Tomás Toral Casado, natural de Valderas, maestro de Villaornate (León), tenía 36 años cuando fue arrestado delante de sus alumnos en la escuela del pueblo. Cuentan algunos de ellos –una de aquellas niñas todavía vive, de otros se recogieron testimonios hace años– que lo último que Toral hizo fue rezar y decirles: “Pase lo que pase, no dejéis de estudiar”.
El maestro fue conducido al campo de concentración de San Marcos y días después asesinado con otros hombres en Villadangos del Páramo, donde entre septiembre y noviembre de 1936, según la documentación existente, los grupos golpistas mataron a 85 personas, una de ellas una mujer. Las actas de defunción –presentes a día de hoy en el propio Ayuntamiento de Villadangos– indican que los cadáveres fueron distribuidos en tres fosas comunes: una en el cementerio del pueblo y las otras en dos pedanías del municipio, Fojedo y Celadilla.
Las libretas y artículos del maestro
La esposa de Tomás Toral, María González, estaba embarazada de ocho meses cuando se lo llevaron. Su hijo nació tres semanas después de su muerte. “A mí de niña me contaban que el abuelo había muerto en la guerra y yo siempre imaginé que había fallecido en el frente de batalla. Mi abuela vivía con nosotros, tenía una foto de él en su mesita de noche y eso era todo lo que yo sabía. Apenas se hablaba de ello”, relata su nieta Susanna Toral, de 50 años, residente en Girona y que estos días se trasladará hasta León para seguir de cerca la excavación que la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica (ARMH) iniciará este jueves 24 en Villadangos del Páramo, en el lugar donde fueron arrojados 71 cadáveres. Como ella, decenas de familiares de otros desaparecidos estarán presentes en la prospección.
No cabe duda de que Toral era un hombre especial. Los testimonios recogidos por periodistas e investigadores lo describen como un amante del conocimiento y un vecino solidario. Dejó varias libretas manuscritas con datos e investigaciones sobre ciencia, astronomía y filosofía, con menciones a Immanuel Kant, a científicos estadounidenses y alemanes o a Dmitri Mendeléyev, quien descubrió el patrón subyacente de lo que ahora se conoce como la tabla periódica de los elementos.
El pobre, como el rico, tiene que disponer de los mismos medios para llegar a la educación, para adquirir su formación espiritual, corporal y cultural
En aquellos escritos el maestro Toral explicaba las nuevas teorías sobre la génesis de los planetas, los descubrimientos de la época sobre “la determinación del sexo”, “las razones del envejecimiento” y de la necesidad de dormir, cómo la radiación podía ser dañina para la salud, cuáles eran “los mitos sobre el origen del fuego” o por qué la hemofilia afectaba más a niños que a niñas. “El ser humano vive por un azar insólito y rarísimo en la historia de los astros”, reflexionaba en el capítulo dedicado al sistema solar y el universo.
Como director de la revista Prisma, un semanal cultural de Valderas, publicó varios artículos sobre la necesidad de la educación. Su nieta subraya que esos escritos definen muy bien “el sentir de mi abuelo”. En uno de ellos, datado en 1927, el maestro reflexionaba así: “Igual es el derecho del rico a educarse que el del pobre. Pero no solo hay que ceñirse al reconocimiento de tal derecho, sino que hay que ir más allá y decir que el pobre, como el rico, tiene que disponer de los mismos medios para llegar a la educación, para adquirir su formación espiritual, corporal y cultural. Porque es injusto lo que sucede con los niños pobres: hay que repararlo arropándolos bien y dándoles alimentos nutritivos en abundancia para que se críen sanos en cuerpo y limpios en alma”.
Tomás Toral acudía después de clase a las casas de aquellos niños que no iban a la escuela porque tenían que ayudar a sus padres a trabajar en el campo, para ayudarles a estudiar. “Claramente se preocupaba por fomentar la igualdad y el desarrollo. Varios vecinos me dijeron que una vez un pobre pasó por su puerta y mi abuelo le dio sus zapatos nuevos. Mi abuela, algo enfadada, le preguntó por qué no le entregaba sus zapatos viejos, y él le contestó: 'María, ese señor no tiene dinero para reparar los zapatos usados y yo sí”, cuenta la nieta de Toral. La escritora Sol Gómez Arteaga, quien conoció aquella historia por gente del pueblo, escribió hace pocos años un poema sobre aquello.
En la escuela de Villaornate Tomás Toral promovió una biblioteca y puso a las alumnas mayores y más aventajadas al mando de la gestión de los préstamos, entre ellas Catalina y Leonisa Gaitero. En las actas consta la adquisición de libros como La Odisea y La Ilíada, La Divina Comedia, los cuentos de Perrault o Las mil y una noches, entre otros. Tras el golpe de Estado, el franquismo impulsó la quema de esos libros en el pueblo y así lo recordaba hace unos años Asterio Gaitero, uno de los alumnos de Toral. Su hija, la periodista Ana Gaitero, cuenta que Asterio “siempre hablaba de lo buen maestro que era”.
Promovió una biblioteca escolar que gestionó con las alumnas mayores. En las actas constan libros como La Ilíada o La Divina Comedia. Todos fueron quemados tras el golpe
La detención y asesinato de Tomás Toral está incluida en el libro Muerte y represión en el magisterio de Castilla y León, de los historiadores Enrique Berzal y Javier Rodríguez. En un informe de la Falange fechado el 9 de octubre del 36 se puede leer la orden de la destitución y separación “por el bien de la patria” del maestro Toral, al que acusan de enseñar “la no existencia de Dios”, de “actuar intensamente en la política del Frente Popular” y de tener “escandalizado al pueblo que, gracias a los trabajos de este maestro, llegó a convertirse en un pueblo izquierdista y con gran mayoría de socialistas”. El mismo papel indica que los alcaldes de Villaornate y Campazas informaron favorablemente de la conducta y actuación del maestro, “por lo cual merecen ambos la destitución fulminante”.
Susanna Toral empezó a buscar a su abuelo y a indagar sobre su vida cuando su padre murió en 2003. “Mi madre me entregó entonces una carpeta que era de él. Dentro de ella encontré secretos que no sabía, papeles y documentos. Así me enteré de que había sido asesinado”. Descubrió las libretas y los artículos de la revista Prisma, preguntó a familiares, contactó con el historiador Javier Rodríguez y con el investigador Miguel García Bañales, viajó desde su residencia en Catalunya hasta Villaornate, habló con vecinos y antiguos alumnos de su abuelo y poco a poco fue armando el puzle de la historia familiar.
“Una mujer muy mayor del pueblo me contó que, cuando aquel 10 de octubre del 36 vio a unos hombres buscando a mi abuelo, corrió a decírselo, e incluso le ofreció que se escondiera en una tinaja muy grande que ella tenía en la casa, pero él dijo que no había hecho nada malo y que no tenía que esconderse de nada”, cuenta.
En 2006, haciendo el camino de Santiago, Susanna decidió pasar por Villadangos del Páramo para indagar sobre la ubicación de la fosa donde sepultaron a su abuelo y a otras 70 personas. “Entré en un bar, conté quién era y lo que deseaba saber y la propia camarera me dijo: 'Aquí no se habla de eso, cállate'. Pero yo insistí, diciendo que llevaba caminando desde Roncesvalles y que quería saber. Un señor se levantó, me agarró del brazo, me sacó del bar y me explicó que la fosa estaba en el cementerio, que habían hecho obras en él y que los huesos que habían encontrado de los fusilados los habían situado al fondo [este relato se contradice con otras versiones que aseguran que permanecen en el mismo lugar]. Le pedí que me acompañara para indicármelo pero me dijo: 'No, no, que no quiero que me vean contigo'. Así que fui sola, cogí flores del campo, las coloqué y proseguí el camino, lógicamente afectada por aquella experiencia”, explica.
Parte de la fosa grande de Villadangos habría quedado sepultada por la construcción de varias tumbas, pero la otra mitad es accesible para realizar una prospección. Varios testimonios del pueblo insisten en que los restos de los desaparecidos están en ese lugar, pero Susanna y otras familias temen que los hubieran trasladado o arrojado a un contenedor durante las obras de ampliación del cementerio. A pesar de la falta de certezas, subrayan que es importante intentarlo.
“En ese intento de búsqueda ya hay una reparación y un reconocimiento. Nuestros desaparecidos no están ni vivos ni muertos, están ahí en el aire, y poder impulsar su búsqueda y reconocimiento es importante y sano. Se hizo como que no existieron, pero sí existieron, y sus descendientes somos la prueba y su legado, los recordamos y celebramos que hubieran vivido”, reflexiona Susanna Toral, quien subraya el empeño de su abuelo en ofrecer herramientas a sus alumnos y alumnas para que pudieran pensar por sí mismos, para que desarrollaran pensamiento crítico, “ese pensamiento crítico que hoy falta demasiado a menudo”.
Un camino demasiado largo
La búsqueda ha sido muy larga, ha durado décadas. Por el camino han ido muriendo los hijos e hijas de los desaparecidos, como Rufino Juárez, quien el pasado verano asistió a una reunión con el alcalde de Villadangos del Páramo para rogarle celeridad en el papeleo, en un momento en el que el Ayuntamiento estaba solicitando a la ARMH informes innecesarios para dar luz verde a la prospección. El empeño de la Junta vecinal en llevar a votación la exhumación –a pesar de ser un derecho– retrasó más el inicio de la prospección, y Rufino falleció en una aparatosa caída por unas escaleras sin llegar a tiempo para este momento.
Nuestros desaparecidos no están ni vivos ni muertos, están ahí en el aire. Poder impulsar su búsqueda y reconocimiento es importante y sano
Las decenas de personas de distintas familias que están en contacto a través de un chat de WhatsApp y de reuniones periódicas han vivido un proceso que califican de “muy reparador”, “porque en todo este viaje compartiendo información, investigación y relatos nos hemos enriquecido, hemos podido comprobar cómo se parecen nuestras historias, hemos podido compartir dolor y afecto, completar datos valiosos y sentirnos acompañadas”, explica Toral. “Y ahora vamos a poder estar juntas unos días de forma presencial. Pase lo que pase, encontremos algo o no, eso ya es un modo de celebrar la vida de nuestros abuelos y abuela [hay una mujer en la fosa] que murieron prematuramente, asesinados, y que nunca han sido despedidos ni reconocidos. Queremos poder nombrarlos y reivindicarlos, sacarlos del olvido en el que los sepultaron”.