Hijos de inmigrantes: el mismo destino que sus padres

Alessandro Neaoge, de 26 años, trabaja como jardinero y vive con sus padres en un pueblo a las afueras de Madrid porque no tiene dinero para independizarse. Hasta aquí, su historia no difiere mucho de la generación de jóvenes españoles a los que la crisis ha bloqueado sus expectativas de futuro. Pero Alessandro suma una dificultad más: es inmigrante, perteneciente a una segunda generación que ya debería de haber avanzado respecto a la de sus padres, aquellos que vinieron a España a trabajar en la limpieza o la construcción, y que se está viendo abocada a realizar esos mismos trabajos sin cualificación por culpa de la recesión económica.

“Estos jóvenes de origen inmigrante nacidos aquí o que vinieron con sus padres siendo muy pequeños tienen la ventaja de estar educados en dos modelos culturales, están muy preparados y tienen muy buen nivel de estudios, pero se están encontrando con muchísimas dificultades para encontrar buenos trabajos”, señala Jara Henar, responsable de Migraciones de la ONG Habitáfrica.

Las cifras muestran esa virulencia del desempleo con los inmigrantes: la incidencia del paro en la población extranjera supera en 11 puntos a la española. El 35, 76% de los inmigrantes que hay en España está actualmente sin trabajo, frente al 24, 63% de los españoles, según la Encuesta de Población Activa(EPA) del segundo trimestre de 2012. Además, en los últimos cinco años, el empleo de los inmigrantes ha descendido un 30,4%, frente al 13,7% del de los nacionales. “Yo tengo la suerte de estar trabajando, pero tengo amigos rumanos que no tienen trabajo y que están en casa. Ya no es como antes, cuando sabíamos que emigrar suponía mejorar la calidad de vida”, explica Alessandro, al que, de momento, le gustaría seguir viviendo en España.

En cambio, Belkis Blandino, dominicana, quiere regresar a su país. Sobre todo por su hijo mayor, Franklin. “Ya es un adolescente y no hay oportunidades para él aquí. Me hubiese gustado que estudiara, que fuese a la universidad. Ya le he dicho que hasta para ser basurero te piden estudios”, recalca esta mujer, que se gana la vida limpiando casas. “Muchos de mis amigos están regresando a su país, otros me dicen que esperemos a ver si esto se arregla, pero no se arregla. Aquí no hay futuro para nuestros hijos”, sentencia Belkis.

“No es fácil cuantificar si a estos jóvenes inmigrantes les está afectando más la crisis que a los españoles. Yo considero que sí porque suman un problema más: la vulnerabilidad social”, explica Lorenzo Cachón, catedrático de Sociología de la Universidad Complutense de Madrid. En un artículo que publicará próximamente en la revista Panorama Social, Cachón señala que esa mayor vulnerabilidad se debe, entre otros motivos, a que “las cinco ramas de actividad donde se concentran la mayor parte de los trabajadores inmigrantes en España (construcción, servicio doméstico, agricultura, hostelería y comercio al por menor) tienen unas condiciones de trabajo notablemente peores a la media”.

Saliha Ahovari tiene 39 años, nacionalidad española y es de origen marroquí. “Vine a España con 11 meses desde Marruecos, mi padre era boxeador y se lo trajo la Federación de Boxeo”, explica esta mujer, que es trabajadora social. Su caso es positivo: ella no ha notado los efectos de la crisis. Es más, su origen le ha ayudado a tener trabajo al dominar varios idiomas y haberse especializado en inmigración. Pero a su alrededor tiene muchísimos casos de chicos y chicas marroquíes que no encuentran oportunidades por su especial vulnerabilidad. “Hace poco he conocido a una chica de 26 años, trabajadora social y que ahora está estudiando una segunda carrera y que no ha trabajado nunca debido seguramente a que lleva velo; eso no pasa en otros países como Francia o Bélgica”, comenta.

Otro elemento que está castigando a estos jóvenes hijos de inmigrantes es el hecho de que muchos han tenido que abandonar los estudios para ponerse a ayudar a la maltrecha economía familiar. “Eso se traduce en que realizan pequeños trabajos informales. Los padres ya no pueden asumir los gastos derivados de los estudios y los cambian por estos ingresos”, señala Cachón. Las cifras del Instituto Nacional de Estadística (INE) señalan esta incidencia del abandono escolar entre la inmigración: el porcentaje de inmigrantes que en 2010 acabaron los estudios de educación superior fue de un 18,97% frente al 24,09% de españoles.

El análisis que hace Sidibe Moussa, representante del Alto Consejo de Malienses en España, pasa porque la convivencia entre los niños de origen inmigrantes y los españoles facilitará, en un futuro, las cosas. “Los más pequeños ya están perfectamente integrados; los niños se ven entre ellos como iguales, no hacen distinciones, no son como los adultos”, cuenta Sidibe, que lleva 10 años en España.

Jara Henar, de Habitáfrica, también cree que aún queda camino hasta la total integración de estos jóvenes. “Tras mandar el currículum, muchos no pasan el primer filtro de llegar a la entrevista de trabajo sólo por sus apellidos”, afirma Henar. En este análisis coincide también Saliha Ahovari, que tiene una hija de 11 años, Salma, a la que le sigue acompañando el estigma del nombre y los apellidos. “Mi hija es ya tercera generación, no tiene nada de marroquí, pero la Administración sigue estableciendo un sesgo. Cuando la fui a apuntar a un colegio concertado, lo primero que me dijeron fue que allí no aceptaban a nadie de religión musulmana, dando por hecho por los apellidos que éramos practicantes”, se queja esta trabajadora social.

El maliense Sidibe tiene tres hijos de 12, 11 y 7 años. “Al mayor, Issa, le apasiona el fútbol y poco los estudios. Aún no tiene capacidad para valorar lo que está pasando en la sociedad”, explica este hombre que alerta sobre otra dificultad: el problema que supone el retorno a los países de origen para estos niños que han crecido en España. Algo en lo que coincide Lorenzo Cachón: “Para un adolescente que se ha criado aquí y que por la crisis tiene que regresar con su familia al país de origen la situación es muy complicada”. Belkis y su hijo Franklin, en cambio, lo tienen claro: “Nosotros volveremos a República Dominicana, la vida allí es más armoniosa. Aunque seamos más pobres”.