La inversión en educación pública encadena diez años de descensos mientras que los fondos para la concertada son hoy más elevados que hace una década
La financiación de la educación en España tocó techo en 2009. Y hasta hoy. Desde ese año, cuando se alcanzó el 5,04% del PIB, la curva solo ha tomado una dirección. Décima a décima, la inversión ha caído hasta el actual 4,21%, según los últimos datos publicados por el Ministerio de Educación en el Sistema Estatal de Indicadores de la Educación. La cifra mágica del 7%, considerada la óptima para educación, cada vez queda más lejos.
Cierto es que la inversión absoluta, en euros contantes y sonantes, ha tenido un comportamiento distinto, con bajadas al principio de la década y subidas en la segunda mitad. Pero aún así también sigue por debajo de la que había hace diez años, y como la subida de las partidas ha sido menor de lo que iba creciendo la economía del país, la inversión relativa, el dato que se utiliza para medir el nivel de inversión y hacer comparaciones entre países (no tiene sentido medir la inversión total en educación de un país como EE UU con otro como Holanda, por ejemplo), solo baja.
En España, el primer tijeretazo vino en los presupuestos de 2010, tanto absoluto como relativo. Mariano Rajoy no es el único culpable: José Luis Rodríguez Zapatero era todavía presidente. Igual de cierto es que el PP abrazó la idea en su llegada al Gobierno y la llevó un poco más allá desde el primer momento. De 2011 a 2012 se produjo la mayor caída en inversión educativa en la historia de la democracia española: 2.000 millones de euros menos en el sistema (un 2% de descenso) y dos décimas menos respecto a un PIB que también se desplomaba, pero menos. Abriendo un poco el foco, en el periodo 2009-2013 la educación perdió casi 9.000 millones de euros, un 16,6% de la partida.
Eran los años en los que la OCDE, de la mano de su director educativo, Andreas Schleisser, explicaba que a partir de cierta cantidad, que en su opinión España había alcanzado, la inversión en Educación no se traducía necesariamente en mejoras en el sistema. Montserrat Gomendio, quien fuera número dos de Educación del ministro José Ignacio Wert, se pasó 2013 hablando de esta cuestión. “En España vemos que, teniendo niveles de inversión que están por encima de la OCDE [por aquel entonces], estamos por debajo del rendimiento que nos correspondería”, afirmaba.
Sostenía Gomendio que “la mayor parte de la inversión [en Educación] se ha desviado a reducir la ratio alumno-profesor y mejorar el salario de los profesores”. Hablaba la secretaria de Estado del periodo 2000-2010, aunque esa afirmación data de 2013, cuando a los profesores se les había recortado una paga extra y congelado el salario, y se habían subido las ratios. El tándem Wert-Gomendio recibió un sector que contaba con 50.343 millones de euros (el 4,73% del PIB) y dejaron uno, en 2015, que gastaba 46.262 millones, un 4,29% del PIB. Siendo cierto que les tocó gestionar lo peor de la crisis, también lo es, como recuerda Paco García, secretario general de la federación de Educación de CC.OO, que recortar en este ámbito fue una elección del Gobierno. Bruselas le dijo a los países: “Tenéis que recortar gastos”. Pero nunca dijo de dónde.
Esta misma situación se ha venido dando prácticamente en toda Europa desde que empezara la anterior crisis, a partir de 2008 (ver gráfico). Independientemente de la situación de partida de cada país, las curvas de inversión en el mejor de los casos se mantienen planas, en caso de inclinarse lo hacen siempre en la misma dirección: hacia abajo. La tendencia es independiente del punto de partida, pero igual de cierto es que este punto difiere. Los grandes (y más ricos) países europeos superan el 5%, excepto Alemania.
Sea como fuere, el recorte del sector entre 2011 y 2015 sirvió para devolver a la educación a su lugar histórico, del que no ha salido. El 4,21% que se invierte hoy en día en la educación se parece mucho al 4,3%, centésima arriba, centésima abajo, que hubo durante los 2000. Observando la evolución en el gráfico, la anomalía parece más bien el periodo entre 2007 y 2011, cuando España se creía rica, se veían grúas mirara donde se mirara, y se rozó el 5%. Esta cifra es la que pretende alcanzar en el corto plazo la actual ministra, Isabel Celaá.
Para ello va a necesitar que la partida destinada a educación suba ocho décimas, que son unos 8.000 millones. Otra posibilidad es mantener la inversión, hecho que en un contexto de bajada del PIB haría que automáticamente el gasto relativo aumentara. Aunque consiga alcanzar ese 5% –aún no hay ni presupuestos– España aún estará lejos del 7% óptimo. Para alcanzarlo tendría que aumentar su gasto educativo actual en un 66%.
La peculiaridad española
La peculiaridad del modelo español se llama escuela concertada. Financiar con fondos públicos centros privados no es exclusivo de este país, pero España sí es uno de los tres europeos donde más se da. La paradoja es que mientras la inversión en la red pública caía, el dinero estatal para la red privada concertada ha tenido un mejor comportamiento.
Los fondos para la escuela concertada sí están mejor hoy que hace diez años, tanto en términos absolutos como relativos. Lo que en 2009 eran 5.891 millones de euros (y el 10,9% del gasto educativo) en 2018 se han convertido en 6.340 millones de euros, un 12,4% del total. Y todo con el mismo número de alumnos, variable que es la que, sobre el papel, marca el gasto en conciertos. En 2009 la concertada acogía exactamente al 25% del alumnado; en 2018 era el 25,6%.
El lector observador habrá pensado –argumento que utiliza la patronal de la escuela concertada, principalmente la iglesia católica– que la escuela concertada educa mucho más barato: un cuarto de los alumnos con un octavo de la inversión. La explicación básica a este desajuste es que la concertada no atiende apenas población educativamente problemática, que consume muchos más recursos. Tampoco está presente en el campo: las escuelas rurales son mucho más caras porque apenas tienen alumnos. Muchos analistas educativos sostienen que este es el verdadero motivo que explica su pervivencia –e incluso mejoría– en el tiempo.
Es el gasto
Aunque en ocasiones los políticos, como se ha visto anteriormente, minimizan la importancia del gasto educativo, los profesores a pie de aula tienen claro que es un elemento básico para mejorar la educación. Elías Gómez, docente en Melilla, argumentaba por qué recientemente en Twitter.
“Llevamos 40 años de democracia. La educación se ha modernizado (...), pero no ha habido una voluntad consciente de apostar económicamente por la educación pública. No era necesario echar muchísimo dinero un año concreto, sino estar aumentando los recursos paulatinamente hasta que fuesen adecuados”, explica. “Y así tenemos (...) en muchos sitios ratios tercermundistas. Si tuviéramos unas ratios razonables (15-20 alumnos por aula), casi no habría que haber adoptado nada para septiembre, y sin embargo ahora debemos cumplir unas medidas de seguridad que son absolutamente irrealizables”.
Y no son solo las ratios a las que alude Gómez. La falta de inversión también se ha notado en las infraestructuras, elemento que ahora se está revelando clave para la gestión de la pandemia. Como no había dinero, no se han construido nuevos centros ni se han adaptado los existentes. ¿Resultado? Colegios e institutos acogen hasta dos y tres veces más alumnos de los estaban previstos cuando se construyeron. Como ha sucedido en muchos sectores, mientras las cosas iban medio bien esta circunstancia no era una preocupación. Hasta que han dejado de ir medio bien.
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