“Yo hubiese votado 'sí' por contagio emocional de la gente que quiero”, comenta una chica en catalán. “No es mi lucha, no puedo compartir el sentimiento ni a favor ni en contra”, asegura otro chico en un bar. “Improvisar y forzar un referéndum ha sido un error, se ha jugado con las expectativas de mucha gente, la gente empieza a soñar, y ahora sin el referéndum la gente va a estar más frustrada de lo que ya estaba”, expone un hombre. “No estoy a favor de la independencia, España es un solo país”, afirma una mujer en un mercado.
Esta variedad de voces sobre el proceso catalán no difiere de las de cualquier ciudadano, pero todas ellos tienen en común que no nacieron en Catalunya, ni en España. Lejos de la visión maniquea a la que nos tienen acostumbrados los políticos de un extremo y otro, a través de sus ojos entendemos los matices de un proceso personal y político complejo, y comprendemos cómo alguien llegado de otro país forma sus opiniones y sentimientos sobre un tema que no deja de tener una gran carga emocional ligada a la identidad, la lengua y el territorio.
La Ley de Consultas firmada por el president de la Generalitat, Artur Mas, ahora suspendida por el Tribunal Constitucional, por primera vez permitía a los extranjeros votar en un referéndum. Actualmente en Catalunya viven 1.158.472 extranjeros con autorización de residencia, según datos del Instituto de Estadística de Cataluña. 306.474 de ellos son comunitarios.
Flora Burchianti tiene nacionalidad francesa, le gusta decir que su identidad es diversa y cosmopolita, pero tiene claro que una de esas identidades es la catalana. “Tener derecho a decidir es un acto democrático, y la gente debería poder participar sea cual sea su nacionalidad”, asegura esta investigadora en temas de inmigración, identidad y procesos políticos que llegó a Barcelona hace poco más de tres años.
Christopher Bonnett, científico en el Instituto de Física de Altas Energías de la Universidad Autónoma de Barcelona, lleva aquí cuatro años y ve esta lucha por la independencia como algo ajeno. “No lo siento como algo importante, pero entiendo que los catalanes estén enfadados ante la actitud del Gobierno del PP, ante el no, no, no”. Comprende que quieran votar, aunque no entienda ni comparta el sentimiento nacionalista. Tiene doble nacionalidad británica y belga, y de sentirse de algún lugar, se siente europeo.
“Todavía no tenemos datos, cuantitativos o cualitativos, sobre la opinión de los inmigrantes, y tampoco sabemos qué mecanismos utilizan para decidir. Una posibilidad es que voten en bloque siguiendo la orientación de su comunidad, o bien que hagan un voto más social, y aquí entran factores tradicionales. Un ejemplo es que relacionen el proceso con sus vivencias en origen”, explica Nuria Franco Guillem, politóloga e investigadora sobre partidos nacionalistas sin estado e inmigración del GRITIM-UPF (Grupo de Investigación Interdisciplicar sobre Inmigración) de la Universidad Pompeu Fabra. Lo que sí es cierto es que este proceso genera un vínculo con Catalunya y está permitiendo a los inmigrantes socializar políticamente.
La experta cree que hay una relación clara entre procedencia y opción: “dime de dónde vienes y te diré que piensas”. Es generalizar mucho y todavía no tenemos los datos pero por ejemplo si le preguntas entre la comunidad china no te da ninguna respuesta, no quieren hablar de estos temas. El lugar de origen marca. Para este reportaje intentamos hablar con varios y no accedieron a dar su opinión.
Sin embargo, muchos de los paquistaníes que viven en Barcelona proceden del Punjab, una región con también aspiraciones nacionalistas, y por tanto pueden entender y compartir el proceso. Con los sudamericanos es más complicado, algunos hablan de un apego a la “madre patria”, mientras otros la rechazan de plano y por eso se adhieren más fácilmente a la causa independentista, por rechazo.
Muchos de ellos tienen miedo por la inseguridad, esto es compartido por los autóctonos, tienen miedo de perder los papeles, la nacionalización, etc. Corren dos grandes rumores entre los inmigrantes: uno es que si Catalunya se independiza van a expulsar a todos los inmigrantes y otro es que van a imponer el catalán. Esto también cala a la hora de decidir
Un proceso irreversible
Samir (nombre ficticio), profesor de universidad egipcio, también es partidario de que se pueda votar siguiendo el ejemplo de Escocia, pero cree que el planteamiento del referéndum ha sido irresponsable y ha llevado a Catalunya a un proceso irreversible cuando la lucha, para él, debería ser otra. “Para mí lo importante no es la independencia sino quién te dirige”, apunta. Aunque hace seis años que vive en Barcelona y está casado con una catalana, de Tarragona, se sigue sintiendo egipcio.
En su casa solo se habla árabe y catalán. Samir no duda en que lo más importante es tener un gobierno representativo, justo y transparente porque “en Cataluña también hay muchos políticos corruptos”. “¿Para qué tener un Gobierno independiente pero con la misma corrupción y desigualdades?”, pregunta.
Suleiman Shabahz, paquistaní del Punjab, está de acuerdo con Samir pero cree que sus aspiraciones solo se conseguirán a través de la independencia. Está seguro de que el próximo Gobierno será de izquierdas y más justo. “Yo soy independentista pero de izquierdas, ¿eh?”, puntualiza. Cree que Mas debe mantener la consulta aunque no sea vinculante y convocar elecciones plebiscitarias. Lleva cinco años en España, aunque se siente punjabi y catalán. Pertenece a la Asociación de Trabajadores Pakistaníes de Catalunya, una entidad muy movilizada a favor de la independencia.
En la entrada un enorme mosaico de trencadís reza: “A Catalunya es parla català” y así es como nos habla durante la entrevista, en perfecto catalán. Explica que para algunos extranjeros, como los kurdos o de algunas zonas de Pakistán, es fácil entender los sentimientos nacionalistas.
Tal vez no lo sea tanto para un japonés como Masanori Takano, un maestro de shiatsu enamorado de Barcelona, para quien utópicamente la independencia está bien pero no cree que sea la mejor opción para Catalunya en este momento. Saca a relucir el tema del Ejército: “Un nuevo país necesitaría un Ejército fuerte para poder sobrevivir frente a posibles ataques”. Otro tema que le preocupa, muy alejado del anterior, es el del fútbol: ¿Y contra quién va a jugar el Barça? Aunque no esté de acuerdo, tiene claro que no votaría en un referéndum por respeto a la decisión de la gente de aquí.
Raja Bani Yacoub es de Chauen y lleva 11 años viviendo en un pueblo de Girona. Su decisión es firme: “Rechazo la independencia porque solo existe una España unida”. Se siente marroquí y española. Antes de venir, jamás hubiese imaginado esta situación política. Como ella, su marido y sus amigas también hubiesen votado que no. Lo tiene claro, pero sus argumentos sobre el 'no' se detienen aquí.
Igual que los de Nyuma Jallow, de Gambia, que lleva en Catalunya 23 años y sí está a favor de la independencia, porque cree que es lo mejor. “Porque quiero que sea independiente, mis hijos ya han nacido aquí, son de aquí”. Los hijos de Darsia Díaz, sin embargo, también han nacido aquí, jamás han puesto un pie en el Santo Domingo que vio nacer a sus padres, pero se sienten españoles.
Como explica la investigadora Flora Burchianti, en muchos casos al final es el entorno el que hace que uno se decante por una opción u otra. Ella habla de “contagio emocional” para explicar sus propios sentimientos. “Todos mis amigos están a favor de la independencia y siento que esta lucha es importante para la gente que quiero, es una oportunidad de empezar de cero desvinculados de España”. Para Burchianti este proceso tiene que ver más con una movilización política que con un tema identitario. Y es aquí donde sí ve un problema. “Lo malo de este proceso es que te pone en la obligación de decidirte sobre tu identidad y la identidad no tiene porqué ser unívoca, la identidad es variable y ampliable”.
Más allá del sentimiento
“Está claro que la independencia es cambio pero no necesariamente progreso; puede ir a mejor o peor”. En este proceso interno y político el balance entre los sentimientos y las razones es difícil de calibrar. Para Christopher, aparte de las emocionales, también existen razones coyunturales: “Las crisis siempre acaban por hacer surgir con fuerza los nacionalismos y los extremismos”. Aunque entiende que los catalanes reclamen un mejor sistema de financiación, no cree que sea válido el discurso de que pagan más: “Si uno tiene más recursos y es más rico, paga al que tiene menos. ¡Es el sistema de solidaridad en el que vivimos!”.
Esta opinión es compartida por Samir. Para él, si la economía hubiese funcionado bien, no se hubiesen acelerado los sentimientos independentistas. “Al final la economía está en el fondo de todo, como pasó en la Primavera Árabe”, compara este profesor egipcio. Un Estado independiente podría gestionar mucho mejor la economía y la salida de la crisis, apunta Suleiman. “Además, yo no quiero seguir pagando seis euros al día por ser español”, reivindica a modo de eslogan.
Samir ha leído montañas de libros, dice, sobre historia española y catalana para entender mejor el país que le acoge. Asegura que a pesar de que ahora mismo rechazaría la independencia, entiende el deseo de una parte de la sociedad catalana que siente una nación diferente, no solo por el sistema político o por una cuestión de territorio o lengua, sino “también porque es una forma diferente de sentir, de pensar y de ser”.
En Bélgica también afloran los sentimientos nacionalistas en el debate político y pero allí no hay ninguna razón histórica, explica Christopher, simplemente el norte es rico y habla flamenco y piensa que por qué tienen que pagar al sur pobre que habla otra lengua. “Pero, claro, si te pones a revisar la historia, tendríamos que cambiar muchas fronteras, ¿dónde está el límite?”, se pregunta el científico.
El voto: elecciones plebiscitarias
El referéndum, tal y como estaba planteado por la suspendida Ley de Consultas, establecía que los extranjeros no comunitarios pudiesen votar demostrando tres años de residencia en España, y los procedentes de la UE con un año de residencia. “Nos sentimos ciudadanos de tercera”, protesta el italo-argentino Javier Bonomi, presidente de la Federación de Entidades Latinoamericanas de Cataluña (FEDELATINA), una de las entidades más activas e implicadas en la lucha por el voto para los inmigrantes.
Para él, esta división entre comunitarios y no comunitarios es un mal punto de partida para construir un país nuevo: “Nos dicen que nosotros también somos los padres de la nueva patria pero nos sentimos como los primos lejanos”. Se pregunta hasta qué punto realmente a los políticos les interesa que los inmigrantes voten en un referéndum vinculante y ve cierta intencionalidad de cálculos electoralistas detrás de este “déficit democrático”.
Los partidos políticos independentistas han intentado socializar a los inmigrantes e ir creando una identidad cívica basada en la igualdad y las oportunidades con la lengua catalana como base. Los partidos han abandonado en gran medida sus discursos etnicistas. “El objetivo de los partidos nacionalistas catalanes es incluir a la inmigración en sus filas”, asegura Nuria Franco. Un ejemplo de este esfuerzo sería el de laFundació Nous Catalans, una entidad antena de CiU dirigida por Àngel Colom, Secretario de Inmigración de Convergencia Democrática, que fue cread en 2010, y muy movilizada a favor del SISI.
La legislación actual no permite a los extranjeros votar en las elecciones autonómicas ni en las generales. En las locales depende de la nacionalidad; solo pueden ejercer este derecho los comunitarios o los que proceden de algún país con los que se han escrito acuerdos de reciprocidad como Bolivia o Nueva Zelanda, entre otros. Javier Bonomi denuncia, no sin cierta ironía, esta paradoja: “Yo soy medio italiano y medio argentino. ¿Qué pasa, que mi mitad italiana es más lista que mi mitad argentina?”.
Flora Burchianti también ve difícil que los extranjeros se impliquen en la construcción de un nuevo país sin el derecho al voto y sin una organización clara. Los inmigrantes con tarjeta de residencia podrán ejercer su derecho en la seudoconsulta del 9-N. Una consulta en la que el voto tendrá un mero valor simbólico pero ninguno de los entrevistados, a pesar de sus firmes convicciones, podrá depositar su papeleta en unas elecciones autonómicas, que se plantean como plebiscitarias.