Madrid, 2 nov (EFE).- Cualquier catástrofe con múltiples víctimas requiere atención psicológica a corto, medio y quizá largo plazo, pero más allá de gestionar emociones como el miedo y el dolor, el punto de partida para ayudar a los afectados directos y sus familias pasa por acabar con la incertidumbre ofreciendo máxima información.
“Cuando hay desaparecidos hay que generar información cada poco tiempo, aunque sea para decir únicamente 'no tenemos más información', para que los familiares sepan que se está haciendo algo”, explica a EFE Mónica Pereira, psicóloga especialista en este tipo de actuaciones, que forma parte del grupo de urgencias, emergencias y catástrofes del Colegio de Psicólogos de Madrid.
Porque la incertidumbre, sigue explicando, es la emoción más difícil de gestionar, impide a la persona concentrarse, planificar o dejar paso a otras emociones.
En puestos avanzados, no 'en el barro'
La presencia de psicólogos especializados en este tipo de catástrofes es imprescindible -no vale cualquier psicólogo, de la misma manera que un médico de atención primaria no podría hacer una cirugía cardíaca-, pero su presencia tiene que estar bien coordinada y ubicada en lugares donde sí se pueda prestar ayuda.
Esos lugares no son “el barro”, o la “zona cero” de la catástrofe, ni tampoco ir casa por casa ofreciendo ayuda; deben ubicarse en los puestos avanzados donde se concentran los familiares de las víctimas y el personal que actúa en la emergencia: bomberos, policías, militares, sanitarios o voluntarios.
Albergues o pabellones, por ejemplo, son lugares donde suelen reunirse los efectivos de emergencias, y allí es donde, antes de irse a descansar o de retomar las labores de rescate o desescombro, pueden agruparse junto a un psicólogo para expresar sus sensaciones, sus emociones, compartir la experiencia o simplemente escuchar a los demás.
“Es muy importante que justo cuando el profesional se para y se da cuenta de todo lo que está ocurriendo, estemos ahí” porque, aunque son trabajadores habituados a trabajar en situaciones difíciles, una situación como la de la dana supera lo que cualquier persona está preparada para ver.
Más que preparación, prosigue Pereira, es la necesidad de que estos profesionales puedan “recomponerse emocionalmente” tras una jornada de rescate o desescombro, y evitar ese 'síndrome del héroe' que tiene una necesidad imperiosa de seguir interviniendo, de seguir ayudando, cuando lo que debe hacer es “parar, recuperar la energía y sacar las emociones desagradables para volver a intervenir”.
Supervivientes y familiares de víctimas
Y al margen de ayudar a los profesionales hay que ayudar a los supervivientes y a los familiares de las víctimas.
En este último caso, los psicólogos acompañan a la Policía y a las autoridades a dar información a los allegados y ejercen de “traductores”, en la medida en que explican con un lenguaje comprensible para personas en una situación muy dolorosa todos los trámites que tienen que afrontar, toda la información que deben facilitar para ayudar en la búsqueda de sus seres queridos.
Y acompañarles en esa espera en la que, de nuevo, la incertidumbre predomina y a la que hay que combatir con información.
Los supervivientes afrontan sus emociones desde otra perspectiva: al alivio y alegría de seguir vivos tras estar horas encaramados en un árbol, atrapados en un tejado o medio enterrados entre coches y escombros sigue inmediatamente la necesidad de saber cómo están sus familiares y amigos, si están todos bien.
“Mientras no tengan claro que están localizados, da igual lo que les diga cualquier profesional, porque no lo van a poder escuchar. Para ayudarles necesitamos que reciban la información que necesitan”, explica la psicóloga.
Tras el 'shock', semanas de emociones 'normales'
Una vez pasadas las primeras horas o días y superado el 'shock' de la catástrofe, afloran en las víctimas, en sus allegados y en los profesionales que han intervenido muchas emociones y reacciones que, aunque les parezcan extrañas, son normales y duran varias semanas.
Pueden ser 'flashbacks', pesadillas, recuerdos vívidos al escuchar un ruido o percibir un olor que retrotrae a la tragedia. “Cualquier reacción que tengamos es normal, por muy desconcertante que sea”, y hay que dejar que se produzcan porque “es parte del proceso de sanación”.
Cosa distinta es que esas reacciones de ansiedad o depresión perduren durante más de cuatro o cinco semanas, porque ahí estaría quedando patente una dificultad de la mente para procesar la situación.
Y en esta fase también es importante la “psicoeducación” de la población, en escuelas o empresas, porque hay que hacer entender a todos los ciudadanos que es normal sentirse mal aunque no hayan resultado afectados de forma directa.
Pereira explica que muchas empresas llaman a psicólogos para solicitar ayuda para sus empleados, y como ejemplo cita empresas de teleoperadores de compañías de seguros, acostumbrados a recibir llamadas dando parte de una rotura de caldera o de tubería, y que estos días están escuchando relatos desgarradores.
Protocolos de emergencia sin psicólogos
La atención psicológica es fundamental, y tanto los ciudadanos como los profesionales que intervienen en las catástrofes son conscientes de ello y la reclaman, pero el problema “está arriba”, cuando a la hora de planificar protocolos estos profesionales no aparecen en la primera línea de actuación como personal necesario.
“Los gestores de las catástrofes no nos movilizan, y aunque haya psicólogos expertos en emergencias, si se movilizan por iniciativa propia no sirve para nada, igual que no ayuda un voluntario con una escoba si no hay coordinación”, apunta.
De hecho, ese psicólogo, si ayuda por su cuenta sin un aparato organizativo detrás, es muy posible que acabe siendo “un número más entre las víctimas emocionales” de esa catástrofe.
Pereira admite que, a título personal, el hecho de que no se piense en los psicólogos como personal necesario en la primera línea de asistencia en catástrofe le despierta sentimientos de enfado y frustración, de manera que tiene que aplicarse a sí misma la atención que prestaría a otro profesional.
“Estamos esperando, con todos nuestros conocimientos y nuestra capacidad, a que el gestor político nos llamen, porque los gestores de emergencias sí tienen claro que debemos estar”, señala la psicóloga, que cree que en gran medida se debe a la falta de dotación económica y de concreción al elaborar protocolos.
“No digo que haya que tener 200 psicólogos en plantilla por si acaso, porque no se necesitan tantos en el día a día, pero sí que haya recursos económicos y grupos 'durmientes' que puedan activarse en cuanto se produzca una catástrofe”, sugiere.
Nueve de cada diez personas son resilientes
Mónica Pereira, no obstante, arroja una luz de esperanza sobre la salud mental de quienes sufren en primera persona una catástrofe, y es que muchos informes revelan que la gran mayoría de personas, casi 9 de cada diez, son capaces de superar este tipo de situaciones.
Y los psicólogos, concluye, son fundamentales para que desde el primer minuto se dé herramientas a quien lo necesite, incrementando el número de personas que lo va a poder superar sin ayuda externa prolongada. “La mayoría somos resilientes”, asegura. EFE
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