Suele decir que la tierra le salvó la vida. Hace 15 años Pamela Palenciano abandonó al que había sido su novio durante seis cuando se trasladó de Andújar (Jaén), su pueblo natal, a Málaga para estudiar Comunicación Audiovisual. Dejaba atrás su historia con Antonio, el chico que la había maltratado de los 12 hasta su mayoría de edad. Una historia que hoy desnuda ante otros jóvenes en institutos y centros sociales, con la que intenta hacerles entender que no solo duelen los golpes.
Fue la primera frase que le dijo su psicóloga nada más entrar a terapia tres años después y también es el nombre del estremecedor monólogo en el que, con grandes dosis de humor, se interpreta a sí misma, a su exnovio e incluso a su familia y amigos. Palenciano cuenta su vida en No solo duelen los golpes, pero también intenta desmontar los mitos del amor romántico y desgrana las violencias machistas cotidianas y continuadas que suele sufrir una mujer maltratada.
Lleva a sus últimas consecuencias la idea feminista de “lo personal es político” poniendo su experiencia a disposición del público, que desconcertado y sorprendido, no sabe muy bien si reír o llorar. “Me enamoré de un chico dos años mayor que yo, todo empezó como un amor muy bonito, pero poco a poco empezó a decirme que dejara de hacer cosas como vestirme de determinada manera o quedar con amigas y amigos. Así entramos en el llamado círculo de la violencia”, explica a eldiario.es.
Este círculo vicioso ha sido dividido por la psicología en tres fases: tensión, agresión y luna de miel. En esta última el maltratador se muestra arrepentido y se disculpa para volver a empezar. “El círculo deja de ser perfecto porque Antonio acaba haciéndome creer que la culpable soy yo”. Palenciano recuerda cómo llegó a interiorizar lo que su novio le reprochaba. “Me creí, por ejemplo, que si llegábamos tarde era mi responsabilidad porque me paraba por el camino con gente y no dejaba de hablar”.
La fuga de escape que rompió la telaraña en la que se introdujo, como la define ahora, llegó cuando empezó a trabajar en una radio local. Antonio le hizo elegir y ella, por una vez, no cedió. Palenciano sigue recordando una a una sus palabras, que más tarde se convertirían en dos intentos de homicidio: “¿Me vas a dejar? Te juro que te mato”. “Todos siguen ese patrón, cuando sienten que pierden el control sobre ti, se disparan”, afirma. “Cuando nos matan lo hacen porque tu 'hasta aquí' es para ellos un 'hasta aquí no, te mato porque eres mía y de nadie más'”.
“El amor es para crecer”
Pamela Palenciano desmenuza sobre el escenario esta y otras experiencias entrelazando clichés del amor romántico que intenta romper. “A las mujeres nos enseñan que amar es sinónimo de sufrimiento y a ellos que cuántos más celos demuestren, más nos quieren”. En su monólogo habla el idioma de los adolescentes, para lo que además de un lenguaje políticamente incorrecto, ejemplifica con películas como Crepúsculo o 50 Sombras de Grey.
El modelo hegemónico “es dejar todo por amor, las princesas dejan sus castillos, la joven deja de ser humana para convertirse en vampiro y la estudiante deja su mundo para aprender sadomasoquismo”, analiza. El monólogo cuestiona las relaciones de poder que, según Palenciano, suele imponer el amor: “Nos enseñan que la posibilidad es someter o ser sometida”. Un paradigma, dice, basado en la socialización distinta de hombres y mujeres. “Nos hacen creer que somos la mitad de alguien y que debemos buscar a nuestra media naranja, pero es mentira, somos personas completas”.
Confiesa que Antonio “me hacía sentir pequeña, pero el amor es para crecer, para ser libre”. Una conclusión a la que llegó tras años de terapia y contacto con redes feministas, que le ayudaron a leerse como mujer maltratada y a entender lo que le había pasado. “Los feminismos me dieron la clave de que no era la única, que hay una estructura detrás, que nos pasa por ser mujeres y porque hemos aprendido a amar de esta manera”, comenta.
Sobre la situación en España de la violencia machista, Palenciano no puede evitar compararla con El Salvador, donde ha vivido en los últimos años. “Aquí, al menos se habla”, sostiene. Sin embargo, identifica también un punto negro: “Todos los mensajes recaen sobre ellas, yo no quiero que a mi hija la eduquen para que no se ponga falda, quiero que eduquen a los niños para que no se la levanten”. Pone el ejemplo de los titulares periodísticos al afirmar que “no hay que decir 800 mujeres asesinadas en diez años, sino 800 hombres han asesinado a sus parejas”.
Más de 550 chicas de entre 14 y 17 años están siendo protegidas por la Policía para evitar que sus parejas o exparejas puedan volver a agredirlas. Muchas de las adolescentes que escuchan el monólogo encuentran un espejo. “La mayoría se sienten identificadas con muchas cosas, se acercan después a decirme que se les ha caído la venda de los ojos”. Algunos chicos, apunta, “se asumen como Antonio, pero muy pocos”. En otros identifica una actitud defensiva y “se retuercen en la silla, abren más las piernas, cruzan los brazos; pero eso es bueno, porque para cambiar hay que incomodar”.
Para ella ese el sentido de su monólogo: “Me da mucha justicia sentir que lo que hago no es solo para mí, sino que ayuda a otras personas”, dice. Palenciano dejó atrás a su exmaltratador, pero Antonio sigue de alguna manera. “Lo peor que me dejó es esa forma de amar, que es colocarme arriba por miedo de estar abajo”. Algo que intenta trabajarse y no reproducir. “Con mi actual pareja intentamos desarrollar una forma de amar que no existe, no está en los cuentos, en las canciones ni en las películas, pero con la que me doy cuenta de que el amor de verdad no duele”.