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Un pendiente, una pluma o un peine: los objetos de las fosas franquistas que sirven para identificar a las víctimas

Unas gafas aparecidas en la fosa de Zalamea la Real (Huelva). |

Juan Miguel Baquero

“Al final de la fosa estamos cribando la tierra y aparece un anillo y, al poco, sale un pendiente”. Las piezas están enterradas en una tumba con nueve hombres y una mujer. Los voluntarios de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica (ARMH) buscan “como locos” un segundo pendiente que no aparece en el municipio leonés de La Bañeza.

Los objetos pertenecen a María Alonso Ruiz, un mujer que tenía 32 años en 1936. “Sabíamos que usaba gafas, que era barbera y tenía su propio negocio, que era una mujer politizada, moderna y bastante adelantada para su época en una ciudad con mucha iglesia y tradición de derechas”, explica el vicepresidente de la ARMH, Marco González. “Alguien decidió que no debía seguir viviendo”, resume.

Las gafas están cubiertas de tierra y “con un remiendo en la patilla”. Una anciana de más de 90 años confirma que aquellos días culminados en tragedia María “tuvo una herida en la oreja”. Es Josefina, su hermana. Y dice que no busquen más el pendiente que falta. Que lo tiene ella.

“Como tenía la oreja mal no se lo puso y lo dejó encima de la cómoda”, relata Josefina. “Yo lo cogí y lo llevé muchos años colgado del cuello y luego lo engarcé en la alianza”. 80 años para unir objetos “y de alguna forma a las dos hermanas”, apunta González. “Quizás la historia más bonita” rescatada. Pero no la única.

En la sepultura número 10 del cementerio de Guadalajara (Castilla-La Mancha), los ejecutados yacen enterrados en un ataúd: “En una de las láminas vemos una maderilla que tenía unos puntos”, cuentan. Es un dado de madera. “Casi arte carcelario, o de aburrimiento, poco más podrían hacer”, supone Marco González. Estaba en el bolsillo de Eugenio Molina Morato, cerca de donde yace Timoteo Mendieta. Son las fosas intervenidas bajo supervisión internacional tras el pedido de la jueza María Servini desde la Querella Argentina.

El grafito de un lápiz. Un peine. O una peineta. Botones. Anillos y pendientes. Zapatos. Y hasta medallas y crucifijos. En las fosas comunes del franquismo aparecen objetos que formaron parte de la vida de las víctimas. Que cuentan parte de la historia. Son la memoria cotidiana bajo tierra, que aporta detalles sobre las personas asesinadas y en ocasiones sirven para identificar con nombres y apellidos a las personas arrojadas a las tumbas.

Los utensilios no solo ofrecen pistas sobre la identidad de los desaparecidos, también aportan pistas concluyentes de los crímenes franquistas. Algo que ocurre especialmente con las balas. Las fosas guardan proyectiles –de fusiles alemanes Mauser, pistolas de 9mm y otras armas de fuego– que son evidencias de muerte violenta y que pueden ayudar en la investigación de estos asesinatos.

Los objetos actúan así como prueba de las violaciones sistemáticas de los derechos humanos que pretendía juzgar la reforma de la Ley de Amnistía bloqueada en el Congreso por PP, PSOE y Ciudadanos. Se trata de delitos “prescritos” de los que sería imposible perseguir a los autores, opinan los populares contradiciendo a Naciones Unidas, el Consejo de Europa, organizaciones humanitarias como Amnistía Internacional o la justicia argentina, que sostienen que son crímenes de lesa humanidad.

Las desapariciones forzosas fueron un elemento esencial de la estrategia franquista de exterminio del adversario social y político y de la aplicación de la violencia extrema como táctica de guerra. Y un pendiente o unas gafas que reposan bajo tierra, como testigos quietos del terror, pueden ayudar a descubrir la verdad.

Zapatos como huella de “clase social”

Entre los objetos que salen de las fosas del franquismo abundan elementos asociados a la vida y costumbres del sujeto: llaves, mecheros o petacas de tabaco, monedas, la mina de lápices con la madera consumida por el tiempo… O a la vestimenta, como cinturones, hebillas, carteras deshechas, botonaduras alineadas donde antes hubo una camisa, restos de tejidos, colgantes, gemelos y elementos decorativos diversos. Y el tipo de zapato, que señala “la clase social”: no es igual pisar con botín de cuero que con sandalias o abarcas. Ni con botas militares o alpargatas rematadas con trozos de caucho o neumático reutilizado.

En Puerto Real (Cádiz) se encuentra la segunda mayor fosa excavada en Andalucía: en ella yacen 185 personas. Allí el calzado marca un patrón claro. “Por las suelas se ve la calidad de vida del individuo”, confirma el presidente de la ARMH local, Francisco Aragón. Sin embargo, la fosa guarda otros muchos detalles.

En la tumba ilegal predominan los sujetos por debajo de los 30 años de edad. Destacan nueve menores con menos de 17. Casi todas las víctimas aparecen con claros episodios violentos (un 80%), con orificios en cráneos (60%) y fracturas perimortem (40%). Hay balas junto a uno de cada diez.

La fina arena que cubre los cadáveres deja ver “relojes de bolsillo, peines, un jarrillo de lata, el aro de un sombrero, crucifijos y medallas, anillos, cinturones, trozos de cremallera, lápices, pipas de fumar, dientes de oro…”, recita Aragón. Y “horquillas”, en las dos únicas mujeres, “del mismo tipo que hemos visto en Benamahoma, de aluminio y que se las hacían ellas mismas”, explica otro voluntario, Antonio Molins.

La ARMH puertorrealeña hizo una exposición para intentar emparejar estos elementos. “Fue visitada por muchos familiares”, recuerdan, “aunque era difícil que tantos años después pudieran reconocer algo”. Siquiera “un mechero de yesca y un librillo de papel de fumar marca Bambú” extrañamente intactos. O “una cajita metálica con caramelitos de menta”, como objetos más curiosos. “Los caramelos los seguía teniendo dentro”, confirman.

Plumas y una ficha de dominó

“Un hombre llevaba una cajita de pastillas de regaliz de las que se siguen vendiendo [marca Juanola]”, narra el presidente de la ARMH en Valladolid, Julio del Olmo. El hallazgo es útil, explica: “estuvo bien encontrar este pastillero porque es metálico” y a partir del año 37 esa fábrica cambia el material obligada “por necesidades de la guerra”. Ya tienen una pista.

En el bolsillo del mismo individuo aparece otro llamativo objeto: “una ficha de dominó, el tres doble”. ¿Tiene un significado? ¿Quién era su portador? Lo encuentran. Es el sargento Francisco González Mayoral (29 años en el 36), natural de Labajos (Segovia). El militar es una de las personas identificadas de las 247 que la intervención arqueológica rescata en varias fosas del cementerio de El Carmen.

Estos elementos que aparecen junto al cadáver, aunque valiosos, no son determinantes. Sí lo serán otros como “insignias militares del arma de Infantería, el zapato y el cinturón” o un dato sutil: “en la cal se conservó una línea roja que era del lateral del pantalón”. Los asesinos dejan más indicios cuando cubren los restos de cal viva para acelerar la descomposición.

En el recinto cementerial aparecen múltiples vestigios. Como la clasificación del Tour de Francia de 1936 en un recorte de periódico. O en la fosa número 2, donde los arqueólogos descubren un cuerpo femenino que llevaba dos medallas colgadas al cuello. “Una era normal, otra de una cofradía y, al leer el pequeño texto, vemos que es de un pueblo concreto”, Castromocho (Palencia), explica.

La ARMH palentina notifica luego que en aquella población sólo fue asesinada una mujer. Y se llamaba Lina Franco Neira. La identidad queda confirmada con muestras genéticas de su propia hija, Anunciación Martínez (94 años). “En la misma fosa está su padre, al que todavía no tenemos plenamente identificado”, precisa Del Olmo.

En un pinar de la provincia “nos dicen que están apareciendo restos humanos”. Son cuatro personas. Una lleva una pluma estilográfica “de oro, de una calidad extraordinaria”. El estado de conservación es casi perfecto. “Contamos el caso en una publicación y a los pocos meses nos llama una mujer de San Sebastián diciendo que su padre es de Alaejos”, un pueblo de Valladolid. Que se llamaba Hilario González. “Y que sabe que llevaba un reloj de oro, que se lo robaron, y una pluma”, revela Julio Del Olmo.

La hija, Nazaria, tenía nueve años en el momento del asesinato. Pero se acuerda de la estilográfica de su padre, muy peculiar: “en el enganche tiene un indio con las plumas, un indio americano”. Cuando recupera el objeto de su padre “es un momento que vivió con mucha emoción”.

Identificar a Hilario, además, sirve para reconocer a sus compañeros de fosa: el alcalde de Alaejos, Antonio Losada, y los sindicalistas Leoncio Puertas y Francisco González. Porque los objetos cuentan la historia en pequeños trazos. En pinceladas que son la memoria personal e íntima de las fosas del franquismo.

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