Jugar como una chica, ganar como una mujer: crónica de una final del Mundial que va más allá del fútbol
Las gargantas se rompieron en el minuto 28. Olga Carmona marcaba gol, el Mundial estaba más cerca, la victoria, más allá del fútbol, también. El pitido final confirmaba la emoción: era el deporte, pero no solo. La alegría y el llanto de las jugadoras de la selección se contagiaban a muchísimas otras mujeres. Porque un Mundial de Fútbol lo merece, sobre todo si es el primero. También porque el triunfo de España era un exorcismo: contra los 'marimacho' escuchados en el recreo, contra las burlas y el menosprecio, contra los 'no se puede', 'las chicas no deberíais jugar a esto', 'no tienen fuerza'. Quienes este domingo se emocionaban saben lo que cuesta pelear contra la injusticia: el equipo levantaba la copa y era una copa levantada a pesar de todo, sueldos indignos y condiciones de segunda incluidas.
Si hay un símbolo cultural machista por excelencia ese es el fútbol. El 'deporte rey' no solo ha sido un terreno extremadamente masculinizado, sino también parte fundamental de una colonización cultural de género que dictaba qué era lo importante y qué no, qué tenía valor y qué no, qué posición tenían los hombres y cuál era la de las mujeres. Las chicas crecimos con los patios tomados por partidos de fútbol que apenas dejaban espacio para nada más. Las que se animaban a participar en un juego en el que parecía agudizarse la agresividad para convertirlo en un espacio aún más hostil se enfrentaban a las risitas, las burlas y los insultos, cuando no directamente a la exclusión de los partidos y de las competiciones.
Desde muy pequeña fui a ver fútbol a los estadios y, además de triunfos y derrotas, recuerdo con mucha claridad el malestar que me generaba un entorno en el que lo femenino era utilizado como burla o menosprecio contra aquellos a los que se quería criticar. 'Nenaza'. 'Maricón. 'Shakira es una puta'. Las mujeres aparecíamos en la ecuación para ser las histéricas que chillaban por algún futbolista, como seres a los que culpar por las derrotas de sus parejas o metáforas con las que avergonzar a los hombres. Nada peor para un varón que ser asociado a lo femenino. Perdí la cuenta de las veces que me preguntaron si me gustaba el fútbol por algún jugador guapo, o si era del Madrid por mi novio.
Los telediarios dedicaban minutos y minutos al fútbol, siempre en masculino. También las secciones de deportes de los periódicos, la prensa deportiva, las largas tertulias de la radio. Periodistas y comentaristas, todos hombres; poco a poco, mujeres a las que les sigue costando que las tomen en serio. Sueldos millonarios, fichajes galácticos. Mientras, las jugadoras consiguieron en 2019, después de una huelga, un sueldo base de 16.000 euros y vacaciones retribuidas de un mes al año. Acuciaron los comentarios machistas.
Por eso, la victoria de la selección femenina en el Mundial traspasa lo estrictamente deportivo: es un asalto al símbolo. La celebración es general, pero las mujeres la sentimos como algo propio, una venganza, una hazaña, una demostración de que las cosas claro que pueden -y deben- ser de otra manera, un ariete para seguir conquistando derechos y espacios, un ajuste de cuentas con las que vinieron antes, un cambio en el terreno de juego para las que están por llegar. No debería hacer falta una gesta para acabar con las discriminaciones pero sin duda una gesta complica el relato a quienes sostienen la injusticia.
Muchas mujeres compartían estos días historias personales sobre su relación con el fútbol. “Hace 30 años me dijeron que el deporte no era para mujeres. Hoy estoy viendo a la selección española femenina jugar la final de un Mundial con mi sobrina en una pantalla gigante en mi pueblo”, decía en Twitter la periodista Marta Estévez. También Sandra Riquelme, responsable de fútbol en 'Relevo': “Crecí -y me hice mayor- y todos me decían: 'Déjate del fútbol femenino, ve al masculino, que te va a dar más, que eso no va a llegar a ningún lado'. Y resulta que estoy viviendo más de lo que nunca pude imaginar”.
Otras recordaban los 'marimacho' que habían recibido por jugar al fútbol, la manera en la que las habían apartado de un equipo o cómo ellas mismas habían dejado de jugar por falta de fuerzas para enfrentarse a todos esos impedimentos. Había quienes narraban la emoción de seguir el Mundial con sus hijas e hijos. Ver a pequeñas y pequeños admirar y seguir a un equipo femenino con tal naturalidad es comprender de golpe cuánta artificialidad, cuánto empeño construido hay en la veneración absoluta a lo masculino. Las niñas tienen hoy como referentes a las 23 de la selección que, precisamente, han llegado hasta aquí sin ellos. Pero también son un referente para los niños: solo admirando mujeres, deseando ser como ellas, queriendo replicar sus triunfos, sus formas, sus logros, construiremos una masculinidad diferente.
Una masculinidad diferente a la de quien habla en masculino a pesar de que el Mundial lo hayan ganado un grupo de mujeres, como hizo el seleccionador Jorge Vilda al empeñarse en pronunciar “campeones del mundo”. Una masculinidad diferente a la del Presidente de la Federación Española de Fútbol, Luis Rubiales, que decidió unilateralmente dar un beso a Jennifer Hermoso y contribuir a esa cultura en la que nuestros cuerpos son tocables y piropeables sin importar nuestra voluntad ni nuestro deseo.
Los hechos suelen ir por delante de los derechos. El triunfo de la selección femenina en el Mundial y su repercusión se lo pone hoy más difícil a quien aún se atreva a gritar en las gradas 'nenaza' a un jugador al que quiera criticar. Complica los argumentos de quienes menosprecian la calidad de la competición femenina. Pone en un aprieto a quienes defienden sueldos distintos, condiciones diferentes, 'poco a poco que aún no tienen tanta calidad'.
“Muchas hemos crecido pensando que este no era nuestro lugar”, decía estos días la jugadora de la selección Irene Paredes. Explican las teóricas que la gran virtud del patriarcado es hacer pasar las discriminaciones construidas por situaciones naturales. Siempre hay quien, aun así, se rebela y las señala o quien, simplemente, pone todo el empeño en hacer lo que le gusta.
Hoy, Paredes y 22 jugadoras más demuestran que con un poco más de apoyo, con un poco más de visibilidad, se consiguen grandes cosas. Lo que parecía natural, que un equipo femenino no destaque o que la competición femenina no interese, se revela como construido, por omisión. Y de la misma manera se entiende que las cosas pueden ser diferentes. En realidad, lo extraordinario es lo conseguido con casi todo en contra. ¿Qué pasará entonces cuando muchas otras crezcan sintiendo que ese, y otros muchos, sí son sus lugares?
De momento, las jugadoras de la selección han ganado el primer Mundial femenino para España, todo un triunfo. Asaltar un símbolo, también lo es.
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