ANÁLISIS

Hincar rodilla y sacar el anillo en público en plenos Juegos Olímpicos: ¿no había otro momento para pedir matrimonio?

6 de agosto de 2024 22:04 h

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Hace unos días, la atleta china Huang Yaqiong conseguía la medalla de oro en la categoría de dobles mixtos de bádminton durante los Juegos Olímpicos de París después de un contundente partido. Nada más recibir la medalla, sin embargo, sucedió algo que ni ella misma esperaba: su novio se acercó a donde estaba, se arrodilló y sacó un anillo; le estaba pidiendo matrimonio casi como parte de la ceremonia, delante del público y, de paso, de las millones de personas que estuvieran viendo o fueran a ver la entrega. La pedida de mano compartió protagonismo con el triunfo de la atleta y cientos de publicaciones han hablado de ello como “el broche de oro al día”, “amor de oro” o “sorpresa inolvidable”.

Esta no es ni ha sido la única petición de matrimonio en estos –u otros– Juegos Olímpicos, sino que forma de parte de un ritual que se repite y que, vestido de romanticismo, opaca grandes triunfos deportivos. ¿Es la competición para la que alguien lleva años preparándose el momento en el que pedirle matrimonio?, ¿Sirve el amor para justificar que una deportista tenga que compartir el protagonismo de su trabajo, de su éxito o su fracaso, con un asunto de pareja?

Las pedidas de mano en público son un género en sí mismo en las redes sociales. Conciertos, paseos por un parque, partidos de fútbol, monumentos... La psicóloga Paula Delgado señala el factor coercitivo que tiene hacer una propuesta así frente a otras personas. “Estoy más bien en contra de las pedidas en público que no hayan sido consensuadas antes; es decir, que ya lo hayas hablado y que la otra persona te diga que le gustaría esto o lo otro. Si no es así, si la otra persona no sabe nada, o no se ha discutido del todo el tema del matrimonio ni el momento o la manera de hacer algo así, hay cierta coerción”, afirma.

Delgado señala, por ejemplo, el miedo al juicio ajeno, la presión porque parece que el otro “se lo ha currado mucho”, sentir que es un momento importante de la vida y no querer ensuciarlo con una negativa o una discusión...

Zheng Si Wei dijo sentirse feliz pero también sorprendida. “Para mí, la propuesta es muy sorprendente porque me he estado preparando para el partido. Hoy soy campeona olímpica y me propusieron matrimonio, así que es algo que no esperaba”, declaraba.

El politólogo y experto en masculinidades Alfredo Ramos recuerda un viaje por el sudeste asiático en el que, durante un trayecto en un barco abarrotado de turistas, un chico decidió pedirle matrimonio a su pareja. “A mí me parece una presión añadida hacerlo delante de no sé cuántas personas más, es algo que si no has hablado antes o no sabes que eso es lo que quiere alguien es como para enfadarse, y mucho”. Pero más allá de que las implicaciones de que el gesto se haga en público, Ramos lo entiende como “muy desafortunado” en un contexto como el de los Juegos Olímpicos.

No es tu momento

“Me parece desafortunadísimo cuando se da en los momentos en que una deportista ha ganado una medalla, porque altera el goce de ese momento, la culminación de un recorrido muy duro, con un montón de renuncias y sacrificios. Seguramente es un momento que ha pasado por su cabeza miles de veces antes de producirse y que por fin esa persona está viviendo, y que se meta en medio otra cosa como una pedida de mano lo altera y no te permite disfrutar del todo ni del culmen de tu carrera ni de que alguien que quieres te pida matrimonio, que también puede ser gozoso”, asegura.

El autor de Perforar las masculinidades (Bellaterra), considera que es un gesto que roba mucho protagonismo a quien está celebrando una victoria o digiriendo una derrota. “Es un momento muy relevante para la trayectoria de alguien y no tiene por qué ser interrumpido por las pretensiones matrimoniales de su pareja. Tiene mucho que ver con la incapacidad masculina de saber que no es tu momento, que no tienes por qué estar ocupando el centro de un evento y que es tu pareja quien debe poder vivirlo de la mejor manera posible”, agrega.

Esa ocupación del espacio de alguien puede ser especialmente perversa porque se hace, además, a través de un gesto que, se supone, debe hacerte feliz. Y que, sea como sea percibido por quien recibe, cambia el tono de lo acontecido, modifica el relato de los hechos.

En el caso de Huang Yaqiong, no hay crónica sobre el impecable partido que le valió el oro junto a su compañero de bádminton Zheng Si Weique que no destaque la pedida de matrimonio de su pareja y también miembro del equipo Liu Yuchen, que ganó la plata en dobles masculinos en Tokio hace tres años y cayó eliminado en las primeras rondas en París. En muchas ocasiones, el titular o la imagen que ilustra la noticia del oro de Huang Yaqiong incluso obvian la medalla para señalar el anillo.

Premio de consolación

En el caso de las derrotas, o cuando las pedidas se producen justo antes de la competición, el matrimonio aparece casi como un premio de consolación. Ganas la plata, pero el oro en el amor. No pudo llegar al podio pero lo mejor aún le estaba esperando. O habrá que ver si su éxito personal se repite en el deportivo.

Además del caso de la deportista china, varios atletas españoles o argentinos también han protagonizado pedidas en los Juegos, aunque no durante la competición. También en esos casos el relato deportivo queda en un segundo plano o bien se mezcla con el amoroso.

La psicóloga Paula Delgado subraya que ambas cosas son hitos y que hay una tendencia a mezclarlos, a compararlos. “Son momentos que asociamos con la escalera social: conocer a alguien, tener una relación exclusiva, convivencia, casarse, tener hijos... y sentimos que ese éxito personal tiene que ir de la mano del laboral, y viceversa”, dice la autora de Esto también es amor (editorial Molino), que cree que estos gestos, y el relato romántico que se crea alrededor, contribuyen a esa idea de que, además de brillar en lo profesional, hay que hacerlo en lo personal y equiparan ese 'éxito' a una boda. Así, una medalla de oro con pedida vale más que una de oro soltera.