Hildegart, la 'mujer del futuro' que su madre moldeó y asesinó después: “Yo, que la creé, sabía dónde debía llegar”
Mientras Francisco Franco era nombrado Generalísimo en Burgos y asumía el mando único de la zona sublevada en el primer año de la Guerra Civil, Aurora Rodríguez Carballeira permanecía impasible ante los psiquiatras del entonces llamado Manicomio de Ciempozuelos. Era octubre de 1936, pero allí estaba desde la Nochebuena de 1935 por orden de la Audiencia Provincial de Madrid. Antes había pasado por la Cárcel de Mujeres, donde empezó a cumplir los 26 años, ocho meses y un día de prisión a los que fue condenada por haber asesinado a su propia hija, la escritora y política Hildegart Rodríguez, un trágico suceso que conmocionó a la sociedad española de la Segunda República.
Si hablar de Hildegart pasa irremediablemente por empezar a hablar de Aurora es porque la joven, que tan solo tenía 18 años, había sido concebida por su madre como parte de un plan minuciosamente detallado. Su delirante mente se propuso engendrar a su hija como un producto eugenésico, a la que educaría para convertirla en el modelo de 'mujer del futuro'. Un prototipo de perfección intelectual liberada de toda opresión que tendría por misión guiar a la sociedad hacia un nuevo horizonte. Su experimento biológico fue exitoso y Hildegart se convirtió en un referente del feminismo y la izquierda española, hasta que sus ansias de emancipación fueron para su madre una auténtica traición al objetivo con el que fue ideada.
Aurora estaba enferma, pero ella misma enarbolaba su cordura y creía en su particular visión del mundo, que fue construyendo inspirada por los socialistas utópicos y la filosofía que leía desde pequeña en la biblioteca de su padre. Era una firme defensora de la eugenesia en un momento en el que a nivel internacional se debatía desde ideologías opuestas –y que después serviría de base para la Alemania nazi–, pero sobre todo, estaba convencida de su poder sobre Hildegart: “Como una gran artista que puede destruir su obra si le place, porque un rayo de luz se la muestra imperfecta, así hice yo con mi hija a quien había plasmado y era mi obra”.
A pesar de la enorme repercusión que tuvo en su momento, el caso fue enterrado con Aurora al morir. Y la prolífica obra de Hildegart, que llegó a escribir más de una decena de libros y numerosos artículos sobre sexualidad, anticoncepción, marxismo o eugenesia, quedó arrinconada en pleno franquismo. Con los años, la historia fascinó a artistas y escritores y fue rescatada en algunas obras. Fernando Fernán Gómez la llevó al cine y Rosa Cal publicó A mí no me doblega nadie, basado en las fuentes primarias del caso; en 2020 Hoja de Lata editó Los motivos de Aurora, de Erich Hackl, publicado originalmente en 1987, y Almudena Grandes centró La madre de Frankestein en su figura. La última en acercarse al caso ha sido la directora Paula Ortiz, que acaba de estrenar en cines La virgen roja.
La historia clínica 6.966
Que Aurora tenía un propósito minuciosamente orquestado para su hija, lo deja claro ella misma en sus conversaciones con el periodista Eduardo de Guzmán, que la entrevistaría en la cárcel y publicaría en 1972 Aurora de sangre (Vida y muerte de Hildegart): “Quiero hacer constar de manera rotunda y categórica que Hildegart no llegó a la vida por casualidad, ni por el simple deseo de sus padres de engendrarla (...) No era producto de una ciega pasión sexual, sino un plan perfectamente preparado, ejecutado con precisión matemática y con una finalidad concreta. Nació con un objetivo determinado, con una misión ideal de la que no podía desviarse por ninguna debilidad humana. Yo que la creé, que la hice, que la formé a lo largo de los años, sé perfectamente dónde debía llegar”.
Con algo más de 30 años, Aurora se puso en marcha. Para ello debía encontrar al que llamó un “colaborador fisiológico” que nunca pudiera reclamarle nada y con el que mantuvo relaciones sexuales en tres ocasiones. De entre todas las teorías sobre quién pudo ser, cobró fuerza la de que se trataba de un cura castrense de Ferrol, donde Aurora nació, pero ella nunca mencionó su nombre. Convencida de que estaba embarazada –“porque eso lo sabemos las mujeres incluso durante la propia relación sexual”, les dijo a los psiquiatras de Ciempozuelos–, abandonó su ciudad natal y se instaló en Madrid para comenzar lo que llamaría su “higiene creadora” aplicada durante nueve meses con pulcritud para “moldear el cuerpo y el alma de la mujer del futuro”.
Si hoy podemos acercarnos a las conversaciones que tuvo Aurora con sus médicos en Ciempozuelos es gracias al psiquiatra Guillermo Rendueles. Participante en los movimientos antipsiquiátricos que reprimió duramente la dictadura franquista, entró a trabajar allí ya en democracia, a finales de los 80, y rescató la historia clínica de Aurora, la número 6.966, para publicar un análisis en El manuscrito encontrado en Ciempozuelos (Morata). El libro analiza cómo su historia familiar y social pudo contribuir a desencadenar sus delirios y sirvió para comprobar que Aurora había fallecido en el psiquiátrico en 1956 y que no había sido liberada al comienzo de la Guerra Civil por los republicanos, como se llegó a difundir.
La voz de Hildegart
Tras dar a luz a Hildegart en 1914, Aurora prosiguió con su detallado plan y la educó con mano de hierro convirtiéndola en una niña prodigio. A los tres años leía y escribía y a los cuatro escribía a máquina. Desde muy pequeña hablaba francés, alemán e inglés y a los 17 acabó la carrera de Derecho. Ya entonces era conocida: a los 14 había iniciado la vida pública, se afilió a UGT y al PSOE y su nombre comenzó a llenar las páginas de los periódicos de izquierdas del momento (El Socialista, La Libertad o La Tierra), en los que escribía sobre temas tabú exponiendo sus revolucionarias ideas sobre sexualidad, maternidad libre, anticoncepción, educación sexual, el matrimonio o la familia.
En esta época publicó libros como La rebeldía sexual de la juventud, Sexo y amor o Profilaxis anticoncepcional y su discurso, que escandalizaba y era admirado a partes iguales, comenzó a recorrer mítines y actos por toda España en los que compartía intervenciones con políticos como Santiago Carrillo o Segundo Serrano Poncela. Hildegart se posicionó junto a Victoria Kent en la cuestión del sufragio femenino –ambas defendían que las mujeres no estaban aún preparadas para votar libremente– y en 1932 cofundó junto con Gregorio Marañón la Liga para la Reforma Sexual Española, un movimiento que después se toparía con la moral católica de la dictadura.
Pero detrás de esta prolífica actividad siempre estaba Aurora. La mujer controlaba hasta el último paso de Hildegart, nunca la dejaba sola y la acompañaba a cualquier lugar al que asistiera, a las reuniones del partido e incluso a clase. La joven fue creciendo bajo el dominio absoluto de su madre, que no la dejaba relacionarse con otras personas ni tener amigos y le obligaba a vivir de espaldas a cualquier tipo de afecto o placer. Así, Hildegart se convirtió en la máquina perfecta programada que su madre ansiaba, a la que aparentemente solo le preocupaba que su hija trabajara, escribiera y publicara.
Su falta de libertad no era algo que pasara desapercibido a quienes rodeaban a la pareja. Eduardo de Guzmán llegó a afirmar que vio los primeros años de Hildegart “como una infancia sin infancia, una existencia trabajosa y triste” mientras que Julián Besteiro, que fue su profesor en la Universidad, aseguró después que la joven le había causado una opinión “contradictoria”: “En los estudios es sencillamente formidable. Pero este fenómeno de ir tan pegada a la madre me evoca la imagen de una cría de canguro encapsulada en bolsa invisible y con el cordón umbilical intacto”.
La mañana del 8 de junio
Hildegart prosiguió en su actividad intelectual y política, se dio de baja del PSOE en 1932 siendo muy crítica con el partido –consideraba que el socialismo ya no “servía de cauce a las magnas aspiraciones obreras”, según le dijo al Heraldo de Madrid– y después ingresó en el Partido Republicano Federal. Su interés en los estudios sobre sexualidad iban en aumento y sus contactos traspasaban ya fronteras. Se carteaba con el escritor H.G Wells y el sexólogo Havelock-Ellis, que la invitaron a pasar una temporada en Londres, y Hildegart empezó a ver con buenos ojos la posibilidad de separarse de su madre y vivir por su cuenta.
Frente a la presión y a la asfixia que Aurora seguía imponiendo a la joven, la libertad empezaba a ser para ella un horizonte que anhelar, incluso en algunos periódicos se llegó a afirmar que se había enamorado de un hombre, algo insoportable para su madre. Paralelamente, la paranoia de Aurora adquirió límites extremos y empezó a imaginarse que una conspiración internacional dirigida por el servicio de inteligencia inglés quería separarlas. “Lo primero que procuraron hacer es captar a mi hija y a la criada, cosa sencilla por su poca experiencia y valía”, les explicaría después a los psiquiatras.
Las diferencias entre ambas “fueron aumentando sus disgustos”, contó el periódico Luz, y las discusiones en el 4º derecha del nº 57 de la calle Galileo, donde vivían con su criada Julia García Sanz, fueron en aumento. El 8 de junio de 1933 las cosas cambiaron para siempre. Esa noche Aurora y su hija tuvieron “un fuerte altercado” a cuenta de la intención de Hildegart de independizarse. Ambas se fueron a la cama, pero pocos minutos después de las ocho de la mañana, Aurora se levantó y mandó a la criada a sacar a los perros. Luego cogió un pequeño revolver que tenía en casa, entró en la habitación y apuntó con frialdad hacia su hija, a la que mató de cuatro disparos.
Fue la propia Aurora la que confesó lo que había hecho y se entregó en el juzgado acompañada del abogado y político Juan Botella Asensi, a quien había visitado tras cometer el crimen. A pesar de que después llegaría a decir que la propia Hildegart le había pedido que la matara y que todos los periódicos hablaron de cómo lloraba al ser trasladada la cárcel aquel día, Aurora nunca mostró arrepentimiento. “No, no estoy arrepentida. ¡Tenía que suceder lo que ocurrió! Aun a costa de dejarme en el camino jirones de mi corazón destrozado”, contestó a De Guzmán y a Ezequiel Endériz en la entrevista que ambos le realizaron en la prisión y publicaron en el periódico Tierra.
Juicio con ideología
El asesinato sacudió a la sociedad y la política españolas y el funeral de Hildegart se convirtió en multitudinario. Su cuerpo fue velado en la sede del Partido Republicano Federal y trasladado al cementerio civil en una carroza blanca que recorrió las calles de Madrid acompañada de políticos como Clara Campoamor, periodistas y escritores. Mientras, en la Cárcel de Mujeres, Aurora esperaba la celebración del juicio por el que en mayo de 1934 un jurado popular la condenaría a casi tres décadas de cárcel por parricidio con las agravantes de premeditación y alevosía, según reza la sentencia, que hoy custodia el Archivo General de la Administración de Alcalá de Henares.
El momento político que vivía España también tuvo sus ecos en el proceso judicial. A pesar de los síntomas que Aurora exhibía, el estudio psiquiátrico encargado por el fiscal a los doctores Antonio Piga y Antonio Vallejo-Nájera, cuyas ideas pasarían a la Historia por servir de supuesto aval teórico a la represión de Franco, concluyó que la mujer estaba simulando una enfermedad. Por su parte, los peritos de la defensa sostenían lo contrario, que padecía una clara paranoia y, por tanto, era inimputable. Se impuso la primera interpretación, para alegría de la propia Aurora, con la que probablemente se intentó demostrar que el crimen no era producto de una mente enferma, sino de la “depravación” de una mujer de izquierdas, analizó posteriormente el psiquiatra Gonzalo R. Lafora.
Sin embargo, pronto la situación dentro de la cárcel se volvió insostenible. Aurora llegó convencida de que tenía que emprender una reforma del sistema de prisiones y su presencia comenzó a ser “una perturbación constante” para otras compañeras. Así consta en las varias comunicaciones que la Cárcel de Mujeres mandó a la Audiencia de Madrid pidiendo que el estado psíquico de Aurora fuera nuevamente evaluado ante “sus síntomas de enajenación mental”. En el archivo constan peticiones de este tipo desde septiembre de 1934, pero a pesar de la insistencia no fueron atendidas hasta que el 24 de diciembre Aurora fue trasladada a Ciempozuelos.
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