Cada vez que aparece un nuevo virus capaz de provocar epidemias en el ser humano, multitud de cuestiones asaltan a los investigadores: ¿Cuál es su letalidad y su capacidad para transmitirse a otros individuos? ¿Cuánto tiempo sobrevive en superficies? ¿Pueden provocar contagios las personas asintomáticas con el virus?... Con la aparición del virus SARS-CoV-2 el pasado diciembre, estas preguntas volvieron a colocarse de forma prioritaria sobre el tapete de la ciencia.
A priori, que el nuevo coronavirus comparta un 80% de su genoma con el virus SARS (Síndrome respiratorio agudo grave) facilita las cosas a la hora de predecir y estudiar las características del virus, al tener como referencia uno similar ya conocido. Al fin y al cabo, es el genoma el que marca cómo se comporta un virus a la hora de transmitirse y provocar enfermedades. Sin embargo, los científicos están descubriendo importantes diferencias entre el SARS-CoV-2 y el virus SARS. Por un lado, la letalidad del SARS-CoV-2 (2-3%) es más baja que la del SARS (9,6%). Por otro, el R0 (a cuántas personas puede transmitir el virus una persona infectada) del SARS-CoV-2 se encuentra entre 1,4 y 2,5 (valores provisionales a falta de más estudios), mientras que el R0 del SARS era de 2-5.
En comparación con los virus estacionales de la gripe, el nuevo coronavirus es ligeramente más contagioso y letal. No obstante, más allá de la letalidad del nuevo coronavirus y su capacidad general para transmitirse entre personas, son numerosos los detalles que siguen siendo aún un misterio para los científicos. A continuación, destacamos cinco rasgos del COVID-19 que están aún bajo investigación:
1. ¿Cuál es el papel de la transmisión oro-fecal en la epidemia?
El 15 de febrero, investigadores del Centro de Control de Enfermedades (CDC) en China publicaron un artículo en el que explicaban que habían aislado virus funcionales de muestras de heces de pacientes infectados con el COVID-19. Este estudio se suma a otros que confirman el potencial de este virus para transmitirse no solo por la vía respiratoria, sino también por la vía fecal-oral. Este hallazgo, no se trata, ni mucho menos, de una sorpresa inesperada. Durante la pasada epidemia de SARS, en el año 2003, también se detectó que este virus SARS podía transmitirse por esta ruta menos habitual.
Aunque la principal forma de transmisión del COVID-19 sea la respiratoria (gotitas con virus en el aire) y por el contacto con superficies contaminadas por secreciones de la boca y la nariz, no hay que subestimar la vía fecal-oral, especialmente en entornos con déficit de higiene. Si restos de heces contaminan las manos y de ahí, por contacto, pasan a la comida y bebida, podrían producirse más infecciones de las que esperaríamos en un primer momento. De hecho, los investigadores del CDC chino apuntan a que esta vía de contagio fecal-oral podría explicar la rápida expansión del virus.
Sin embargo, hasta qué punto está contribuyendo la vía fecal-oral a la expansión de la epidemia en China y de qué manera es algo que se desconoce. Que el coronavirus esté presente en las heces no implica directamente que se esté transmitiendo a partir de ellas. En cualquier caso, sí se está planteando que quizás este factor esté ayudando a la diseminación del virus en cruceros, a través de sistemas de drenaje y en hospitales con pocos recursos y abarrotados de pacientes.
2. ¿Cuánto tiempo puede sobrevivir el SARS-CoV-2 fuera del cuerpo humano y en superficies?
Como explica la Organización Mundial de la Salud (OMS), aún se desconoce cuánto tiempo puede sobrevivir el virus SARS-CoV-2 en superficies. Informes preliminares apuntaban a que el virus podría sobrevivir fuera del cuerpo humano tan solo unas horas, pero lo cierto es que no hay estudios rigurosos al respecto. Recientemente, una revisión de la literatura sobre diferentes coronavirus, realizada por científicos de la Universidad de Leibniz, arroja dudas sobre esos informes preliminares del COVID-19.
En dicha revisión, se analizaron 22 estudios y encontraron que otros coronavirus humanos como el SARS, el MERS y coronavirus endémicos tenían la capacidad para resistir en superficies como cerámica, caucho, metal, cristal o plástico hasta un máximo de 9 días. Estos virus sobrevivían más tiempo a temperaturas inferiores a 30ºC, humedades relativas superiores al 50% y en superficies como el plástico, donde batían récords de supervivencia. En general, los tiempos de supervivencia media se encontraban en torno a los 4-5 días. ¿Estos resultados son extrapolables al nuevo coronavirus? No lo sabemos con certeza y los investigadores señalan la necesidad de realizar estudios específicos con el SARS-CoV-2 para averiguar cuánto tiempo es capaz de sobrevivir en superficies.
3. ¿En qué medida los supercontagiadores están influyendo en la epidemia?
Los supercontagiadores son personas infectadas por un microorganismo que tienen una capacidad notablemente mayor para transmitirlo a las personas de su entorno que la mayoría de los infectados. En el caso del COVID-19, cuanto mayor sea el número de virus presente en los fluidos corporales (carga viral) de un paciente afectado, mayores probabilidades habrá de transmitirlo. Precisamente, los supercontagiadores suelen tener cargas virales muy elevadas, lo que favorece la expansión de la epidemia. Otro factor clave para que una persona con el virus sea supercontagiadora es el número de individuos a los que está expuesto mientras sea contagiosa. Aquellas que, por razones de trabajo u ocio, se encuentren con una gran cantidad de personas tienen más oportunidades para difundir el virus.
Aunque lo normal es que una persona infectada por el nuevo coronavirus contagie, de media, a 2,2 personas, los supercontagiadores son capaces de transmitir el virus a decenas de personas. En China, se detectó que un paciente había transmitido el virus a 16 personas; en Corea del Sur, una mujer afectada por el virus contagió a casi 37 personas y, en Reino Unido, un hombre de negocios lo transmitió a 11 personas. A pesar de que los supercontagiadores tienen la capacidad para reforzar la difusión del virus a nuevos lugares y expandir la epidemia, se desconoce el porcentaje de personas infectadas que podrían ser supercontagiadoras y en qué medida han contribuido a la epidemia.
4. ¿Cuán frecuente es la transmisión del virus desde personas infectadas y asintomáticas?
El contagio de enfermedades por parte de personas que están infectadas, pero no muestran síntomas, es algo habitual para diferentes virus respiratorios. Por ejemplo, en el caso de la gripe, se calcula que entre un 20 y un 30% de las personas con este virus no desarrollan síntomas o estos son muy leves y pueden ir extendiéndolo a su alrededor sin saberlo. Diferentes estudios del COVID-19 muestran que la transmisión del virus por parte de personas asintomáticas también podría ser posible. Además, el COVID-19 muestra un comportamiento peculiar en ese sentido: se replica con rapidez en el tracto respiratorio superior al comienzo de la enfermedad o cuando las personas todavía no han desarrollado síntomas.
En la actualidad, se desconoce en qué medida las personas asintomáticas con el COVID-19 pueden estar contribuyendo a la epidemia. Es un detalle importante porque, si la transmisión por esta vía fuera frecuente, la epidemia sería mucho más difícil de controlar. Los individuos asintomáticos y con el virus no suelen tomar las medidas para evitar el contagio que sí toman las personas con síntomas y, además, pueden hacer vida normal mientras distribuyen el virus a su paso. En todo caso, hay que tener en cuenta que la expansión del virus se ha limitado fuera de China, controlando principalmente a las personas con síntomas. Esto podría indicar que, aunque la transmisión del virus por personas asintomáticas fuera posible, tuviera un papel pequeño en la epidemia.
5. ¿Por qué el COVID-19 apenas afecta a los niños y se ceba con los ancianos?
Por razones desconocidas, el nuevo coronavirus apenas afecta a los niños, pero es especialmente peligroso para los ancianos. El 80% de la gente que murió por el virus en China tenía más de 60 años. En cambio, los casos confirmados de coronavirus en niños a lo largo del mundo son muy pocos.
Una de las hipótesis al respecto se centra en el sistema inmunitario de ambos colectivos. Los ancianos podrían ser más vulnerables por tener un sistema inmunitario más débil, mientras que los niños disponen de una respuesta del sistema inmunitario innato más potente, que haría frente al virus desde el primer contacto. Como consecuencia, los niños sí que estarían infectados por el virus, pero desarrollarían síntomas más ligeros que pasarían desapercibidos y no llegarían a diagnosticarse oficialmente o muy rara vez llegarían a desarrollar complicaciones graves o morir por la infección.