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ANÁLISIS

Hablar para combatir el miedo: la premisa es la palabra, no tanto la denuncia

14 de noviembre de 2024 22:41 h

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“Nunca dejaremos de tener miedo a la visibilidad, a la fría luz del escrutinio y, quizá, a ser juzgadas, a experimentar dolor, a la muerte. Pero ya hemos pasado por todas esas cosas, a excepción de la muerte, y lo hemos hecho en silencio. En todo momento me recuerdo a mí misma que aun si hubiese nacido muda, o hubiera mantenido un juramento de silencio de por vida para sentirme más segura, habría sufrido de todas maneras y pese a todo moriría”. En diciembre de 1977, la feminista negra y lesbiana Audre Lorde impartió una conferencia en la que hablaba de la transformación del silencio “en lenguaje y acción”.

A Lorde, que murió en 1992, le hubiera gustado asistir a la última década: su texto, una explicación de lo funcional que es el silencio para los sistemas de opresión y, al mismo tiempo, una reivindicación de la palabra como motor del cambio, bien podría ser la descripción de estos años en los que el silencio de las mujeres se ha roto como nunca. Esa conferencia está ahora recopilada en el libro Hermana otra (Editorial Horas y Horas).

El caso Errejón ha propiciado otro repunte de la palabra. Los testimonios de varias mujeres sobre los comportamientos ejercidos por el exdiputado, y su dimisión, rodeada de un gran revuelo social y político, han movido el avispero en el que muchas, muchísimas, guardan las historias de machismo, acoso y agresión que han acumulado.

La ruptura del silencio es una de las características que definen lo que algunas han descrito como cuarta ola feminista. El 5 de octubre de 2017, el New York Times publicaba una contundente historia en la que acusaba a un poderoso productor de Hollywood, Harvey Weinstein, de acoso y abuso sexual a decenas de actrices.

Hablar, romper el silencio, es un mecanismo para que, como ha subrayado Gisèle Pelicot estas semanas, la vergüenza cambie de bando, y la sociedad ya no pueda evitar la conversación sobre el machismo y la violencia sexual

Mujeres de todo el mundo se lanzaron a compartir sus propias historias bajo el hashtag #MeToo, pero hubo otros, desde #MiPrimerAcoso hasta el #Cuéntalo. En España, el caso de 'la manada' funcionó también como catalizador de cientos de testimonios. Iniciativas como los blogs EverydaySexism, Micromachismos u organizaciones que empezaron a denunciar el acoso callejero en decenas de países, como Hollaback!, canalizaron testimonios y estimularon la conversación pública. Lo mismo sucedió con el #SeAcabó, iniciado por las jugadoras de la selección femenina de fútbol y que prendió otra vez la mecha.

La palabra

La premisa no es la denuncia, entendida como un dispositivo judicial, sino la palabra: las mujeres se han cansado de guardar silencio sobre experiencias y agresiones. Hablar es la manera de romper con la culpa y también con la idea de que lo que nos pasa es excepcional para señalar que estamos ante algo estructural que solo podemos combatir colectivamente. Hablar, romper el silencio, es un mecanismo para que, como ha subrayado Gisèle Pelicot estas semanas, la vergüenza cambie de bando, y la sociedad ya no pueda evitar la conversación sobre el machismo y la violencia sexual.

La periodista Cristina Fallarás publica esta semana No publiques mi nombre (Editorial Siglo XXI), una recopilación de algunos de los miles de testimonios que han llegado a su cuenta de Instagram en el último año y medio. De esa cuenta salió la historia que señalaba a un político que resultó ser Íñigo Errejón y que, al ser interpelado, renunció a todos sus cargos políticos. Fallarás aseguraba este miércoles en la presentación que el ánimo de los testimonios que recibe raramente es “punitivista o judicial”. Las mujeres acuden a su canal, afirma, como un vehículo para canalizar historias que pueden servir a otras para identificarse y romper sus propios silencios.

“Las redes nos prestan un espacio de construcción de memoria colectiva”, dice la periodista, que señala que la publicación de testimonios –“que no denuncias”– no es periodismo sino la construcción de esa memoria testimonial sobre “qué consideramos que es violencia machista, sea punible o no”.

En el origen de nuestro silencio, cada una de nosotras pinta el rostro de su propio miedo: a ser menospreciadas, censuradas, juzgadas, reconocidas, desafiadas, aniquiliadas...

Desde el caso Errejón han aparecido perfiles en redes sociales que reciben y publican testimonios sobre el sector editorial o de la publicidad, que se suman a otros que ya existían y que hablaban, por ejemplo, del mundo de la música. Hay quien se ha unido para compilar las historias de mujeres de una ciudad o de una comunidad autónoma. En el caso de la ciudad de Granada, los testimonios que se acumularon contra los cantantes de rap Ayax y Prok –que luego se completaron con los de dos exparejas de los artistas– han provocado el abandono de su mánager y la cancelación de un concierto previsto en el WiZink Center.

El debate sobre las consecuencias de esas publicaciones viene después. La ruptura colectiva del silencio de la última década tiene más que ver con el desahogo y la visibilización, con el echarle un pulso al miedo a hablar, que con la búsqueda de castigos penales, aunque al final sean estos los que más protagonismo toman. Eso convive con señalamientos concretos, con la necesidad de reparar el daño sufrido, con la dificultad de saber qué hacemos con todo esto, y con debates sobre cómo deben convivir los testimonios, las denuncias, los canales para exigir responsabilidades cuando toque y las garantías para todo el mundo.

Pero para todo eso no hace falta desacreditar el fenómeno de la ruptura del silencio y lo que supone la revelación masiva de las vivencias que quisieron hacernos pasar por 'lo normal'. “En el origen de nuestro silencio, cada una de nosotras pinta el rostro de su propio miedo: a ser menospreciadas, censuradas, juzgadas, reconocidas, desafiadas, aniquiladas (...)”, describe Audre Lorde en su texto, que incluye una frase muy citada en los últimos tiempos: “Tu silencio no te protegerá”.