La mala ventilación en escuelas e institutos augura un invierno de ventanas abiertas y abrigos en clase para evitar los contagios

Los alumnos españoles pasan el 84% del tiempo en clase (cinco de cada seis horas) en unas condiciones inadecuadas –y contra la normativa– de temperatura ambiente, humedad relativa y niveles de concentración de CO2. Los centros suspenden también en ventilación, según un exhaustivo estudio llevado a cabo por la Plataforma Edificación Passivhaus (PEP) junto a la Universidad de Burgos, que realizó más 141.675 mediciones en 36 colegios de toda España durante todo un curso escolar. A esto se añade que no ventilar provoca que aumente el CO2 y con él la cantidad de aerosoles en el ambiente –que la evidencia apunta cada vez más como una de las fuentes de contagio de la COVID, al menos en interiores–. Y llega el invierno.

¿Qué va a pasar cuando llegue el frío de verdad y no se pueda abrir las ventanas para ventilar las clases, una de las medidas más recomendadas contra la COVID-19? En el corto plazo solo hay dos alternativas a este dilema: abrir y pasar frío o no hacerlo y cruzar los dedos. La primera parecía impensable, sobre todo según dónde. Cada vez parece más real. La segunda provoca inquietud y, según va confirmado la información disponible, más problemas.

Un pequeño experimento llevado a cabo por un profesor en su aula la semana pasada ha puesto cifras a la sospecha de que no ventilar, o hacerlo solo entre clases, dispara los niveles de CO2 por encima de lo recomendado y lo establecido en la normativa. Los altos niveles de CO2 tienen efectos negativos en la salud en general, pero además implican otra cosa: “Una mala ventilación de un aula, además de determinar una mala calidad del aire interior puede suponer una alta concentración de aerosoles potencialmente infectivos que pueden favorecer la transmisión del coronavirus en la clase”, según expone en su informe Javier Pérez Soriano, técnico en prevención de riesgos laborales además de profesor de Química de Benalmádena (Málaga).

Pérez Soriano realizó su test durante dos días seguidos, midiendo la concentración de CO2 en el aula de manera constante y en diferentes condiciones de ventilación: con todas las ventanas abiertas, con las ventanas un poco abiertas y con las ventanas cerradas (en los dos últimos casos se ventiló entre sesiones, como recomiendan los protocolos). Y extrajo una conclusión: “Cuando tengamos que cerrar las ventanas por la climatología vamos a tener un problema, y muy grande”.

Hace un par de semanas el grupo de Biología Computacional Sistemas Complejos de la Universidad Politécnica de Catalunya envió un informe a la Comisión Europea en el que aseguraba, tras estudiar la evolución general de la pandemia en España desde que se iniciaron las clases (y la particular de las franjas de edad correspondientes) que las escuelas no estaban funcionando como amplificadores ni originadoras de focos. Según este grupo, son lugares seguros. O lo eran en otoño con las ventanas abiertas.

“Cinco o diez minutos van a ser insuficientes”

El experimento de Pérez Soriano apunta a que pueden dejar de serlo sin ventilación. En datos: durante la jornada de ventanas abiertas la concentración de CO2 no superó en ningún momento las 900 ppm (partes por millón), el límite que establece el Reglamento de Instalaciones Térmicas en los Edificios (RITE) para los centros educativos. “La ventilación del aula está en unos parámetros más o menos correctos, aunque pueden ser mejorables”, expone Pérez. Con las ventanas cerradas durante toda la clase o entreabiertas es otra historia. En el primer caso los alumnos pasan un 68% del tiempo con valores por encima de los 1.100 ppm, con una media de 1.200 y picos de hasta 1.500 (los niveles suben cuánto más tiempo está sin ventilar el aula).

En el caso de tener las ventanas cuatro dedos abiertas la media baja hasta 1.090 y el máximo se sitúa en 1.300 ppm. Ventilar el aula entre sesiones cuando no han estado las ventanas abiertas mejora la situación, pero “la recomendación de apertura de ventanas entre clase y clase durante cinco o diez minutos van a ser claramente insuficientes”. Según sus datos, el mínimo deberían ser 15. Un tiempo que no hay entre clases.

“La ventilación es uno de los tres grandes pilares” en la lucha contra el coronavirus junto a las mascarillas y la distancia de seguridad, recuerda el pediatra y epidemiólogo Quique Bassat, quien también ha participado en el estudio de PEP. “Si lo perdemos habrá que reforzar los otras dos y será mayor el riesgo que si ventilamos, pero si observas la historia de las pandemias y ves fotos antiguas, verás clases al aire libre, por mucho frío que hiciera, aunque eran otros tiempos”, apunta.

Bajo estas premisas y con el conocimiento que se va generando, cada vez más expertos abogan por apechugar, abrigarse y pasar el invierno como buenamente se pueda. “Habrá que confiar en cuánto podremos prevenir con las otras medidas y, si no funcionan, proponer planes alternativos o convivir con un disconfort térmico”. A esta idea se suma la investigadora de la Universitat Politècnica de Catalunya Clara Prats, que ante el aumento de casos explicó en RAC-1 que “da miedo” que se empiecen a cerrar las ventanas en las escuelas, por lo que recomienda: “Hacen falta abrigos e ir haciendo”. El profesor Pérez Soriano también lo tiene claro: “Cuando las condiciones de ventilación sean malas, la opción de salir con el alumnado al patio cuando falte un profesor o profesora, más que una recomendación deberían ser casi una obligación”, escribe en su informe. “Habrá que asumir un cambio de mentalidad: mientras dure la pandemia va a ser habitual durante el invierno el uso de abrigo en interiores”.

Más que un problema de salud

El problema de la falta de ventilación y mala calidad del aire afecta de manera coyuntural, pero va mucho más allá, apunta Bassat. El estudio de la PEP “ha documentado niveles de CO2 anormalmente altos. Hay un sistema de gradación de los niveles, en el que el color verde equivale a estar por debajo de 1.000 ppm de CO2, el ámbar entre 1.000 y 2.000 y por encima de 2.000 ppm es rojo. En muchos momentos del día estamos en rojo en la gran mayoría de clases”, explica. El máximo legal permitido son 900. Una red de escuelas muchas veces antiguas, sin el mantenimiento que requieren –cuando se habla de falta de inversión en el sistema también aplica al abandono físico de colegios e institutos, con ventanas que no abren o cierran, persianas que no suben, no hablemos de elementos de ventilación– provoca estas situaciones. Enfrente, las típicas comparaciones odiosas: Alemania ha anunciado que invertirá 500 millones de euros en mejorar la ventilación de sus edificios públicos.

“Sin querer ser alarmista, porque esto es un problema crónico por el que hemos pasado todos, no estamos ofreciendo a nuestros niños un entorno físico donde aprender que sea el más adecuado”, valora Bassat. El epidemiólogo enumera los problemas que producen estas altas concentraciones de CO2: “Está documentado que niveles por encima de las 2.000 ppm de CO2 conducen al aletargamiento, falta de concentración, dolores de cabeza... dificultades de aprendizaje. Nada que no se sospechara, añade, pero ahora ”se ha medido con rigor“.

El informe de PEP apunta a lo estructural y habla de ventilaciones mecánicas de doble flujo con recuperación de calor en los edificios como la medida más adecuada para mejorar la calidad del aire en los centros: “La conclusión es que hay que intervenir en los colegios, hay que hacer obras, dedicar fondos de la UE a rehabilitar los centros educativos, porque estas actuaciones conllevarían cinco beneficios: salud, mejores resultados académicos, ahorro económico, beneficios ecológicos y por último una reactivación económica”, opina Juan Manuel Manso, de la Universidad de Burgos.

Pero eso es complicado con carácter general e imposible de cara a este invierno, y a docentes y familias les preocupa a corto plazo la COVID-19. Como se ha comentado, la principal medida sería ventilar. Si no se puede, el profesor Pérez Soriano recomienda utilizar filtros HEPA. “¿Son la mejor respuesta? No”, se contesta él mismo, y coincide con la PEP en la ventilación mecánica aunque es consciente de que esta no es factible de un día para otro. Por tanto, “la única solución eficaz a nuestro alcance es el filtro HEPA, teniendo claro que no garantiza una tasa de contagio cero, solo consigue minimizar el riesgo” disminuyendo la carga vírica en interiores. Pero cierra, por si no había quedado claro: “La ventilación debe seguir existiendo sí o sí, los filtros HEPA son una medida complementaria”.

El razonamiento es parecido al que se hace con los bares. “Es muy importante que todos los interiores tengan sistemas de ventilación y de renovación del aire estrictos”, explicaba al respecto Fernando García, de la asociación madrileña de Salud Pública. “Esto vale para todos los ámbitos, también laborales y docentes. Y se debe evitar siempre la recirculación del aire. Tenemos que acostumbrarnos a estar en interiores más fríos, con intervalos muy frecuentes de ventanas abiertas, en donde tendremos que estar más abrigados”.

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