Semipresencialidad, ratios bajas, digitalización, lagunas formativas, falta de disciplina, mucho trabajo y, ya hacia el final, buena disposición. Aunque la pandemia todo lo marca, el primer trimestre del segundo curso escolar más raro que se ha vivido en los colegios –el primero fue el pasado, cierre incluido– concluye con luces y sombras, con un balance positivo general pese a todo y algunas lecciones aprendidas. O más bien confirmadas, porque ha sido la evidencia empírica de lo que siempre dicen los profesores: más vale una ratio baja en clase que mil leyes educativas.
Los centros escolares han escapado al temor que atenazó el inicio del curso en septiembre: no se han producido grandes ni numerosos brotes de COVID-19. No ha habido cierre masivo de aulas ante la propagación de la enfermedad. La pandemia ha traído a los centros, eso sí, en estos tres meses lo peor y lo mejor de la educación, según valoran docentes, familias y estudiantes. En el apartado negativo, siempre hablando desde un punto de vista estrictamente educativo, todas las personas consultadas para realizar este artículo destacan la semipresencialidad, esa fórmula elegida en la mayoría de las comunidades autónomas (algunas resistieron la tentación) para lograr la obligatoria distancia entre alumnos, ante la imposibilidad –o falta de voluntad– de contratar los docentes y/o habilitar los espacios necesarios para separar a los alumnos sin mandarlos a casa un día sí y otro no.
“Lo que teóricamente fue un éxito el curso pasado con la educación a distancia, en realidad es un fracaso bastante grande. Los alumnos no solo no tienen la formación suficiente y aún así han pasado el curso, es que hasta los alumnos buenos tienen la carencia de no haber aprendido ciertas cosas e incluso se han relajado con la idea de que les iban a aprobar”, explica Javier Igual, profesor de Lengua en Secundaria.
A la vez, se da la circunstancia de que las medidas de seguridad sobrevenidas han hecho posible la principal reivindicación de la comunidad educativa: clases con menos alumnos, que han permitido una atención más individualizada y recuperar al menos parte de lo perdido el final del curso pasado. “Al bajar las ratios se ha podido manejar el desarrollo pedagógico en las clases de manera más efectiva y se ha podido atender la individualidad de cada estudiante. Esto ha permitido avanzar bien por el trimestre y resolver problemas que se pudieran arrastrar del curso pasado”, valora Óscar Martín Centeno, director del colegio Santo Domingo, en Algete (Madrid) y presidente del Consejo de Directores de Madrid en un discurso que se repite en todos los ámbitos. Su colega Toni González Picornell, representante de la mayor asociación de directivos de Secundaria, se muestra de acuerdo y añade: “Espero que hayan venido para quedarse”.
Recuperando el tiempo perdido
“La valoración del trimestre es muy positiva”, explica González, director del IES Pare Vitòria, en Alcoy (Alicante), y secretario de Fedadi, la Federación de Asociaciones de Directivos de Centros Educativos Públicos. “Después del confinamiento había necesidad de realizar sesiones presenciales, de tener contacto directo entre los alumnos y entre el profesorado también. Esto era básico”, explica.
El curso empezó despacio, recuerdan hoy los profesores. El confinamiento dejó a los estudiantes sin clases presenciales durante seis meses y el impacto sobre el alumnado, en una doble vertiente, había que recuperarlo. “La mayoría de los centros, por no decir prácticamente todos, priorizaron el trabajo emocional con el alumnado. El impacto emocional de la vuelta fue importante”, explica Mari Carmen Morillas, portavoz de la asociación de AMPAs de la escuela pública Ceapa. Por otra, se rompieron rutinas de estudio, se dejaron conocimientos por el camino y en la mente del alumnado se instaló una suerte de certeza de que se había levantado la mano y mal se tenía que dar para no pasar. “Los alumnos son conscientes de que no trabajaron lo suficiente durante el confinamiento, algunos porque no quisieron, y luego también vieron que les valió con lo que hicieron. Saben que no lo están haciendo bien, pero como no tenía consecuencias... Son muy conscientes de esto”, explica Cristina Alquézar, profesora de francés en un instituto aragonés.
El pensamiento es compartido, con mayor o menor nivel de coincidencia. “Creo que les hicimos poco favor con la fórmula de que pasara todo el que hubiera hecho algo positivo en la primera evaluación”, cuenta Javier Igual. “Hay carencias importantes. En mis grupos al menos, y lo he contrastado con otros profesores y hablado en las juntas de evaluación”. La situación tampoco es la misma para todos los alumnos, explica Martín, que tiene la ventaja de dirigir un centro que abarca todo el ciclo obligatorio y lo ve a diario. “En Primaria es más relativo al desarrollo competencial del alumnado; en Secundaria, al contenido. Cualquier estudiante si le pone esfuerzo se va a poner al día con rapidez. En Infantil, 1º y 2º de Primaria hay que estar pendiente de cuestiones muy personales y afectivas, se nota. El contenido se acaba recuperando. Hay que tener en cuenta que la educación es progresiva y lo que no das un momento lo das al siguiente. Pero la parte competencial, emocional, tiene una labor más importante de la que se piensa”, expone este director.
Así que buena parte del trimestre se ha dedicado a corregir carencias arrastradas. “Sí hemos detectado que ese hábito de estudio por parte del alumnado, al estar dos meses de confinamiento, a un porcentaje no muy grande del alumnado le ha costado recuperarlo. Pero este trimestre ya lo hemos hecho”, asegura el director González. La profesora Alquézar coincide. “Ahora los veo agobiados, se han dado cuenta de que se tienen que poner las pilas y ya se trabaja normal”.
A ello han ayudado unas clases reducidas, en las que está siendo posible trabajar mejor y atender a cada alumno. “Tener menos alumnos en clase cunde mucho más, con dos clases compensas las cuatro semipresenciales. Se nota mucho, aunque solo sea porque no estén sentados de a dos y no te pasas media clase pidiendo silencio”, cuenta Igual. Martín pone voz a (casi) todos los profesores cuando afirma que “ha tenido que venir una pandemia para darnos cuentas de que una de las cuestiones más básicas es reducir las ratios”.
Los directores de Secundaria esperan que las reducción haya venido para quedarse, aunque son conscientes de las dificultades, explica González. Los estudiantes también lo han percibido: “En clase la reducción se nota mucho. La atención más individualizada que recibimos al ser menos es muy positiva”, asegura Andrea González, presidenta de la asociación nacional Canae.
La solución que no gusta a nadie
También hay coincidencia en que la semipresencialidad tiene que durar lo menos posible. El alumnado que la ha sufrido, en alguna comunidad como Murcia, incluso en las etapas obligatorias, ha tenido dificultades para adquirir el ritmo en los estudios, y además esta modalidad aumenta la desigualdad entre los estudiantes. “La presencialidad es la única manera de garantizar la igualdad de oportunidades entre el alumnado. Se ha notado, ya no solo por las carencias del curso pasado, sino por esa atención que desaparecía cuando les tocaba quedarse en casa”, asegura Mari Carmen Morillas, de Ceapa. Es lo que algunos profesores vienen definiendo como la sensación de que todos los días son viernes porque al día siguiente es festivo. Y ya se sabe que los viernes se trabaja menos.
Los estudiantes también creen que el modelo falla. “Vemos muchas deficiencias en las clases semipresenciales”, se arranca González, de Canae. “Dar una clase online no es trasladar lo que antes dábamos de manera presencial con una cámara de por medio. Eso no funciona y los estudiantes lo tenemos más que claro. Lo que más ha fallado ha sido no tanto cómo se ha aplicado el modelo sino la filosofía del modelo en sí”.
La profesora Alquézar, que vio cómo su centro pasaba de semipresencial a presencial a mitad del trimestre, explica que este cambio fue como la noche y el día. Por un lado, porque los alumnos, por mucho que se les diga nativos digitales, no lo son y tienen problemas para manejarse con las plataformas o utilizar determinadas herramientas. Por otro, porque buena parte de la educación es comunicación, explica, y eso solo se hace en directo. “La comunicación con los alumnos es real y es mayor. La relación alumno profesor es 100% comunicación. También para ellos”, apostilla.
El otro gran problema de la no asistencia diaria a clase aparece en forma de brecha digital o por las carencias de infraestructura digital en muchos centros. “No han llegado todos los dispositivos prometidos por la administración, aunque sí una parte”, lamenta Maribel Loranca, responsable de la sección de Educación de UGT. “Luego está el acceso a la conectividad. ¿Para qué le sirve una tablet a una familia si no tiene acceso a internet? El tercer problema es que los centros no están preparados para garantizar esa semipresencialidad, no tienen el suficiente ancho de banda”, añade.
González Picornell, el representante de los directores, explica que le han pedido a la administración que mejore este aspecto. “Necesitamos que la educación llegue donde debe de manera adecuada. ”También hay ciertas restricciones de ciertas plataformas digitales que por la Ley Orgánica de Protección de Datos no podemos utilizar, y en estos momentos hay que abrir puertas. Las mismas plataformas multinacionales lo pusieron todo gratis en el confinamiento, hay que abrirse porque el alumno está conectado en estas plataformas, es el mundo en el que estamos funcionando. Toda esta parte es mejorable“, concluye.
Loranca añade otro elemento: “No ha habido la formación prometida a los docentes. No hay preparación para esta enseñanza a distancia en su totalidad. Este es el gran debe del trimestre”. La estudiante González se suma a las peticiones: “Y las familias, la brecha no acaba por darle una tableta a un alumno”.
La carga de trabajo
Por último, los profesionales explican que este trimestre han notado una cierta carga extra de trabajo. Los responsables COVID de los centros, normalmente alguien del equipo directivo, han añadido la responsabilidad de controlar los casos sospechosos a su lista habitual de tareas. “Cualquier centro línea dos o tres [dos o tres grupos por curso] tiene casos todos los días. Y eso implica dedicar buena parte de la jornada laboral a esto”, explica Martín Centeno. “Muchos centros se han pasado a la jornada continua y aún así están volviendo a casa los directores a las seis de la tarde”, añade Francisco García, secretario general de Educación de CCOO. Al director Picornell la llamada telefónica le pilla trabajando en mitad de sus vacaciones.
Los docentes, parecido. “A partir de la presencialidad tengo menos trabajo, pero más que otro año normal porque van goteando alumnos que se hacen PCR, por ejemplo, que es un proceso de varios días y tienes que mandarles tarea a casa y estar encima para asegurar el feedback. Es una tarea extra porque es un trabajo individualizado”, explica Alquézar. Su compañero Igual no habla tanto de carga de trabajo como de “tensión”. “Siento que estoy mucho menos a gusto en el instituto, y es el mismo centro y tengo grupos similares al curso pasado. Estoy en un estado constante de tensión, no me puedo relajar en ningún momento. No solo por las medidas sanitarias, que añaden tensión, Noto entre el profesorado que estamos más a la que salta cada uno, más a la defensiva quizá”, reflexiona. Alquézar se expresa en términos parecidos: “Muchas veces me pregunto por qué estoy tan cansada. No sé si lo arrastro de la semipresencialidad y la tensión que hubo al principio”, cuenta.
En cualquier caso, como explicaba González Picornell, la valoración general es positiva y de agradecimiento a la comunidad educativa en su conjunto por la labor realizada. “Los profesores están trabajando como nunca, los alumnos se están portando como nunca también. Incluso los más pequeños están colaborando como nunca”, asegura Francisco García, de CCOO. Pero siempre hay peticiones.
Docentes, sindicatos, familias y estudiantes quieren que se acabe con la semipresencialidad cuanto antes. Los profesores serían felices si las ratios se mantuvieran como están. Familias y estudiantes solicitan ser escuchados y participar más de los procesos educativos. “En estos momentos en que el acceso a los centros está más restringido, esto no debe ser la excusa para que algunos, a los que ya no les gustaba mucho la participación de la comunidad educativa, lo aprovechen para poner más trabas”, dice Morillas, de Ceapa. “La mayoría de los estudiantes no ha podido contar cómo han vivido estos meses o cómo hemos aprendido o no. Se nos ve como receptores de la educación, pero no como parte del sistema. Sería positivo este feedback, al final es nuestra educación”, añade González.