“En Torrejón de Ardoz ahora nos saludamos así”, explica entre risas Élcido, un dominicano de 36 años, al tiempo que levanta un pie para chocar su cara interior con la del pie opuesto del amigo con el que está, a medio camino entre una muñeira y un baile de la red social Tik Tok. Esta localidad madrileña, afectada especialmente por los contagios de coronavirus, vive estos días entre el pánico y la broma, entre los habitantes que se sienten estigmatizados por la presencia de la COVID-19 en su entorno más próximo y aquellos que relativizan el brote e intentan seguir llevando una vida normal.
Élcido y su amigo pertenecen a esa parte que vive la epidemia desde la barrera del humor y el escepticismo sobre la gravedad de sus consecuencias. “Esto terminará en un par de meses, cuando saquen la cura y alguien haga mucho dinero”, vaticinan.
Para los infectados y sus familiares, la situación es muy diferente. El Ministerio de Sanidad ha dejado de ubicar localmente los casos, pero se sabe que uno de los últimos positivos detectados en el municipio ha sido el de un mecánico del escuadrón del Ejército del Aire Ala 12, con base en Torrejón, según confirmó un portavoz del ministerio de Defensa. Y el dato sobre el total de incidencias en la localidad no es público. En el Ayuntamiento, en cuya sede también ha habido casos comprobados, se remiten a la información del Ministerio de Sanidad.
Una odisea para comprobar que tienes el virus
Fernando, poco más de 50 años, fue diagnosticado positivo la semana pasada. No tiene síntomas, a pesar de ser portador del virus, por lo que desde el hospital de Torrejón le enviaron a cumplir 14 días de cuarentena en su domicilio. Volvió a su casa desde el hospital andando, cubierto con una mascarilla, atravesando el pueblo y recorriendo una distancia de más de cuatro kilómetros. Su mujer, también positivo y con síntomas de neumonía, quedó ingresada.
“Fue ella la que tuvo la primera fiebre. Llamamos a Emergencias y nos dijeron que nos quedáramos en casa, que ese día o al siguiente irían a hacernos las pruebas. Estuvimos encerrados tres días sin recibir noticias”, relata en conversación telefónica con eldiario.es. “Al tercer día sin saber nada cogí y mi coche y nos fuimos para el hospital. Avisé a Sanidad por teléfono y cuando llegamos nos dieron mascarillas y guantes y nos sentaron en la sala de espera de urgencias, con el resto de la gente que va por otros motivos”.
En el hospital les tomaron la temperatura y la saturación de oxígeno en sangre. A ella la metieron en un box de urgencias. “Nos tomaron muestras de las fosas nasales con un bastoncillo para hacernos la prueba del virus”. El resultado de la prueba tarda unas horas en estar listo. “Mientras tanto nos hicieron unas placas, para ver el aparato respiratorio. Eran las cuatro de la madrugada, habían pasado horas y nadie me comunicó nada sobre la radiografía. Discutí con el médico, que me decía que eso llevaba tiempo. Finalmente salió el resultado y dimos positivo los dos. A ella la subieron a planta por lo de la neumonía. A mí me mandaron a casa. Me dijeron que según el protocolo el traslado tenía que hacerse en ambulancia y que no estarían disponibles hasta las ocho de la mañana”, explica.
Era mediodía cuando salió de la habitación de su mujer, aún sin noticias del traslado. “El personal médico se puso muy nervioso, diciéndome que volviera a la habitación, tratándome como a un apestado”, se queja. Más tarde llegaron los papeles del alta. “La médico me dijo que aún había 80 casos pendientes de traslado, y que si me quería ir, que me marchara. Con la misma mascarilla que me dieron al entrar salí y me fui andando para casa”. Ahora cumple el período de 14 días estipulado por las autoridades. “Me encuentro bien de ánimo y tengo la nevera llena, pero esto no saben por dónde cogerlo. Puede haber gente andando por ahí con el virus... la responsabilidad recae sobre cada uno”, valora.
Los hospitales, saturados
“La planta del hospital donde los tienen está llena”, cuenta Aurora, esposa de uno de los contagiados en Torrejón de Ardoz, de 50 años. “Empezó con tiritonas y una sensación de frío... Al principio no pensamos que fuera más que una gripe común. Pero con toda la alarma en televisión fuimos a urgencias del centro de salud”, relata sobre los momentos vividos en los últimos días. “Le hicieron una primera exploración y no tenía fiebre. Volvimos a casa, a seguir con nuestra vida, como nos dijeron”.
Acudieron al socorrido Gelocatil para aplacar los supuestos síntomas gripales. “Al día siguiente fue a trabajar y se empezó a encontrar mal. Ahí ya tenía 39 de fiebre... Sospechamos que algo no iba bien”. Han transcurrido ocho días desde entonces. Acudieron al hospital y le detectaron una neumonía, activando así el protocolo. Sigue ingresado.
“No se encuentra muy bien. Le han puesto oxígeno porque la saturación es baja”, cuenta Aurora, que en cada visita tiene que seguir un escrupuloso procedimiento para taparse con mascarilla, bata de plástico y guantes de látex que desecha a la salida, antes de lavarse concienzudamente con gel desinfectante. “Entras a la habitación y allí no coincides con nadie más; y una vez dentro no puedes salir hasta que se acaba la visita.Pero da la sensación de que hay una decena de habitaciones ocupadas”, señala. El acceso a los pacientes en esta planta cerrada al resto del hospital no está recomendado y se ha limitado a un solo familiar.
“¿Cómo voy a seguir con mi vida normal?”
“A mí me dijeron que si no presentaba síntomas no me harían las pruebas, que limpiara la casa y la ropa de cama con lejía. Que siguiera con mi vida... como si fuera tan fácil. En el trabajo me han dicho que no vaya aunque no tenga síntomas”, protesta Aurora, que prefiere ocultar su identidad bajo este nombre ficticio precisamente por esta situación. Siente el rechazo de su empresa y sus compañeros de trabajo. “Hay una ventana de 15 días de período de incubación en la que puedes tener el virus sin desarrollar síntomas. Pero no es una baja médica. ¿Cómo voy a seguir con mi vida normal?”, se pregunta.
En la Plaza Mayor del pueblo, Roberto, de 30 años, sufre una situación parecida. Trabaja en una gran superficie comercial al norte de la región. En su entorno hay un caso positivo y lo comentó en el trabajo. “Los compañeros pasaron de los memes y de hacer bromas tipo 'tóseme encima y mañana no vengo a trabajar' a decirme que les parecía fatal que fuera a mi puesto de trabajo, sin tener ningún síntoma”.
La empresa “por precaución” le mantuvo unos días fuera de los turnos de trabajo, para después reincorporarle. “Entre los compañeros se dijo que me habían puesto en cuarentena. Unos decían a otros que no se acercaran si habían estado conmigo. Se disparó la psicosis. Vacilaban y bromeaban mucho, pero cuando han visto la posibilidad real han entrado en pánico y hasta yo me lo he creído y he pensado mucho en si salir de casa o no”, comenta el joven.
Ser de Torrejón de Ardoz, reflexiona Roberto, empieza a convertirse en un estigma de cara a los demás. En la estación de tren de la localidad el recelo se siente cada vez que los viajeros suben al tren. “Te das cuenta de que la gente te mira cuando subes en Torrejón. Si te sientas a su lado, recogen el cuerpo, como para ganar un centímetro de separación. He visto a gente incluso cambiar de asiento”, comenta un usuario habitual.
El rechazo y el miedo tienen forma de mascarilla
Este rechazo más o menos sutil también se palpa en el propio municipio. Un ciudadano de origen asiático recorre cargado una de las calles aledañas al Ayuntamiento. Lleva puesta una mascarilla. Camina rápido y se pone a la altura de un hombre enfundado en un mono azul que tira de un carro con herramientas, que mira cuando el hombre asiático se pone a su altura. Al reparar en la mascarilla da automáticamente un paso a su derecha, aumentando la distancia entre ambos. ¿Tiene miedo? La pregunta sorprende al hombre del mono, que se encoge de hombros, sonríe y sigue su marcha. “Tengo prisa, trabajo”, dice el hombre con mascarilla cuando va a ser abordado, y aprieta el paso.
En la plaza Mayor el trasiego es constate, pero el número de viandantes con mascarilla no supera lo anecdótico, apenas tres personas en un par de horas. Katya es una de ellas. “Hoy es el primer día que me la pongo. Hace tres años sufrí dos episodios de neumonía y ayer tuve 37,5 de fiebre. Me asusté mucho y me puse a llorar, sola en mi habitación”, explica esta brasileña que comparte piso con tres miembros de una familia colombiana y un español. “No les dije nada a mis compañeros de piso. Llamé a Emergencias pero no tuve contestación después de intentarlo varias veces. Hoy me he despertado sin fiebre, pero tengo miedo, por mis episodios anteriores”, dice Katya.
En una farmacia próxima un hombre pide un par de mascarillas. “¿Con esto vale, no?” le pregunta Alexander a la farmaceútica. “Hombre, es mejor que nada”. Son mascarillas simples, de esas que no sirven para evitar contagios según Sanidad si no van acompañadas de un concienzudo lavado de manos. “Me ha dicho mi mujer que las compre. No es que yo esté asustado, pero si uno va en metro o a un lugar con aglomeraciones probablemente las utilizaremos”, comenta antes de salir de la farmacia con las mascarillas en una bolsa de papel.
El parón comercial
Mientras tanto, en una escena propia de cualquier población española, un grupo de ancianos charla frente a la puerta del Ayuntamiento, donde una de las trabajadoras dio positivo por el virus en la última semana. La gente entra y sale del edificio a cara descubierta. “A mí lo que me preocupa es quedarme inválido en una silla y no valerme por mí mismo”, comenta uno animado, mientras otro se ocupa de pasar al resto un billete de 100 euros que le acaban de dar para que juzguen si se trata de un billete falso. El coronavirus se acepta como otra realidad cualquiera.
En una frutería cercana, la ciudadana china que la regenta trabaja con la mascarilla puesta. Un hombre compra fresas. “Yo no estoy preocupado”, dice sonriendo, mientras la mujer defiende el uso de las mascarillas. “Ahora España como en China”, comenta con su rostro cubierto. “Está mal quitársela. Sin esto, mal para ti y para mí. En España la gente no sabe. En China ahora con esto todo bien”, dice sobre su país.
Muchos de los negocios de los ciudadanos chinos en la localidad han echado el cierre esporádicamente. “Cerrado por vacaciones”, rezan los folios sobre las persianas metálicas. Es otro de los efectos del virus en Torrejón, donde ya se ven afectados los hábitos de consumo. “Qué mes más flojo llevamos”, le dice el dueño de un bar a otro en la Plaza Mayor del municipio. En una mercería cercana las dependientas se quejan de la ausencia de clientes. “Llevamos una semana que no entra nadie”.