Han pasado poco más de dos años desde que su nombre ocupara titulares por algo más que por su trabajo como productor. Era octubre de 2017 cuando el periódico The New York Times y la revista The New Yorker publicaban artículos que destapaban múltiples acusaciones de acoso sexual contra el todopoderoso Harvey Weinstein por parte de actrices y empleadas. El que fuera uno de los hombres más influyentes del cine se sienta desde esta semana en el banquillo después de que el pasado lunes diera comienzo el juicio en la Corte penal estatal de Nueva York.
De las mujeres que denunciaron a Weinstein, la Fiscalía de Nueva York ha presentado cargos por dos: Mimi Haleyi, exasistente de producción, y otra mujer de la que no ha trascendido el nombre. A ello ha añadido la Fiscalía de Los Ángeles dos nuevas acusaciones contra el productor, que siempre ha negado cualquier acto sexual no consentido. La cascada de denuncias públicas de violencia sexual en diferentes grados, sin embargo, se contó por decenas: de Angelina Jolie y Ashley Judd a Cate Blanchett o Gwyneth Paltrow.
El caso no solo supuso un enorme escándalo en Hollywood, sino que prendió la mecha del movimiento #MeToo (Yo también), con el que las mujeres comenzaron a hablar a escala global de la violencia sexual que sufren. Esta etiqueta, basada en el término acuñado por Tarana Burke hacía diez años, fue usado por la actriz Alyssa Milano por primera vez el 17 de octubre. Y a partir de ahí, y más allá de que las denuncias hayan tenido consecuencias reales para los hombres denunciados, la onda expansiva no se detuvo y se reprodujo en otros sectores fuera del cine y del ámbito laboral.
La abogada especializada en violencias machistas, Carla Vall, explica la importancia que ha tenido este movimiento en estos últimos años. “Una de las características de la violencia sexual es el pacto de silencio, que perpetúa la impunidad. La grandeza del #MeToo es haber levantado una alfombra tras la que las mujeres empezaban a decir 'a mí también me ha pasado' y a ponerle nombre a cosas que habían vivido”. En España, se registra una denuncia por un delito contra la libertad sexual cada hora, según datos del Ministerio del Interior relativos al primer trimestre de 2019. Eso, teniendo en cuenta solo lo que se denuncia.
Por eso, aunque los focos de atención se los lleve estos días el juicio a Harvey Weinstein, las expertas insisten en ir más allá porque, desde entonces, la presencia en el debate público de la violencia sexual y de conceptos como el deseo, el consentimiento o las relaciones es diferente. “Weinstein es un símbolo, un hombre que simboliza a muchos hombres como él y a un sistema patriarcal que permite, justifica y minimiza las agresiones sexuales. Por eso hay que mirar al sistema, no al hombre concreto”, señala la socióloga experta en violencia sexual, Beatriz Bonete.
'La manada' y el #Cuéntalo en España
La catarsis que supuso el #MeToo a finales de 2017 llevó a que la revista Time eligiera como 'Persona del año' a las que rompieron el silencio y llevó a su portada a varias actrices. La razón: provocar “uno de los movimientos de cambio social más rápidos en décadas”. Poco después, en enero, la edición de los Globos de Oro de 2018 se tiñó de negro con actrices y actores vestidos de luto en lo que se denominó movimiento Time's Up (Se acabó el tiempo). El lema ha sido usado también en la última edición, celebrada el 6 de enero, a través de los brazaletes con la frase que lucían algunas asistentes.
Bonete opina que ya antes del #MeToo había un contexto favorable para que explotara y este caldo de cultivo se entremezcló en España con el caso de 'la manada' y las masivas protestas bajo el lema 'Yo sí te creo' celebradas por todo el país. Las manifestaciones coincidieron con el inicio del juicio a los cinco hombres, que han sido condenados a 15 años de cárcel, pero se replicaron en varias ocasiones más. Y en el medio de todo, la exitosa huelga feminista del 8M –reeditada en 2019–
Unos meses más tarde, ya en abril de 2018, se hacía viral, de nuevo en las redes sociales, el hashtag #Cuéntalo, creado por la periodista Cristina Fallarás. Bajo esta etiqueta, cientos de miles de mujeres contaron los episodios de acoso, agresiones, comentarios machistas, tocamientos o abusos que habían sufrido durante su vida. Ocurrió en el momento en el que la Audiencia Provincial de Navarra sentenció que lo que había pasado en Pamplona en los Sanfermines de 2016 había sido un abuso sexual, una calificación que cambió posteriormente el Tribunal Supremo. Al movimiento, que siguió activo durante días, se unieron incluso políticas, famosas y cargos públicos.
Un modelo de víctima que no existe
Un punto, el de la proyección de los testimonios, que también identifican las expertas como clave en el estallido del #MeToo. “El hecho de que mujeres ricas y poderosas estuvieran contando este tipo de relatos personales relacionadas con la violencia sexual o con haber tenido que hacer cosas que no querían por mantener su carrera profesional fue importante. Eso que era tan lejano, tan de Holywood, resulta que nos resonaba muchísimo a todas”, cuenta Bonete.
Con ello, comenzaba a resquebrajarse también uno de los mitos que suelen acompañar a las agresiones sexuales: que son cometidas por hombres desconocidos, de noche y con altas dosis de violencia. Carla Vall opina que este movimiento replicado de distintas formas y en distintos lugares y que muchas expertas sitúan en el corazón de una cuarta ola feminista, ha servido también para que la sociedad “comience a hacer una reflexión global” al respecto. “Parecían que eran casos aislados, pero no. Cuando tú ves a una mujer poderosa y famosa contando esto, te das cuenta de que el modelo de víctima que te han enseñado no existe y que todas podemos serlo”.
Por eso, aunque los ojos estos días estén puestos en Harvey Weinstein y en su mediático juicio –por el que puede llegar a ser condenado a cadena perpetua–, las expertas reivindican trascender del ámbito penal y hablar de reparación de las víctimas también en términos sociales. “Es importante cambiar la norma social. Hasta hace poco la norma social era la impunidad y había una sanción social basada en el descrédito de las víctimas”, explica Vall.
Este proceso sigue estando vigente, como se ha podido observar recientemente en el caso Arandina a través de la difusión de los audios de la víctima o las concentraciones de apoyo a los tres condenados. Sin embargo, la ola feminista vivida en los últimos años “está contribuyendo a cambiarlo”, zanja la abogada. Coincide con ella Bonete, para la que la reparación de las víctimas “no solo debe pasar por la condena o caída de los hombres denunciados”, sino que “hay que hacer una reflexión más profunda relacionada con la prevención y con el fin del estigma o de los estereotipos que, en definitiva, perpetúan esta violencia”.