Hacer sexting es hoy como el tonteo recíproco que sube de tono en la barra de un bar o como las cartas entre Galdós y Pardo Bazán –“Rabio también por echarte encima la vista y los brazos y el cuerpote todo. Te aplastaré”–, solo que con un móvil en la mano, alguna foto y seguramente menos nivel literario. Sin embargo, en muchas ocasiones el sexting aparece rodeado de juicios y alertas. Los casos de difusión sin consentimiento de fotos o vídeos íntimos hacen que, en general, la sociedad ponga el foco sobre las víctimas y no sobre los infractores. El '¿por qué llevabas esa minifalda?' ha mutado al '¿por qué enviaste esas imágenes si ya sabías lo que podía pasar?'. La libertad sexual aparece, una vez más, coartada en nombre de una supuesta seguridad.
Hay quien precisamente intenta cambiar la mirada alrededor del sexting. Rebeca Paz es una hacker feminista especialista en sexualidad, consentimiento, violencias y tecnología. Imparte talleres para personas adultas sobre sexting seguro en la organización Otro Tiempo. “Se le llama sexting a muchas cosas que no lo son. Es una práctica sexual mediada por las tecnologías, son charlas subidas de tono, íntimas, mandarnos fotos o vídeos... todo dentro de una relación que es consentida, aceptada por las partes, como cualquier otra práctica sexual”, explica. La experta está de acuerdo en que al sexting le acompaña muchas veces el discurso de “te tienes que cuidar” o “no hagas esto”: “Es el discurso de 'cuidado si llevas la falda muy corta' pero en tecnología”. Un discurso que impregna también muchas campañas informativas o los mensajes que se transmiten a jóvenes en institutos.
No es vergonzoso mandar fotos o mensajes explícitos, sino hacer un mal uso de ello, compartirlas con quien no tenía permiso, y eso es lo que hay que señalar
“Siempre tiene la connotación de 'chicas, estáis asumiendo muchos riesgos'. Es un enfoque muy paternalista, sea desde las autoridades, los profes o los padres. Se hace para controlar lo que podemos o no hacer, nos los venden como cuidado pero es control, es una invasión de nuestro espacio digital. Luego si pasa algo te culpabilizan o te avergüenzan”, señala Paz. Ese es uno de los puntos fuertes de sus talleres: la información. Saber, por ejemplo, que enviar una fotopolla sin consentimiento es acoso o que reenviar o publicar material íntimo que has recibido solo para ti es un delito.
Esa es también una de las claves para la sexóloga Sonia Encinas: “Hay que cambiar el foco. No es vergonzoso mandar fotos o mensajes explícitos, sino hacer un mal uso de ello, compartirlas con quien no tenía permiso, y eso es lo que hay que señalar”. Encinas cree que debe existir una desaprobación social mucho más rotunda y amplia hacia quienes comparten sin consentimiento material sexual o íntimo, hacia quienes “rompen un pacto de confianza e intimidad”. En demasiadas ocasiones, subraya, sigue siendo al contrario. Quienes reciben la desaprobación son quienes han enviado ese material porque querían y después ven su intimidad expuesta.
Vemos herramientas para hacer sexting más seguro: aplicaciones que no permitan descargar lo que enviamos, o que destruyan los mensajes, que no se puedan hacer capturas de pantalla, aprendemos a utilizar apps que permiten borrar metadatos...
“El sexting es una herramienta erótica muy potente, pero de una manera u otra seguimos en el discurso del miedo con lo sexual. Incluso dentro de un entorno progresista, aunque hablamos mucho de la importancia de la educación sexual, seguimos hablando de lo sexual a través del miedo. Antes eran los embarazos no deseados, luego las ITS y ahora es el porno, la violencia, el machismo y todo lo que tenemos que hacer para protegernos. Desde ahí no podemos disfrutar”, señala la sexóloga, autora de varios libros, como Sexo afectivo (Ed. Montena).
Aplicaciones y privacidad
¿En qué consisten los talleres? Rebeca Paz explica que los dividen en dos sesiones. “La primera tiene una parte de debate, de pensar para qué hacemos sexting, qué nos gusta de eso, y también qué violencias tenemos asociadas para ponerles nombre y mirarlas, porque solo así las podemos encarar”, cuenta. Esa primera sesión, subraya, está centrada en los beneficios, en el deseo y en el consentimiento. “Es una manera de construir deseo, y hacerlo a través de las pantallas nos lo pone fácil para elegir las palabras, manejar tiempos, mejorar la comunicación sexual, activar la imaginación. Nos podemos poner a fantasear sobre un montón de cosas sabiendo que al otro lado hay alguien que está haciendo lo mismo”, prosigue Paz.
En la segunda sesión entran de lleno en la ciberseguridad y los cuidados. “Es una sesión más tecnológica, pensamos en qué condiciones queremos para hacer sexting más seguro y vemos herramientas: aplicaciones que no permitan descargar lo que enviamos, o que destruyan los mensajes, que no se puedan hacer capturas de pantalla, que no tengamos por qué dar nuestros datos personales o nuestros teléfonos, aprendemos a utilizar apps que permiten borrar metadatos... En general, nos capacitamos tecnológicamente para hacerlo con más seguridad, que es algo fácil pero que no sabe mucha gente”.
Así como cuando hablábamos de porno muchas se excusaban, cuando hablábamos de 'sexting' no aparecía nada de eso, no existía esa mirada desaprobatoria
La experta en tecnología explica que se trata también de simular conversaciones para reflexionar sobre cómo pedir y hablar con la otra persona, de reflexionar sobre los riesgos que pueden existir y pensar en estrategias para cuidarse. Aprender a utilizar aplicaciones y herramientas es una de esas maneras, pero también “que en las imágenes que enviemos no salgan fotos personales de fondo o que no se vea dónde vivimos o pensar que a lo mejor podemos enviar fotos donde se vea alguna parte del cuerpo pero no con nuestra cara o en las que emborronar algunas zonas”.
Adaia Teruel es autora de Mujeres que follan (Libros del K.O.), un libro en el que mujeres que ya han cumplido 40 hablan de sus experiencias sexuales y de sus deseos. “Así como cuando hablábamos de porno muchas se excusaban, tenían esa cosa de la desaprobación en la cabeza o decían 'bueno, soy feminista pero esto es solo una fantasía', cuando hablábamos de sexting no aparecía nada de eso. Algunas no lo habían hecho, muchas otras sí y había quien se había hecho grandes pajas, y no existía esa mirada desaprobatoria”, apunta. En sus entrevistas con mujeres, Teruel sí encontró diferentes experiencias. Desde quien lo había hecho sin conocer casi a la otra persona y luego la experiencia personal fue “un bluf” a quien llevaba años con su pareja y se había hecho una cuenta de Twitter para difundir material y sextear conjuntamente con otras personas y parejas.
“Una mujer que tenía una hija adolescente planteaba justo que no le podía poner vallas al campo y que no iba a decirle que no lo hiciera, porque le parecía imposible, pero sí hablaba de transmitirle precaución, de enseñarle que si mandaba una foto comprometida no saliera su cara...”, añade la escritora.
La sexóloga Sonia Encinas considera importante saber y reconocer que en nuestra sociedad existen riesgos en el sexo, “pero si solo nos centramos en eso y en la protección es imposible que nos podamos dejar llevar para disfrutar, divertirnos y gozar y que lo sexual sea un espacio de juego, tanto con una misma como con otras personas”. Encinas subraya que la vergüenza debe cambiar de bando: pasar de quienes deciden ejercer su libertad sexual como consideren a quienes la vulneran, sea de la forma que sea, en este caso haciendo un mal uso de conversaciones o de imágenes privadas.
¿Acaso la educación sexual no debería consistir, precisamente, en cambiar el foco: defender el ejercicio de la libertad sexual y penalizar a quienes la vulneren?