“Han cerrado el rectorado antes de tiempo para que no podamos entrar” comunica una de las decenas de personas que se han citado en el patio de armas de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad Carlos III de Madrid. El plan inicial, encerrarse durante la noche y en señal de protesta en un edificio ya cerrado a cal y canto, se desmorona por momentos. Pero una voz, correspondiente a una ex trabajadora del centro universitario, propone una alternativa: “Hay ventanas abiertas por las que puede accederse sin problema”. Mientras, otros compañeros como Salva Ramírez, trabajador de la facultad, negocia con los guardias de Seguridad.
Entonces, con decisión, el grupo heterogéneo de personas concentradas en el patio avanza hacia un edificio contiguo y, a través de una plataforma de la primera planta, consiguen entran al rectorado por tres ventanas abiertas. Los trabajadores de Seguridad, al principio recelosos de su presencia, no se oponen. Media hora después, la puerta de entrada al edificio está libre al tráfico de entrada y salida. El movimiento es constante.
El trabajo en equipo ha funcionado. Una vez instalados en la planta baja, Ramírez recuerda que se respeten las instalaciones para que “nadie tenga la más mínima excusa para echarnos”. Los chicos y chicas, muchos estudiantes aunque también docentes y funcionarios de la universidad, se desprenden de sus mochilas y se disponen en círculos. Clara, estudiante de Sociologia y Políticas está en uno de ellos. Tiene sólo 19 años, pero plena conciencia de la “necesidad de movilizarse”. “Cruzarme de brazos va contra mis valores. Estamos aceptando condiciones discriminatorias y no somos conscientes de ello”, afirma con seguridad. Protesta, y lo lleva haciendo dos días en la huelga estudiantil, pero también propone. “Creo que habría que abrir espacios de reflexión dentro del horario lectivo. Los estudiantes están absorbidos por la carga de trabajo que impone el plan Bolonia. Se coarta la movilización”. Un argumento que comparte Ana, alumna de Derecho y Políticas y miembro de la asociación estudiantil Carlos Marx, y que se ha repetido reiteradamente en las asambleas. “Son todos impedimentos para el activismo social. El problema es conocido, pero no hay conciencia ni acción”, expresa.
La marea verde, cuyo origen se remonta al verano de 2011, encontró en Getafe, municipio de sur de Madrid en el que se ubica uno de los campus de la Carlos III, una asamblea muy activa. Hoy queda el sedimento de aquella acción, que lucha por resurgir a pesar de la desilusión. Unas cenizas que esta madrugada vuelven a prender en el edificio del rectorado de Getafe, en la facultad de Filosofía de la Autónoma, y en todos estudiantes y docentes que se han sumado al encierro como forma de protesta contra una reforma educativa que consideran injusta y segregadora. También, como explica Ana, contra unas subidas de las tasas que convierten a la educación superior en una “educación elitista al alcance de sólo unos pocos”.
La huelga que este jueves une a toda la comunidad educativa promete devolver a la calle a la marea desencantada que resurgió en Baleares el mes pasado. Entre ellos, los docentes de Secundaria que, como Enrique, están en la lucha desde el principio. “Unos paros de este tipo, aunque sólo sean de una jornada, dinamizan. En cuanto uno tira, el mecanismo vuelve a marchar”. Esa dinamización del trabajo en asambleas, con reuniones semanales, es uno de los principales objetivos que se marca en el primer debate de la noche.
En 2011, este profesor de Geografía e Historia, secundó 13 huelgas. También paró otras tantas jornadas Löic, quien vio aumentar la ratio de sus clases de Bachillerato hasta llegar a 45 estudiantes por aula. “Con ese número, es imposible desarrollar cualquier actividad. Es un sobreesfuerzo tremendo”, denuncia. “Si atacas las condiciones laborales del profesor, atacas a la educación. Y las consecuencias las pagan directamente los alumnos y alumnas”.
Fue precisamente como una protesta laboral como comenzó todo, con una movilización inédita de docentes. Hoy, el plano laboral ha quedado en segundo término y la marea verde se ha convertido en una reivindicación social que concierne a todos y todas. “La cuestión informativa está cubierta. Todos conocen nuestras reivindicaciones y la mayoría las apoya, pero existe una falla organizativa”. Un problema que, sin embargo, no va a mermar las ganas de luchar. Que las hay, “y muchas”, apostilla Clara.