Eduardo Moreno cuenta que subió corriendo al monte en cuanto vio las llamas. Es ganadero en el municipio cacereño de Acebo y estuvo durante dos días y dos noches apagando el fuego que amenazaba la majada donde vivía su rebaño de cabras.
Un año después de que el incendio de la Sierra de Gata, uno de los mas virulentos de los últimos años, casi acabara con su medio de vida, Eduardo sigue haciendo frente a las consecuencias. “No es solamente el que todo se queme, de ahí para adelante ¿cómo te recuperas? Los pastos nunca han vuelto a ser los mismos. ¿Con qué mantengo ahora a mi ganado?” se pregunta este ganadero.
En la última década, ha ardido una media de más de 100.000 hectáreas al año, según los datos del Ministerio de Medio Ambiente. “El 25% de la superficie forestal” española, añade la organización WWF. Se trata de áreas ecológicamente alteradas que tardarán décadas en recuperarse. Pero la grave huella medioambiental que los incendios dejan tras de sí no es el único resultado de las llamas. El impacto económico persiste en las zonas afectadas cuando la alarma social se apaga y la herida emocional sigue abierta incluso varias generaciones después.
Mucho más que plantar árboles
Los siniestros que han asolado en agosto los bosques de La Palma y del sur de Galicia se suman a los 933 registrados a 31 de julio por Medio Ambiente en lo que llevamos de 2016. La calidad biológica de los bosques quemados quedará notablemente mermada dejando perturbaciones sobre el ecosistema que en algunos casos serán irreversibles, según un estudio de la ONG.
“¿Cómo se recupera todo lo perdido?” se pregunta Manuel Civera cuatro años después de que un incendio arrasara el 80% del término de Alcublas (Valencia), del que era alcalde cuando se desató una de las peores catástrofes del patrimonio forestal valenciano. Los intervalos de tiempo para recuperar las zonas afectadas van desde los 10 y 15 años, para un bosque de pinos, a los 40 o 50 años que necesitan encinares o alcornocales en recuperarse.
Pero, aunque la repoblación resulte efectiva, el daño ecológico persiste porque “la recuperación de un ecosistema incendiado es mucho más que plantar árboles. Nos centramos en la vegetación y la fauna, pero nos olvidamos del suelo que es otro de los recursos ambientales afectados por los incendios”, advierte Lourdes Hernández, la experta en incendios forestales de la organización.
Hernández destaca la importancia de que las administraciones centren también sus esfuerzos en la protección de este recurso: “Son apenas unos centímetros [de profundidad] pero son los que tienen que sustentar los futuros bosques después del incendio”.
Consecuencias socioeconómicas
Más allá del evidente problema medioambiental, el fuego suspende actividades productivas, desata procesos agudos de depresión y deja graves pérdidas financieras.
El fuego acabó con el 60% del alcornocal autóctono que generaba una media de 600.000 euros de ingresos al año entre las familias del municipio de Berrocal (Huelva). Un gran incendio atacó a este pueblo en 2004. Abrasó cerca de 35.000 hectáreas y causó dos víctimas mortales. No fue sólo un desastre ecológico sin precedentes en la comunidad andaluza, sino una tragedia económica que a día de hoy sigue afectando a los habitantes.
Las llamas destruyeron varias facetas de la economía local. Sobre todo, la producción de corcho y de cerdo, que son sus principales actividades productivas. Para Juan José Bermejo, alcalde de la localidad, los efectos del incendio afectaron más al pueblo que la propia crisis económica.
“Un incendio no solamente afecta a tus recursos forestales, sino a toda la economía, es una sacudida muy fuerte, tanto para los recursos en torno al monte como para otras economías como el turismo”, advierte el exalcalde de Alcublas.
En aquella localidad hubo algunas indemnizaciones a los agricultores, dice, pero muchos tuvieron que abandonar su actividad o trasladarse a otras zonas para trabajar. Otros negocios, como la cooperativa dedicada a la oliva, tuvieron que reiniciarse. El negocio turístico también se vio muy perjudicado. “Primero, debido a la solidaridad, quieren conocer el pueblo pero después deja de ser un destino atractivo” relata Civera.
La herida emocional sigue abierta
“Pensamos que los incendios terminan cuando se ha apagado el fuego pero es al contrario, es precisamente una vez que se sofocan las llamas cuando empieza el drama social de las personas que se quedan en esas comarcas”, dice Lourdes Hernández. Ese impacto emocional proviene de “ver cómo el lugar en el que han crecido, sus raíces, se ven devastadas por un incendio”.
“Lo recuerdan tanto los mayores como los niños de aquella época, porque el incendio marcó un antes y un después en la vida del pueblo. Cuando pasa cualquier avioneta o hay un conato de incendio en las cercanías siempre queda ese miedo de que vuelva a producirse un hecho similar”, cuenta el alcalde de Berrocal, sobre la herida que aún hoy, 12 años después, aún sigue abierta.
“Emocionalmente, sigue impactando mucho ver el monte como está. Aunque la lluvia ha limpiado la imagen del bosque, el problema sigue estando ahí”, añade el alcalde de Acebo, el municipio donde hace un año las llamas arrasaron 8.000 hectáreas.
Volver a vivir de los bosques
Tanto los ambientalistas como los afectados coinciden: el riesgo de volver a sufrir un incendio sigue ahí. “Se invierte mucho en medios de extinción pero seguimos sin invertir en prevención y sin hacer nada que permita gestionar nuestros montes para rebajar el riesgo de incendios”, añade Manuel Civera, que también es secretario general de la Asociación de Municipios Forestales (AMUFOR).
“Necesitamos políticas que hagan que volvamos a vivir del monte”, propone Fernando Pradells, gerente de AMUFOR. “Que los montes vuelvan a ser un generador de empleo rural es lo que les asegura una persistencia y una estabilidad en el tiempo”.