El neurocientífico Facundo Manes (Salto, Argentina, 1969) cree importante que la sociedad conozca más lo que la ciencia sabe del cerebro y las implicaciones que tiene para que pueda debatir sobre ello, sus límites, los dilemas éticos y morales que plantea. Por eso desempeña una labor divulgativa que le ha llevado a escribir el libro Usar el cerebro. Conocer nuestra mente para vivir mejor, que ahora llega a España (Editorial Paidós) precedido por un gran éxito en su país.
“Todo el mundo tiene un cerebro, por eso interesa tanto”, ironiza. Creador del Instituto de Neurología Cognitiva (INECO) y del Instituto de Neurociencias de la Universidad Favaloro en su país, el doctor adquirió cierta fama recientemente por haber dirigido el equipo que intervino a la presidenta argentina, Cristina Fernández de Kirchner, por un hematoma en el cerebro.
El título del libro da a entender que usamos el cerebro poco.
El título tiene que ver con que damos por hecho que tenemos cerebro y no nos planteamos que somos cerebros con patas, no tenemos esa conciencia. El título tiene la idea de que cuando concemos algo mejor lo usamos mejor. Si uno conoce como pensamos, que somos seres emocionales, que podemos proteger nuestro cerebro, seguramente lo hagamos mejor.
¿Cómo podemos cuidarlo?
Una de las cosas que recomendamos es el ejercicio. Sólo andar genera miles de conexiones nuevas. Una manera de cuidar el cerebro es hacer ejercicio físico. También es un gran ansiolítico. Es importante el ejercicio intelectual, el desafío intelectual. Hacer algo que nos cueste. No el trabajo rutinario, algo diferente. Y por último el contacto social. Somos humanos por la relación con los demás.
Hay quien dice que utilizamos una parte pequeña del cerebro, apenas un 10%. ¿Es cierto?
Es un mito. Hoy sabemos que el cerebro trabaja en paralelo, varios circuitos se activan a la vez. Incluso cuando no hacemos nada, estamos tirados en el sofá, trabaja de forma intensa. También es un mito que escuchar a Mozart mejore el aprendizaje, o que las neuronas no se regeneran. Sabemos que en los cerebros adultos hay ciertas áreas donde se produce generación de nuevas neuronas, que el cerebro cambia permanentemente, que la experiencia modifica las conexiones cerebrales.
¿Qué le sorprende más de lo que es capaz de hacer el cerebro?
Uno de los aspectos más fascinantes es la memoria. Que olvidemos casi todo en la vida y que sólo recordemos básicamente lo que nos emociona, y que cada vez que la evocamos puede ser reconstruida. Hoy tenemos datos científicos de que cada vez que recordamos algo es plausible de reconstrucción. Sabemos que la memoria no es tanto el hecho que vivimos sino el último recuerdo de ese hecho.
No sé si también es falso el mito de las diferencias en el modo de pensar de hombres y mujeres. ¿Son reales?
Hay una diferencia funcional entre el cerebro masculino y el femenino, no anatómica. Un patólogo no podría saber si un cerebro es de hombre o mujer. Ya desde el útero el baño hormonal es diferente en función de que el cerebro sea masculino o femenino. Y además la mujer tiene la experiencia, o al menos están preparadas para tener un hijo, criarlo, amamantarlo... si decimos que la experiencia modifica el cerebro, imagínese esta preparación si influye. Hay bastante evidencia científica de que el proceso emocional y la empatía en las mujeres procesan la emoción, la empatía, de manera diferente que los varones.
Dice en el libro que el cerebro está muy influenciado por la historia, los instintos más básicos, las necesidades de otras épocas... ¿Esto desparecerá alguna vez?
No, va a seguir. El cerebro no cambia en miles de años. Cambia en miles de miles de años. El cerebro no ha cambiado mucho en los últimos 10.000 años. Apareció la lecto-escritura hace cinco o seis mil años, pero no cambió. Los circuitos que usa la lecto-escritura se los robó al circuito visual. No hay unos circuitos específicos. Creo que va a haber una evolución en los cambios cerebrales, pero no tan fácilmente sino en miles de miles de años.
¿Se podría aventurar hacia dónde va ese cambio, qué cosas nos impulsarán?
Es difícil. Se puede aventurar que va a haber una relación entre la tecnología y el cerebro. Cada vez más va a ser menos ciencia ficción cierta relación entre ambos. Hoy por ejemplo se puede, con electrodos colocados en la cabeza, interpretar pensamientos básicos de las personas. Creo que habrá una tendencia a una interfase tecnología-cerebro. Pero no puedo predecir los cambios en el cerebro.
Una manera de interpretar esto es que debido a la tecnología es posible que nos esforcemos menos en retener la información, pensemos menos... que para eso está la tecnología.
Creo que no es cierto. Lo mismo pasó cuando aparecieron las bibliotecas o la imprenta. La tecnología es que va a afectar nuestra calidad de vida. Por ejemplo, en personas con rasgos obsesivos, ansiosos, la tecnología va a aumentar esos rasgos. El otro punto es el tema de la introspección, volver a aburrirse, estar solo. Ahora tenemos la posiblidad de no estar aburridos ni solos porque tenemos esto (levanta el teléfono). Es un error. Necesitamos estar solos, aburridos. Sobre todo los niños y jóvenes. Tienen que volver a aburrirse, tener instrospección, imaginar el futuro...
Parece poco real esto.
Bueno, esto puede ser uno de los grandes aportes de la neurociencia, decir 'esto está mal'. La neurociencia puede decir que hay evidencia científica para decir a los padres que no permitan los móviles en la mesa. Quizá sea una aportación de la ciencia poner límites a esta tendencia social.
El libro toca el tema de los sentimientos, supongo que la parte más compleja del estudio del cerebro. Uno de los más obvios es la búsqueda de la felicidad. ¿En qué consiste?
Es difícil medir científicamente la felicidad, porque son constructos sociales difíciles de medir en un laboratorio. Lo mismo pasa con la memoria o la inteligencia. El cerebro humano, si uno puede ser reduccionista, evita el peligro y busca el placer. Es un principio de nuestra vida. Y en la felicidad sabemos que hay una activación de ciertos sistemas de recompensa. Pero hay límites en el estudio de la felicidad desde las neurociencias o la inteligencia. La ciencia no puede medir hoy la complejidad de la inteligencia. Puede mediar algún aspecto, como el coeficiente intelectual (CI). Pero eso no representa toda la inteligencia. Por eso hay que tener cuidado con estos términos como inteligencia, felicidad al estudiarlos científicamente.
Supongo que también aplica al amor, el gran sentimiento humano.
Es probablemente el sentimiento más increíble que tenemos los seres humanos. Sabemos algunas cosas porque se ha estudiado el cerebro de enamorados. Cuando uno está enamorado se activan esos mecanismos de recompensa. Incluso cuando la persona es rechazada. El sistema de placer sigue activo, por eso es difícil olvidar a la persona que amamos. También es cierto que el amor cumple todas las características de una adicción. Cuando uno está enamorado está dispuesto a asumir riesgos, está pensando en eso que es el amor, pero puede ser la droga o sustancia. Hay evidencia de que disminuye el juicio...
Y las adicciones son malas en teoría, ¿no?
[Se ríe] Sí... bueno, cuando uno está enamorado quizá para la sociedad moderna no rinde tanto, quizá en el trabajo no rinda tanto, quizá no sea eficiente desde ese punto de vista... pero eso ya es una cuestión de valores.
Conociendo como se conoce estas sustancias que libera, las sensaciones que provoca... ¿Es posible o será posible simular el amor?
O al revés. Una de las cosas interesantes que se está empezando a investigar es que ahora, por primera vez en la historia hay gente que ha tomado antidepresivos por décadas. Y los antidepresivos modulan ciertos circuitos o mensajeros químicos que intervienen en el amor. Y hay cierta preocupación en algunos entornos de que estos antidepresivos usados de forma crónica evitan la depresión, pero quizá también evitan o no permiten el amor. No hay respuesta aún, pero es un debate que se está dando.