Las lluvias torrenciales completan el tridente de fenómenos climáticos extremos sobre España

Raúl Rejón

29 de septiembre de 2022 22:46 h

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Tres días de precipitaciones han bastado para que en las Islas Canarias se haya vivido el mes de septiembre con más lluvia desde que hay registros. La fuerza del temporal Hermine ha sido histórica, como lo ha definido la Aemet. Las tormentas en el Mediterráneo también han sido muy potentes.

Estas precipitaciones fortísimas han completado el tridente de fenómenos extremos que ha padecido España este año: olas de calor y falta de lluvias, acompañadas de incendios forestales intensísimos. Estos extremos climáticos son cada vez más frecuentes y severos de debido a la alteración del clima causada por el efecto invernadero. “La aparición de episodios extremos no tiene precedente en el registro histórico”, explica la Organización Meteorológica Mundial (OMM).

El Grupo de expertos sobre cambio climático de la ONU (IPCC) lo ha expresado rotundamente en su informe sobre evidencias físicas: “El cambio climático causado por los humanos ya está afectando a muchos episodios meteorológicos extremos en todas las partes del planeta. Las evidencias observadas sobre el cambio en las sequías, las olas de calor, las tormentas.... y su atribución a la influencia humana se han reforzado”.

2022 está dejando clara la necesidad de adaptarse activamente a la nueva realidad para “reducir la vulnerabilidad y la exposición a la variabilidad climática actual”, como indica el mismo IPCC. Es decir: reducir los impactos que ya produce la crisis.

La lluvia de un mes en un solo día

La OMM advierte de que “hay muchos ejemplos de precipitaciones en las que, en un solo día, cae el volumen habitual de un mes o incluso de varios meses”. Ahí van los datos que corroboran esta afirmación hace solo unas jornadas en España.

En el aeropuerto de Gran Canaria, en solo tres días, se han acumulado 118 litros por metro cuadrado (l/m2) cuando el récord para el mes completo estaba en 85 l/m2. En Santa Cruz de Tenerife, 95 litros pulverizando en horas el máximo anterior de 62 l/m2. En La Palma, de viernes a domingo se acumularon en su aeropuerto 134 litros cuando el pico para un septiembre al completo era 58 l/m2. En Lanzarote se anotaron 48 litros –frente al récord mensual de 14– y en Fuerteventura se midieron 60 l/m2. Su tope histórico para un septiembre total estaba en 14 l/m2.

Las lluvias se califican de torrenciales cuando alcanzan los 60 litros por metro cuadrado en una hora. Mientras, en Barx (Valencia) se midieron en 24 horas 193 l/m2 de los que 101 cayeron en solo una hora. En Cartagena ocurrió algo similar y cayeron 88 l/m2 en sesenta minutos. En la isla de Mallorca varios puntos superaron 100 l/m2 en un solo día.

Más allá de los vídeos caseros mostrando trombas intensísimas o calles convertidas en ríos, las precipitaciones extremas han costado la vida un hombre que estaba dentro de su casa en la Región de Murcia o han provocado la paralización total del tráfico aéreo en las islas de Gran Canarias y Tenerife: Eurocontrol estableció rate cero, es decir, sin vuelos hacia o desde esos aeropuertos.

La riada de aguas desbordadas vista en Los Alcázares (Región de Murcia) acabará agravando la agresión química al Mar Menor al portar residuos agrícolas. Las pérdidas económicas por los destrozos del agua se contabilizarán más tarde.

La Agencia Estatal de Meteorología ha constatado que, en la vertiente mediterránea de la península, “se ha detectado no solo una mayor intensidad de los episodios de lluvias torrenciales, sino que también ocurren actualmente con mayor frecuencia que en décadas anteriores”. El patrón de las lluvias cambia para convertirse en más escasas en general, pero más torrenciales cuando descargan.

Los científicos del IPCC detallan que el cambio climático “está intensificando el ciclo del agua”, lo que provoca esas tormentas más poderosas. “El incremento de temperaturas eleva el umbral máximo de humedad en el aire [con la evaporación]. Y eso aumenta el potencial de lluvia”, según la explicación de uno de los autores principales del IPCC, Mathew Barlow.

Verano extremo de calor y sequía

El agua caída de forma torrencial acaba en inundaciones al toparse con zonas inundables construidas, cursos naturales canalizados con cemento o convertidos en vía para el tráfico. El urbanismo insostenible ha favorecido las inundaciones.

Las lluvias históricamente fuertes han durado unas 72 horas en medio de un año marcado por el calor elevadísimo y la sequía. El verano –de 1 de junio a 31 de agosto– marcó una temperatura media de 24ºC. “Extremadamente cálido” , según los registros históricos de la Aemet. El más caluroso desde que hay datos, es decir, 1961.

Durante esos meses se desató una ola de calor “de excepcional duración e intensidad” en julio más otras dos olas en agosto. España aguantó temperaturas prolongadas y por encima de lo normal durante 46 días.

Todos esos meses calurosos han implicado un periodo muy seco en cuanto a precipitaciones. Ha llovido, de media, 48 mm de agua. Un 35% menos del promedio. La Aemet considera que España en su conjunto está en sequía meteorológica.

La falta de lluvias, unida al aumento de la evapotranspiración por las altas temperaturas y el consumo intensivo de agua consolidado en España ha hecho que las reservas hídricas –ya muy exprimidas por la demanda del regadío agrícola– hayan caído en picado.

Combinación nefasta para los incendios

El calor severo y la falta de lluvia ha generado una temporada devastadora de incendios forestales en España: el peor año en superficie abrasada en casi tres décadas. La cuenta oficial del Ministerio de Transición Ecológica dice que 260.000 hectáreas y 55 grandes incendios. Con las imágenes satelitales llega a 290.000. En todo caso, más del triple que la media de la década.

Incendios forestales y cambio climático están unidos. El recalentamiento del planeta exacerba las condiciones para que el fuego sea más destructivo. Y, al mismo tiempo, al arder miles de árboles, se libera el carbono que retenían y pasa a formar parte de la costra de gases de efecto invernadero que alteran el clima al retener la radiación solar.