ENTREVISTA Psicóloga

Isa Duque: “Tenemos los mismos prejuicios sobre la Generación Z que ya tenía Aristóteles sobre la juventud”

Marta Borraz

18 de junio de 2022 22:44 h

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Dice que es la generación a la que más criticamos pero sin conocerla del todo. Psicóloga, sexóloga y terapeuta feminista, Isa Duque (Zaragoza, 1985) quiere remediarlo y, para ello, ha volcado todo lo que ha aprendido tras más de 15 años en contacto con la juventud en 'Acercarse a la Generación Z' (editorial Zenith). Más conocida como La Psico Woman, su alter ego en redes sociales, Duque intenta descifrar quiénes son los jóvenes de hoy, sus anhelos, sus miedos, sus códigos, su forma de relacionarse. Son la llamada Generación Z, la de los nacidos a partir de mediados de los 90.

¿Quién es la Generación Z?

Hablamos de Generación Z para referirnos a las personas nacidas entre 1994 y 2010. Una generación, como muestra el INJUVE, cada vez más diversa y heterogénea, por eso siempre es importante que seamos críticas con la homogeneización. A grandes rasgos podríamos decir que son la primera generación que nacen con una extensión corporal (el teléfono inteligente) que les da acceso a mucha información en un mundo globalizado y a las TRIC (tecnologías de la información, relación y comunicación) que va a cambiar de forma sustancial la forma de relacionarse, de crear su identidad, de adquirir aprendizaje y de estar en el mundo. 

Vagos, irresponsables, a los que se les deja hacer de todo, desafiantes…¿Son estereotipos sobre los jóvenes o hay algo de realidad? 

Es una realidad para algunas personas, pero de todas las edades. Lo que pasa es que son conductas que solemos aplicarle a la juventud de forma homogénea. Sería interesante que muchos de los estudios que hacemos con la juventud, los hiciéramos también con gente de más edad y nos sorprenderíamos. De hecho, hay un dato muy interesante que aparece en un informe del INJUVE: que el 91% de los jóvenes había cumplido con las medidas de la pandemia aunque las consideraran poco coherentes. Me impactó porque los mensajes que se lanzaron durante la COVID iban en sentido contrario, pero también me hace plantearme qué hubiera salido si se analizara a personas de otras generaciones.

Asegura en el libro que cuando hablamos de la juventud, solemos caer en la idealización del pasado y de lo que fuimos...

Sí. Hay idealización y hay adultocentrismo. Eso nos lleva a tener prejuicios, que en realidad siempre ha tenido la sociedad con las generaciones más jóvenes. Los mismos desde Aristóteles, que ya decía que los jóvenes de entonces no tenían control, estaban siempre de mal humor, que habían perdido el respeto a los mayores, no sabían lo que era la educación y carecían de toda moral. Con la Generación Z lo que ha pasado es que se ha unido el adultismo con la tecnofobia y la neofobia, que es la demonización de lo tecnológico y el rechazo a lo nuevo. Es un combo especial que ha provocado que denostemos aún más a esta generación.

Solemos hablar de ellos como si estuvieran al margen, como si no proyectaran todo lo que está pasando en la sociedad. Nos preocupa el botellón, pero ¿cómo naturalizamos los adultos el alcohol?

Nombra mucho el adultismo a lo largo del libro...¿Qué es?

Son un conjunto de conductas basadas en la diferencia de poder en función de la edad. Es interesante que, al igual que hablamos de ponernos las gafas violeta con el feminismo, nos pongamos estas otras y veamos que es una cosa totalmente instaurada y la reproducimos todo el rato. Nos situamos frente a la infancia y adolescencia en una posición de superioridad sin atender a lo que son ni sus necesidades. Es un ejemplo, pero el otro día una joven me contaba que su padre había ido a hacer la declaración de la renta y había vuelto diciendo que quien le atendió no lo había hecho bien “y eso que no era joven”.

Solemos hablar de ellos como si estuvieran al margen, como si no proyectaran todo lo que está pasando en la sociedad, de lo que somos responsables. Nos preocupa el botellón, pero ¿cómo naturalizamos los adultos el alcohol? Además es que tenemos datos para afirmar que están apostando por patrones de ocio distintos, que han reducido el consumo de drogas o que nos dan mil vueltas en lo que tiene que ver con la aceptación de la diversidad. No significa que todo sea positivo, para nada, pero de esto no se suele hablar.

Es habitual la afirmación de que lo tienen más fácil...

No es así. La Generación Z ha crecido atravesada por crisis sistémicas desde 2008. O sea, toda su vida. Los sistemas educativos no han cambiado, aunque su forma de aprender sabemos que sí, les seguimos diciendo que se olviden de sus gustos y talentos, que hay cosas que van a tener más salidas, cuando la inmensa mayoría de los trabajos a los que se van a dedicar las criaturas más pequeñas no los conocemos. Hay una enorme precariedad y somos el país de Europa con una tasa de emancipación más tardía y no es porque quieran seguir viviendo en casa de papá y mamá. Los salarios han bajado y la vida ha subido y a todo esto se suma una pandemia mundial. Y todavía se les llama la “generación de cristal”...

No es poco frecuente la crítica de que antes, el mismo poder adquisitivo se empleaba de otra forma y las anteriores generaciones se privaban de determinadas cosas...

Yo estoy hablando de supervivencia. De gente que no tiene una familia que le respalde económicamente y que está explotada en sus trabajos sin estabilidad. No hablamos de viajes o de fiestas, sino de lo que cuesta el alquiler ahora mismo en el Estado español. Otra cosa es el análisis de qué entendemos por vivir bien, y para cada persona será una cosa u otra.

Es la generación de Internet y las redes sociales. El uso masivo que hace de las pantallas, ¿les desconecta de la realidad?

Lo primero que diría es que hablamos todo el rato de lo pegados que están a las pantallas, pero ¿cómo está la mayor parte de la población? Es obvio que puede servir para evadirnos y es cierto que los algoritmos están hechos para que estemos el mayor tiempo posible, pero lo que no podemos es decir lo malas que son y mirar para otro lado. Lo que debemos es hacer una buena pedagogía y centrarnos en los cuidados digitales para que no diseñen nuestra vida.

Además, no conocemos bien qué hacen con las redes. Cuando vemos un grupo de jóvenes todos con el móvil solemos reaccionar pensando que estarán perdiendo el tiempo, pero es que depende. No sabemos si en ese momento están movilizándose, hablando, buscando información, subiendo un trabajo de clase o están viendo lo que está haciendo Rosalía esta mañana. Pero es que igual yo si hubiera sido adolescentes y hubiera podido ver lo que hacían las Spice Girls en su día a día, también hubiera estado pegada a la pantalla.

Desde 1989 los niveles de presión y perfeccionismo no paran de aumentar en la juventud, lo que se une a la incertidumbre y la sensación de inestabilidad

Parece que con las redes sociales hay una mayor obsesión por la imagen, la búsqueda de la aprobación social y la presión estética. ¿Les está pasando factura?

Sí, a la Generación Z y en general. De ahí la tan necesaria pedagogía digital. Cuando hablo con la chavalería me doy cuenta de que saben que estas vidas son mentira y que los cuerpos son falsos, pero recibir mensajes constantemente sobre estándares que no tenemos y no vamos a tener, cala inconscientemente. Es importante que nos pongamos las pilas para intentar diseñar nuestras redes y seguir cuentas que nos ayuden a lo contrario. Por ejemplo, con el tema de la gordofobia hay perfiles que muestran cuerpos, celulitis o estrías que tienen más que ver con lo que somos. Y eso también lo han traído las redes sociales.

Son una generación atravesada por problemas de salud mental. ¿Los padecen o los visibilizan más?

No lo sabemos. Sí tenemos palabras para nombrar malestares que antes no, pero también conocemos que desde 1989 los niveles de presión y perfeccionismo no paran de aumentar en la juventud, especialmente en las mujeres. Tiene mucho que ver con la sociedad neoliberal, el individualismo y la competitividad. Con tener éxito y destacar. Eso se ve diariamente. Y hay mucha sensación de inseguridad, de poca estabilidad y de incertidumbre, lo que se une a la precariedad existente y en muchas ocasiones les provoca que dejen de encontrarle sentido a la vida.

Son más feministas y abiertos a la diversidad LGTBI, pero al mismo tiempo asistimos a un auge de discursos negacionistas. Han crecido los chicos que no consideran la violencia de género un problema y sí un invento ideológico. ¿Qué está pasando? ¿Están conviviendo las dos tendencias?

Sí. Al igual que en el resto de la sociedad. Estamos en un momento de muchísima polarización y tiene que ver con un contexto político determinado. Esto está pasando y se refleja en la chavalería. Una vez dicho esto, a mí lo que me interesa es plantearnos qué podemos hacer y, para mí, pasa por intentar acercarnos y convencer a esos chicos que están teniendo referentes en Youtube o TikTok lanzando mensajes falsos. Lo que yo intento hacer es llevar datos, testimonios y ser estratégica. Hace cuatro o cinco años me presentaba, decía de qué iba el taller y que era ciberactivista feminista, pero ahora ya no lo digo porque sé que entonces una parte de la sala se cruzará de brazos y no escuchará nada.

La extrema derecha suele precisamente demonizar este tipo de talleres de igualdad y educación sexual. ¿Desde qué edad hace falta y para qué?

Estamos en un momento en que por un lado tenemos muy clara la necesidad de una educación sexual integral, crítica y de calidad porque sabemos que, si no, les está educando el porno masivo o las películas románticas más mainstream. Pero al mismo tiempo nunca antes había sido tan complicado hacer formaciones de este tema porque está totalmente instrumentalizado y politizado. La educación sexual tiene que ver con todo, atraviesa todas las esferas, habla de inteligencia emocional, de sentimientos, de cómo nos relacionamos, de desarrollo corporal...Ojalá nos hablaran de esto, adaptado a cada momento evolutivo, desde que somos pequeños y pequeñas. Sobre todo porque pensamos que la educación sexual es dar unos contenidos determinados, pero todo el rato estamos educando, incluso desde el silencio.