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Opinión - Cada día un Vietnam. Por Esther Palomera

El aquelarre hippie de Las Hurdes del que nadie habla

  • Junto al pueblo que retrató Buñuel han acampado 6.000 personas de 56 nacionalidades. Es Lost Theory, un elitista festival hippie de música electrónica

Amadora está sola, sentada en la puerta de su casa. La tarde ya está muriendo en Riomalo de Abajo y la brisa del río Ladrillar asciende trayendo un agradable frescor y un rítmico sonido de percusión, que retumba entre las montañas de Las Hurdes. “Son los músicos forasteros de ahí abajo, ¿sabe?”, informa esta entrañable anciana de 93 años, mientras se cubre con una rebeca azul. “Dicen que han venido de todas partes del mundo y que estarán toda la noche con el pum-pum, pum-pum, pum-pum ese hasta el amanecer. Así llevan toda la semana, mucho tamboril y poca gaita. Pero no me molestan”.

No se equivoca, junto al pueblo hay 6.000 personas acampadas, de 56 nacionalidades. Se trata del Lost Theory, un elitista festival hippie de música electrónica. No es una rave ilegal, ni una cita internacional de deslumbrante elenco, esto es algo mucho más underground y excitante. Durante cinco días, 90 DJ descargan su artillería en plena naturaleza virgen. A finales de agosto, los primeros “tipos raros” comenzaron a aparecer días atrás en caravanas, furgonetas, o haciendo autostop.

Casi nadie sabía lo que estaba ocurriendo pero, para cuando quisieron darse cuenta, la pequeña comarca de Hurdes –al norte de Cáceres– había sido tomada por una legión de gente extraña de raros ropajes, que superaban en número al de todo el censo del lugar. Una invasión en toda regla. Mochilas, rastas, tribales, tatuajes, pies descalzos, turgencias bajo camisetas ajustadas sin sujetador… Asiáticos, vikingas, penachos de plumas, malabares, argollas; bebés, niños corriendo a su anchas, perros sueltos… Mientras tanto, sentados en su habitual poyete, cuatro ancianos observan atónitos lo que está ocurriendo en su pequeño pueblo de apenas 45 habitantes.

El epicentro de este shock cultural se encuentra en el cruce donde termina Extremadura y comienza Castilla y León. Es el complejo Rural Riomalo, con su camping y unas cuantas hectáreas de terreno donde poner las tiendas de campaña. En el restaurante está sentado el dueño de este pequeño imperio. Se llama Jesús Domínguez y es todo un visionario de 71 años. “Sin él, sus contactos y sus tierras jamás se hubiera celebrado este festival”, afirma Walter, el empresario belga responsable de la organización del evento.

Hace más de un año que aterrizó aquí guiado por Google Maps. A Walter le había fascinado la imagen del meandro Melero y el parque natural de las Batuecas, pero no podía imaginar las reticencias, ni el laberinto burocrático autonómico y provincial con el que se iba a tropezar. Jesús sentó a todos los gerifaltes a su mesa, y los puso de acuerdo. Para ello hubo que matar varios cabritos y abrir unas cuantas botellas de vino. Había varios factores en contra, las “pintas”, las drogas, la seguridad y el fuego.

“Este sitio es increíblemente bello. He organizado más de 10 festivales entre Croacia y Bélgica, y este paraje es el mejor de todos”, reconoce el organizador. Jamás dañaríamos vuestra gallina de los huevos de oro que, además, también va a ser la nuestra para los próximos 10 años porque pensamos volver“. Las Hurdes ya no son el territorio deprimido que reflejó Luis Buñuel en su controvertido documental de 1933 Hurdes, tierra sin pan, ni el estigmatizador viaje de Alfonso XIII y Gregorio Marañón de 1922.

Sus escarpadas sierras ya no dan cobijo a maquis, desertores, estraperlistas o republicanos desterrados. La losa del aislamiento y la pobreza ha dado paso a un paraíso intacto en cultura y costumbres mágicas. “Esto es un aquelarre del siglo XXI en toda regla. Como los de antaño”, comenta Emiliano Jiménez, el cronista local. Sabe bien de lo que habla. Conoce como la palma de su mano el territorio, las leyendas y la tradición narrada por los más ancianos del lugar.

Guiados por la música, atravesamos el bosque hasta el lugar del encuentro nocturno. No le sorprende que se estén proyectando sobre las montañas ciertos símbolos geométricos; son los mismos que aparecen en varios petroglifos de la Edad del Bronce; tampoco le sorprende la poética coincidencia de que en la pista de baile estén floreciendo unas plantas muy particulares. “Mira, la planta de las brujas. Tan tóxica que no vale la pena intentarlo”, comenta. Es datura stramonium, un potente alucinógeno utilizado en los aquelarres desde la Edad Media.

Los procesos inquisitoriales documentados están plagados de confesiones sobre su uso. Greg –un joven informático inglés que está sentado junto a las plantas– también las conoce. Pero él prefiere el contenido de una bolsita llena de cuadraditos de papel secante: LSD. “¿Queréis?”, pregunta mientras extiende la mano.

Mientras tanto, en la pista, las columnas de altavoces descargan miles de vatios de sonido limpio, preñado de matices psicodélicos. Al fondo, los generadores diésel funcionan al borde del infarto alcalino. El sacerdote oficia el ritual desde su altar, una cabina de madera y latas. Banderas tibetanas delimitan el espacio del culto sagrado, y los adeptos se entregan por completo, con los ojos cerrados, como si estuvieran unidos por un hechizo invisible.

Algunas chicas se desnudan bajo las estrellas con total libertad, saben que nadie va a perturbar su trance. No es un secreto que la mayoría de la gente esté consumiendo cristal de MDMA, pastillas de éxtasis, LSD o psilocibina. La Guardia Civil hace días que ha montando un operativo especial para interceptar cualquier entrada. Está claro que han fracasado salvo por alguna incautación menor.

Por seguridad, Cruz Roja ha desplegado un quirófano portátil y dos hospitales de campaña. Es de esperar que en un evento de este calibre haya problemas graves, así que nos interesamos por las cifras. “Aún no nos lo creemos”, reconoce Manuel García, el médico de la Cruz Roja. “Solo tres casos graves de intoxicación por drogas, un coma etílico y ninguna pelea. Fascinante, ni una. Eso sí, como esta gente anda descalza ha habido 16 picaduras de alacrán, tres de ellas a perros, a los que también hemos atendido. Y alguna otra cosa más sin importancia”.

El impacto económico estimado por las entidades locales de turismo se calcula en más de un millón de euros. Esto y la ausencia de conflictos han terminado por despejar los primeros temores. Ahora ya nadie se atreve a poner en cuestión a la nueva gallina de los huevos de oro. “Se han creado cientos de puestos de trabajo y dinamizado todos los comercios de la zona”, informa Gervasio Martín, alcalde de Caminomorisco.

“Imagínate, solo el primer día se agotaron 600 barriles de cerveza y todo el agua de los supermercados. Los cajeros automáticos se quedaban secos a diario. Así que estamos deseando que vuelvan, y más si es con el civismo que han demostrado los extranjeros. Ahora el campo está más limpio que cuando llegaron”, concluye.

Una semana después ya no queda ni rastro del festival y la vida ha recobrado el pulso normal. En la próxima luna entrará el otoño y con él las primeras lluvias. El río Alagón irá creciendo hasta cubrir por completo el campamento, y se lo llevará todo. Nadie que no estuviera aquí sabrá lo que ocurrió durante una semana histórica; nadie que no lo viviera podrá imaginar que aquí tuvo lugar un auténtico aquelarre del siglo XXI.