de Madrid Igor Sádaba citando datos de 2020. Considera que “al no requerir tanto esfuerzo” se extendieron mucho, al entenderse como una “posibilidad de autoprotección y de solidaridad cívica con los demás”.
Esto, sin embargo, era en 2020. “La pandemia y las medidas han provocado cansancio, agotamiento, fatiga mental y social extraordinaria. No estábamos acostumbrados a esto, que no había pasado nunca y también hemos normalizado el virus y mucha gente cree que estas medidas no son necesarias por muy recomendables que sean”, continúa Sádaba. Considera que las normas de uso “caóticas” no han ayudado a que la población entendiera el uso de las mascarillas.
Por ese motivo, el sociólogo ve difícil que vuelva la obligatoriedad en lo que resta de pandemia. “En mi opinión, reintroducir la mascarilla [obligatoria] sería posible, pero tendría que verse una situación de altísimo riesgo, porque en caso contrario viviríamos en el mundo de la picaresca y las excepciones”, opina. Mientras las vacunas sigan funcionando y alejen a los más vulnerables de la UCI, es poco probable que se alcance este escenario.
¿Significa esto que podemos olvidarnos de la COVID-19? “Hay una desconexión en la percepción del riesgo que supone la COVID-19 entre la comunidad científica, los líderes políticos y el público general”, decía el comité de la OMS que ha decidido mantener la emergencia de salud pública de importancia internacional. La pandemia todavía no ha terminado, pero todos esperan que pronto nos dé vacaciones hasta que vuelva el frío.