Es una observación tan antigua como las reuniones humanas alrededor de las hogueras: la luz nocturna puede atraer a una multitud de insectos que revolotean erráticamente. En el arte, la música y la literatura, este espectáculo es una metáfora perdurable de atracciones peligrosas pero irresistibles. Observar sus frenéticos movimientos realmente da la sensación de que algo va mal: que en lugar de buscar comida y evadir a los depredadores, estos pilotos nocturnos están atrapados por una luz.
A pesar de que llevamos siglos siendo testigos de su comportamiento, tenemos pocas certezas sobre por qué lo hacen. ¿Cómo es posible que una simple luz convierta a navegantes rápidos y precisos en cautivos indefensos y torpes revoloteadores?
Nuestro equipo de investigación examina el vuelo, la visión y la evolución de insectos, y hemos utilizado técnicas de seguimiento de alta velocidad en una investigación recientemente publicada en Nature.
Polillas hacia la llama
Muchas de las antiguas explicaciones de este comportamiento hipnótico no han terminado de cuajar. Una de las primeras ideas era que los insectos se sentían atraídos por el calor de la llama. Esto era interesante, ya que algunos insectos son realmente pirofílicos: les atrae el fuego y han evolucionado para aprovechar las condiciones de las zonas recién quemadas. Pero la mayoría de los insectos que revolotean alrededor de una luz no pertenecen a esta categoría, y las luces frías también los atraen.
Otra idea era que los insectos se sentían atraídos directamente por la luz, un comportamiento llamado fototaxis. Muchos insectos se mueven hacia la luz, quizá como forma de escapar de entornos oscuros o de trampas. Pero si ésta fuera la explicación de las agrupaciones en torno a una luz, cabría esperar que chocaran directamente con la fuente. Pero no ocurre así. No van directos a la luz, vuelan en círculos.
La teoría más romántica es que los insectos podrían confundir una luz cercana con la Luna, al intentar utilizar la navegación celeste. Muchos insectos usan la Luna para mantener su rumbo por la noche.
Esta estrategia se basa en la forma en que los objetos situados a gran distancia parecen inmóviles mientras uno se desplaza en línea recta. Una Luna fija indica que no has dado ningún giro involuntario, como podría ocurrir si te zarandeara una ráfaga de viento. Sin embargo, los objetos más cercanos no parecen seguirnos en el cielo, sino que se quedan atrás a medida que uno avanza.
La teoría de la navegación celeste sostenía que los insectos se esforzaban por mantener estable esta fuente de luz, girando bruscamente en un intento fallido de volar recto. Es una idea elegante, pero este modelo predice que muchos vuelos deberían ser en espiral hacia una colisión, lo que no suele coincidir con las órbitas que vemos. Entonces, ¿qué está pasando realmente?
Grabamos miles de vuelos
Para examinar esta cuestión en detalle, capturamos vídeos de alta velocidad de insectos alrededor de diferentes fuentes de luz. Buscamos determinar con precisión las trayectorias de vuelo y las posturas corporales, tanto en el laboratorio del Imperial College London, como en dos lugares de campo en Costa Rica, el CIEE y la Estación Biológica. Y descubrimos que sus patrones de vuelo no se ajustaban a ningún modelo existente.
Más bien, una gran cantidad de insectos situaba sistemáticamente sus espaldas hacia las luces. Se trata de un comportamiento conocido como respuesta dorsal a la luz. En la naturaleza, suponiendo que la luz baja más del cielo que sube del suelo, esta respuesta ayuda a mantener a los insectos en la orientación adecuada para volar.
Colocar sus espaldas apuntando hacia luces artificiales cercanas altera sus trayectorias de vuelo. Hacen algo parecido a los aviones cuando se inclinan para girar, a veces hasta que el suelo parece casi recto por la ventanilla. Cuando sus espaldas se orientan hacia una luz cercana, el movimiento resultante los hace girar alrededor de la luz, dando vueltas, pero rara vez chocando.
Estas trayectorias orbitales fueron sólo uno de los comportamientos que observamos. Cuando los insectos volaban directamente bajo una luz, a menudo se arqueaban hacia arriba cuando ésta pasaba por detrás de ellos, manteniendo sus espaldas orientadas hacia la bombilla hasta que, finalmente, volando en línea recta, se detenían y caían al vacío.
Y encontramos algo aún más extraordinario: cuando volaban directamente por encima de una luz, los insectos tendían a voltearse boca abajo, de nuevo dándole la espalda, y luego se estrellaban bruscamente.
¿Por qué dar la espalda a la luz?
Aunque la luz nocturna puede perjudicar a otros animales –por ejemplo, al desviar a las aves migratorias hacia zonas urbanas– los animales más grandes no parecen perder su orientación vertical.
Entonces, ¿por qué los insectos, el grupo de voladores más antiguo y rico en especies, recurren a una respuesta que los deja tan vulnerables?
Quizá tenga que ver con su pequeño tamaño. Los animales más grandes pueden sentir la gravedad gracias a que poseen órganos sensoriales que perciben su aceleración, o cualquier aceleración. Los humanos, por ejemplo, utilizamos el sistema vestibular de nuestro oído interno, que regula nuestro sentido del equilibrio y suele darnos una buena idea de hacia dónde está el suelo.
Pero los insectos sólo tienen pequeñas estructuras sensoriales. Y, sobre todo cuando realizan rápidas maniobras de vuelo, la aceleración sólo les ofrece una pobre indicación de hacia dónde se dirigen. En su lugar, parecen apostar por la luminosidad del cielo.
Antes de la iluminación moderna, el cielo solía ser más brillante que el suelo, de día o de noche, por lo que proporcionaba una señal bastante fiable para un pequeño volador activo que esperaba mantener una orientación constante. Las luces artificiales que sabotean esta capacidad, incitando a los insectos a volar en círculos son relativamente recientes.
El creciente problema de la iluminación nocturna
A medida que se extienden las nuevas tecnologías, las luces que impregnan la noche proliferan más rápido que nunca. Con la introducción de los LED baratos, brillantes y de amplio espectro, muchas zonas, como las grandes ciudades, nunca ven una noche oscura.
Los insectos no son los únicos afectados. La contaminación lumínica altera los ritmos circadianos y los procesos fisiológicos de otros animales, plantas y humanos, a menudo con graves consecuencias para la salud
Pero los insectos atrapados alrededor de una luz parecen llevarse la peor parte. Incapaces de conseguir comida, fácilmente localizables por los depredadores y propensos al agotamiento, muchos mueren antes de que llegue la mañana.
En principio, la contaminación lumínica es una de las cosas más fáciles de solucionar, a menudo basta con apagar un interruptor. Limitar la iluminación exterior a una luz cálida, útil y específica, no más brillante de lo necesario y durante menos tiempo, puede mejorar mucho la salud de los ecosistemas nocturnos. Y las mismas prácticas que son buenas para los insectos ayudan a recuperar la visión del cielo nocturno: más de un tercio de la población mundial vive en zonas donde la Vía Láctea nunca es visible.
Aunque los insectos que dan vueltas alrededor de una luz son un espectáculo fascinante, sin duda es mejor para ellos y para los beneficios que aportan a los humanos que la noche sea oscura y que les dejemos realizar en libertad todas esas actividades que tan magistralmente llevan a cabo bajo un cielo en el que lo único que brillen sean las estrellas.
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.