El pasado sábado, miles de personas protestaron contra la tala masiva de árboles prevista por el Gobierno de la Comunidad de Madrid para hacer sitio a unas obras. El alcalde madrileño lo había autorizado ya que, en compensación, dijo, “se van a plantar nuevos, el número será mayor”.
La población se manifestó porque entendían que es muy diferente tener 1.000 árboles de medio siglo refrescando del calor o amortiguando la polución que muchos retoños. Este lunes, la Comunidad ha amnistiado los 276 ejemplares donde se concentraron los manifestantes. Pero los planes todavía tienen condenados otros 800 árboles adultos.
Porque no es lo mismo un árbol maduro que 50 plantones. No hacen el mismo servicio en las ciudades para filtrar contaminación, aliviar la acumulación de calor o retener el CO2 que emiten las grandes urbes. Los nuevos tardarán décadas en ofrecer (o compensar) los servicios perdidos de los cortados.
Que las ciudades y sus habitantes necesitan árboles –y más en tiempos de crisis climática– es una realidad ya asentada. El consenso científico certifica que el arbolado urbano “ofrece potencial para mitigar el cambio climático al almacenar dióxido de carbono e introducir un efecto refrigerante”, como subrayó el informe del IPCC sobre mitigación de 2022.
Excelentes filtros
Pero, además, los árboles grandes “tienen mejor capacidad para hacerlo”, como resumen las investigadoras Anaïs Paré y Allision Munson, de la Universidad Laval de Quebec (Canadá), en un análisis en The Conversation.
“En general, los árboles grandes capturan más carbono del aire, reducen más la contaminación y el riesgo de inundación”, remacha Munson. La FAO coincide en este análisis: “Los grandes árboles de las ciudades son excelentes filtros para los contaminantes urbanos y las pequeñas partículas”.
Algunos estudios incluso lo cuantifican: “Las especies grandes son un 44% más beneficiosas –de media anual– que las medianas y un 92% más que las pequeñas”, concluyó un equipo de arquitectos del paisaje del estudio de diseño Arup ya en 2012.
Por eso hay grandes diferencias entre contar con arboledas de plátanos de sombra con 1.000 ejemplares de unos cincuenta años y distribuir 50.000 retoños por una ciudad para compensar la tala. Y más si esas plantaciones luego prosperan erráticamente.
El plan sobrevenido de la Comunidad de Madrid –y autorizado por el Ayuntamiento de la ciudad– para apear más de un millar de árboles con la idea de hacer espacio a un acceso de metro –que en principio iba a estar sobre una vía urbana– vuelve a ilustrar las extrañas cuentas de las medidas ambientales compensatorias: sobre el papel, la obra supone que haya muchos más pies. La calidad que aporta el plan es otra cosa.
El alcalde de Madrid, José Luis Martínez-Almeida, tiró de calculadora para dar el visto bueno a la tala: “¿Es necesaria una infraestructura de transporte que mejore el sur? Sí. ¿Para ello es necesario talar algunos árboles? Sí. ¿Eso quiere decir que se perderán? No, porque se va a replantar un mayor número de árboles de los que se van a talar. Se van a plantar nuevos árboles, y el número será superior”.
En realidad, ese aumento –en cantidad– es una obligación legal desde 2005. La ley de protección del arbolado que rige en la Comunidad de Madrid prohíbe talar ejemplares. Y la primera alternativa cuando se vean afectados por obras es el trasplante. Finalmente “en aquellos casos en los que la tala sea la única alternativa viable se exigirá, en la forma en que se establezca, la plantación de un ejemplar adulto de la misma especie por cada año de edad del árbol eliminado”.
Así que no hay más remedio que poner muchos más ejemplares.
Las cuentas dicen que en este último mandato se han perdido unos 78.000 árboles maduros en la ciudad de Madrid. Un 20% de los que había en 2019. Y con ellos su fuerza para mejorar el entorno y la salud de los vecinos.
Muchos grados de diferencia
Los árboles maduros tienen troncos más gruesos, es decir, más biomasa de madera, lo que redunda en más carbono que no pasa a engrosar la capa de gases de efecto invernadero. Esos ejemplares también disponen de mayores copas que hacen las veces de filtro para los contaminantes –que no acaban en los pulmones de los humanos– y frenan las precipitaciones torrenciales –que causan avenidas en las urbes–.
Esa canopea tiene la virtud de aliviar el calor extremo como el que atravesó España en el verano de 2022. La cubierta vegetal suaviza el efecto isla de calor que cuece las ciudades al almacenar la radiación solar en el cemento y el asfalto. Puede ofrecer una diferencia de más de 10 grados entre las áreas sombreadas y las expuestas.
“Nuestros resultados también muestran la necesidad de preservar los árboles que ya tenemos porque son un recurso valioso y lleva mucho tiempo que crezcan nuevos árboles”, explica el director de Planeamiento Urbanístico, Medio Ambiente y Salud del ISGlobal, Mark Nieuwenhuijsen, al coincidir en el beneficio de mantener árboles ya crecidos.
Es una broma argumentar que no pasa nada con la tala porque se van a colocar nuevas plantas. Todo ese CO2 almacenado, el calor que disipan y la biodiversidad que albergan no se van a sustituir a base de plantaciones
Nieuwenhuijsen ha liderado un equipo internacional que este mes de febrero ha publicado un estudio que concluyó que un tercio de las muertes atribuibles a la islas de calor urbanas podría evitarse si el 30% de la superficie de las ciudades estuviera cubierta por árboles –no solo plantados, sino que cubran–.
“Es una broma argumentar que no pasa nada con la tala porque se van a colocar nuevas plantas”, reflexiona Jesús Martín Hurtado, responsable de Biodiversidad de Ecologistas en Acción. “Todo ese CO2 almacenado, el calor que disipan y la biodiversidad que albergan no se van a sustituir a base de plantaciones”.
Y más si se evalúa cómo han resultado las últimas replantaciones en Madrid. El equipo de José Luis Martínez-Almeida publicitó en julio pasado que había repuesto todo el daño que había causado el temporal Filomena. Almeida calificó el plan como “el mayor de la historia”, asegurando que se había recuperado la masa forestal destruida por el temporal. Sin embargo, unos tres meses después, la alta mortandad de los ejemplares colocados era palpable. En algunas zonas habían muerto hasta el 77% de los miles de arbolitos plantados. El equipo del alcalde achacó el desastre, precisamente, a las olas de calor que afectaron a España.
“Las plantaciones, además de tener que hacerse bien pensadas y en el momento adecuado, imponen un gran trabajo de mantenimiento y una inversión de dinero fuerte para gestionarlas”, recuerda Martín Hurtado. “Es arduo que una plantación salga adelante si no se ofrecen los cuidados necesarios y más en un contexto de cambio climático que lo hace más complicado”.