La lotería de las nuevas variantes del coronavirus: las situaciones que favorecen la mutación del SARS-CoV-2

Esther Samper

9 de junio de 2021 21:58 h

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En las últimas semanas de 2020 llegó una noticia desalentadora: en varios lugares del mundo se notificó la aparición de nuevas 'variantes' del coronavirus SARS-CoV-2 que preocuparon a algunos investigadores y, con ellos, al resto del planeta. Los virus hacen copias de sí mismos en un proceso denominado replicación en el que, a veces, las nuevas copias presentan pequeños cambios. Un virus que ha sufrido una o varias mutaciones significativas es una 'variante' del original, ocasionalmente mejor adaptada a su entorno, por ejemplo, porque es más transmisible. Las mutaciones viables son siempre escasas, pero en el caso del coronavirus lo parecen todavía más. Sin embargo, hay determinadas situaciones que pueden favorecer la velocidad a la que el SARS-CoV-2 muta.

A más virus circulando, más variantes peligrosas

Según estimaciones recientes, ya se han administrado más de 2.000 millones de vacunas contra la COVID-19 en el mundo. Sin embargo, el ritmo de vacunación de cada país está claramente marcado por su nivel socioeconómico. Mientras las naciones más ricas han recibido la gran mayoría de las vacunas y sus campañas de vacunación van cogiendo velocidad, los países de renta más baja siguen recibiendo dosis a cuentagotas. La Organización Mundial de la Salud volvía a avisar el 12 de mayo de que solo el 0,3% del suministro de vacunas había llegado a las naciones más pobres.

Las razones éticas y humanitarias no son las únicas que justifican solucionar una desigual campaña de vacunación mundial en la que se han priorizado los intereses nacionales. Múltiples expertos en Salud Pública llevan meses alertando sobre los riesgos que se generarán si los habitantes de países en desarrollo se quedan atrás dentro de las estrategias de vacunación mundial. Si el coronavirus sigue circulando de forma descontrolada en poblaciones con tasas de vacunación muy bajas, es tan solo cuestión de tiempo que surjan variantes que reduzcan protección que ofrecen las vacunas o la infección previa.

No es ninguna casualidad que las actuales variantes de preocupación del coronavirus se hayan originado o expandido partir de regiones que sufrieron contagios masivos (Reino Unido, India, Brasil, Sudáfrica...). Aunque la velocidad de mutación del virus SARS-CoV-2 es relativamente baja (media de 2 mutaciones al mes) comparado con los virus de la gripe (4-8 mutaciones al mes), si circula con fuerza entre humanos, las probabilidades de que aparezcan variantes peligrosas se incrementan.

Los pacientes inmunodeprimidos actúan como “aceleradores”

Más allá de la transmisión descontrolada del coronavirus, hay circunstancias especiales que hacen que el ritmo de mutación del SARS-CoV-2 se acelere aún más. Es lo que ocurre cuando personas con el sistema inmunitario muy debilitado (inmunodepresión) por cáncer, SIDA u otras enfermedades, sufren la infección por el coronavirus de forma persistente, durante meses. En estos individuos el coronavirus tiene grandes oportunidades para multiplicarse y mutar con consecuencias imprevisibles. Varios estudios han documentado la aparición de un gran número de mutaciones diversas en un corto periodo de tiempo en pacientes inmunodeprimidos con infección crónica por el coronavirus.

Cuando la paciente se infectó por el virus SARS-CoV-2, sufrió una COVID-19 breve y de moderada gravedad de la que se recuperó; sin embargo el coronavirus persistió en su cuerpo durante 216 días. En ese tiempo, el coronavirus mutó más de 30 veces.

De hecho, cuando surgió la variante alfa (antes conocida como variante británica) múltiples investigadores apuntaban a que la hipótesis más probable sobre su origen era que hubiera surgido de un paciente inmunodeprimido con infección persistente. Con la aparición de otras variantes (beta, gamma...), los científicos también plantean la posibilidad de que detrás de su aparición haya personas con un sistema inmunitario muy débil.

Millones de personas afectadas por el VIH en África

Siete de cada diez portadores del VIH en el mundo residen en África. Sin tratamiento, la infección por este retrovirus provoca, con el paso de los años, una grave inmunodepresión y la muerte en la mayoría de pacientes. En 2018, más de 9 millones de personas infectadas por el VIH en África subsahariana no recibían ningún tratamiento antirretroviral. La pandemia de coronavirus ha perjudicado aún más la situación epidemiológica del SIDA en dicho continente, pues se han trastocado los programas de prevención y tratamiento. 

En África se dan unas condiciones que podrían formar una tormenta perfecta para la potencial aparición de nuevas variantes del coronavirus si la vacunación masiva no se da en un plazo de tiempo razonable y los contagios persisten: capacidad reducida para detectar y rastrear nuevas variantes (mediante análisis genómicos), escasos recursos sanitarios y socioeconómicos para identificar infecciones por el coronavirus y establecer medidas para cortar los contagios, millones de personas con inmunodepresión...

Recientemente, Tulio de Oliveira, el director de la Plataforma de Secuenciación e Innovación en Investigación KZN (KRISP), de la Escuela de Medicina Nelson Mandela en Sudáfrica, informaba de un caso especial de infección persistente por coronavirus en una paciente que también estaba infectada por el VIH. Los resultados se han difundido a partir de un artículo preliminar aún no revisado por pares ni publicado en una revista científica.

La persona sufría una fase avanzada de infección por el VIH y no respondía al tratamiento antirretroviral, sin embargo no mostraba aún signos de inmunodepresión. Cuando la paciente se infectó por el virus SARS-CoV-2, sufrió una COVID-19 breve y de moderada gravedad de la que se recuperó. Sin embargo, el coronavirus persistió en su cuerpo durante 216 días. En ese tiempo, el coronavirus mutó más de 30 veces, con cambios similares a otras variantes preocupantes.

Los autores de la investigación sugieren que la fase de infección avanzada por el VIH pudo llevar a una respuesta inmunitaria incompleta, con cierta presión selectiva, que permitió al coronavirus persistir en el cuerpo de la persona. En ese tiempo surgieron accidentalmente mutantes que tenían la capacidad para esquivar el ataque de anticuerpos neutralizantes. En otras palabras, en la paciente ocurrió una evolución viral a cámara rápida, con cambios en las “poblaciones” predominantes del coronavirus a lo largo del tiempo.

De Oliveira y su equipo explican que si la infección persistente por el SARS-CoV-2 y su evolución ocurre más frecuentemente en el contexto de una infección por VIH, esto sería una justificación para priorizar a las personas con VIH en las campañas de vacunación contra la COVID-19. Que el caso se haya detectado en Sudáfrica no es casualidad. A diferencia de otros muchos países africanos, cuenta con mayores recursos para detectar y estudiar la aparición de mutantes de coronavirus. Además, en torno al 20% de la población adulta del país está infectada por el VIH.

Sudáfrica fue precisamente uno de los países que promovió la iniciativa para la exención de las patentes de las vacunas para que estas pudieran llegar a todos los países, incluidos aquellos en desarrollo. Este caso individual es un aviso a navegantes de lo que podría ocurrir si las vacunas no llegan de forma masiva a África y el coronavirus sigue circulando por su territorio. Con toda seguridad, esta infección persistente no es excepcional, simplemente han tenido la suerte de detectarla. Hay un número desconocido de casos similares ahí fuera que no se han detectado y que ofrecen al coronavirus grandes oportunidades para mutar mientras pasa desapercibido.

Desde un punto de vista estrictamente ético y humanitario, no es justificable que naciones ricas, como Estados Unidos, estén ya vacunando a niños y adolescentes, o planeen hacerlo pronto, mientras multitud de personas con un elevado riesgo de morir o de tener graves complicaciones por la COVID-19 (ancianos y personas afectadas por diversas enfermedades, entre otras) se quedan al margen en los países en desarrollo, sin saber cuándo podrán acceder a las vacunas para protegerse.