Ardón es un pequeño pueblo leonés situado cerca del camino de Santiago, en zona de río, entre chopos, puentes y veredas. Allí crecieron en los años treinta los hermanos Rojo, y allí los dos mayores empezaron a trabajar en una tejera. El 21 de septiembre de 1936, día de San Mateo, Jesús y Francisco Rojo, de 16 y 18 años, estaban en plena faena trabajando cuando su hermano pequeño acudió a avisarles de que un grupo de guardias y falangistas había entrado en el pueblo y los buscaba.
Cuando llegaron a su casa, manchados de barro por haber estado colocando tejas, los falangistas no les dejaron ni lavarse y los condujeron directamente a la plaza del pueblo, donde ya había otros arrestados: Eliseo García, Juan Farto, de 32 años, Matías Yusta y José Rey del Amo. Los guardias anunciaron que también buscaban a Verilino del Amo, de 19 años, y Alejandrino Fernández. Algún vecino dijo que ambos estaban trabajando en la carretera de León, y los emplazaron a presentarse en el campo de concentración de San Marcos de León antes de las cinco de la tarde.
Un par de hombres se acercaron a la casa de los Rojo en busca de otro hermano más, que se encontraba con su tía en esos momentos. “Cuando lo vieron le dijeron que se anduviera con ojo no fueran a volver a por él, que le tenían ganas. Ese niño tenía 12 años y era mi padre. Ese miedo se le quedó de por vida”, cuenta María Jesús Rojo.
Madre, no llore, no hemos hecho nada, ¿qué nos va a pasar? No se preocupe, que vendremos luego
En la plaza maniataron a los detenidos de dos en dos y los subieron al vehículo mientras varias madres lloraban. “Mi abuela lloró, gritó, suplicó de rodillas que dejaran a sus hijos con ella. Mis tíos le decían: ‘Madre, no llore, no hemos hecho nada, ¿qué nos va a pasar? No se preocupe, que vendremos luego’. Nadie de la familia los volvió a ver nunca más, ni vivos ni muertos”.
María Jesús se emociona relatándolo en su casa de Ardón, en el mismo lugar donde vivieron sus abuelos, sus tíos y su padre. El mismo lugar donde se instaló el miedo y el silencio tras el arresto de aquellos dos hermanos. “Eran unos críos”, musita. “Aquello marcó a mi abuela de por vida”.
Verilino del Amo y Alejandrino Fernández fueron avisados de la orden y la cumplieron. Acudieron al campo de concentración de San Marcos en León y nunca más se supo de ellos. Cayetana del Amo, hermana de Verilino, dejó escrito antes de morir todo lo ocurrido, tal y como lo narró durante años a quien quisiera escucharla. “Me entregó en 2002 sus anotaciones, para que no se perdieran”, explica María Jesús.
En ellas Cayetana relataba que aquel 21 de septiembre del 36 su madre le dio a su hermano Verilino, de 19 años, un traje para que fuera a San Marcos “curioso, hijo, que a los otros pobres ni lavarse les dejaron” y cómo Alejandrino besó a sus hijos “tan pequeñitos y a su mujer, tan joven y se le saltaban las lágrimas”. También describió en sus notas cómo durante el arresto la madre de los Rojo “reaccionó con llantos desgarradores y gritos. Imposible para ella contener ese dolor tan profundo; le mandaban retirar con soberbia, diciendo que estaba loca. Claro que estaba loca, loca de dolor, porque le arrebataban el corazón de sus hijos”.
En otro cuaderno explica que su primo Leocricio Santos fue quien llevó a su hermano Verilino y a Alejandrino al campo de concentración de San Marcos: “Mil veces se paraba en el camino. Con mucho dolor los entregó en San Marcos, y nosotros esperando día tras día, buscando, buscando y todo nuestro empeño nulo. Vivo para contarlo. Imposible que esta herida cicatrice”.
De todos los detenidos en Ardón aquel septiembre de 1936 solo volvió Matías Yusta, “que era ya un hombre mayor y que se salvó porque lo vio un guardia civil que lo conocía y habló con alguien y lo soltaron”. Ese guardia le recomendó que regresara al pueblo por donde no le viera nadie, así que volvió siguiendo la orilla del río. “Ya en Ardón contó a mi familia que Francisco Rojo, mi tío, el de 16 años, había pedido un poquito de agua en el campo de concentración de San Marcos porque tenía sed y que un guardia le contestó: ‘Para lo que vas a durar, no te hace falta’”.
“Que quede constancia de lo que les hicieron”
En la casa de los Rojo esperaron durante mucho tiempo el regreso de los dos hermanos. “Cada vez que alguien contaba que habían aparecido cadáveres en algún lugar, mi abuelo iba a ver si eran sus hijos. También el padre de Cayetana y ella misma acudían en busca de Verilino del Amo”, cuenta María Jesús. Nunca llegaron a conocer su paradero final. “Se dijo que quizá los habían echado al Pozón de Villalobar, donde fueron a parar algunos. También se señaló Villadangos, donde en esos días aparecieron varios cuerpos, pero los habían quemado y eran irreconocibles”.
María Jesús es una de tantos familiares que estos días de atrás participaron activamente en la exhumación de la fosa de Villadangos. No faltó ni un día. Coordinada con el resto, se encargó de llevar café diario al equipo de voluntarios de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica (ARMH). Al contrario que la mayoría de las familias involucradas en ese proceso, no tiene la certeza de que sus tíos terminaran sepultados allí. “Pero es una de las posibilidades más sólidas y, en todo caso, acompañar a las otras familias y compartir todos estos meses que llevamos juntas empujando por ello ha sido muy sanador”, cuenta.
Hace ya varios años contactó con la ARMH para contar la historia de sus tíos. En la ficha de la asociación, escribió: “Lo que queremos es encontrar a nuestros hermanos, padres, tíos y darles el reconocimiento que se merecen como seres humanos, enterrarlos dignamente. Y si eso no es posible, que al menos quede constancia de que fueron vilmente asesinados, de que existieron realmente y dejaron de vivir porque alguien decidió que así fuera, porque sí, porque no pensaban como ellos. Eran realmente inocentes. Tan inocentes que creyeron que eso bastaba. Podían haber escapado, pero no lo hicieron. Se merecen algo mejor que el olvido”.
La ARMH ha logrado exhumar diez de los 71 cuerpos sepultados en el cementerio de Villadangos, a donde vecinos de la localidad trasladaban los cadáveres desde el monte donde entre septiembre y noviembre de 1936 fueron fusiladas al menos 85 personas, según las actas de defunción. Varios historiadores de la provincia calculan que se produjeron más de cien ejecuciones en esa zona.
Los arqueólogos han podido observar que la fosa encontrada esta semana en el cementerio continúa por debajo de panteones construidos en los años noventa, por lo que es imposible acceder a esa parte, donde podría haber restos de los otros 61 cuerpos. Esas obras se ejecutaron a pesar de que varias familias de los desaparecidos llevaban años yendo a Villadangos para colocar flores y manifestar su interés por la ubicación de la fosa.
Por eso la ARMH y familiares de los desaparecidos han solicitado al Ayuntamiento y a la Junta vecinal de la localidad permiso para colocar una placa en recuerdo de los asesinados. Piden instalarla “en el lugar donde en 1936 algunos vecinos de Villadangos tuvieron el valor de llevar los cadáveres desde los lugares donde fueron fusilados, para que fueran enterrados dentro del cementerio”.
A la espera de la respuesta –cuando solicitaron permiso para la exhumación la Junta vecinal lo llevó a votación–, María Jesús expresa el alivio que siente al imaginar esa placa con el nombre de sus dos tíos, “que nunca llegaron a ser tíos en realidad, porque se quedaron para siempre en esos 16 y 18 añines”.