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Mujeres, africanas e inmigrantes

Mujeres, africanas e inmigrantes
Santa Cruz de Tenerife —

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Santa Cruz de Tenerife, 7 mar (EFE).- Tres mujeres africanas de distintas generaciones, países y situaciones socieconómicas cuentan cómo ha sido la migración a Canarias para ellas: Un futuro para su hijo, una oportunidad para reencontrarse con su madre y la forma de ayudar y hacer sentirse orgullosos a sus padres.

Sus voces, relegadas a un segundo plano a pesar de que son las que más sufren a lo largo del viaje por los riesgos a los que se exponen por el propio hecho de ser mujer, son ejemplo en los tres casos de superación y feminismo.

No se sienten víctimas, aunque el relato insista en ello, son mujeres que se reconocen afortunadas por haber podido crear en Europa una vida que les permite sonreír al futuro y, para ellas lo más importante, ayudar y hacer sentir orgullosas a sus familias.

KADIJATOU GUEYE, DAKAR (SENEGAL), 54 AÑOS

Kadijtou es madre por encima de cualquier otra cosa. Es la madre de cinco hijos, hizo de madre de las personas con las que llegó en patera a Tenerife, a las que cocinó arroz y pescado durante los siete días que duró la travesía, y se siente también madre de sus dos compañeros de piso treintañeros con quienes vive desde hace 13 años.

Con una fortaleza que salta a simple vista, Kadijtou aborda las dificultades de la vida desde la resiliencia y la entereza, nunca desde la queja, aunque motivos no le faltan.

Después de trabajar durante más de diez años en un puesto de pescado, se ha quedado sin empleo y, por tanto, sin recursos económicos para enviar a su madre, enferma con 86 años, y a sus hijos, que permanecen en el barrio de Ouakam, en la capital de Senegal.

“Arriesgué mi vida sin saberlo para intentar darle un futuro a mis hijos y ayudar a mi madre”, afirma Kadijtou, quien se subió en 2006 a un cayuco con su hijo mayor, cuando éste tenía 13 años, sin decirle nada a su madre ni a su marido, que tiene otras dos esposas, y sin ni siquiera despedirse de sus otros hijos.

Se siente engañada, no sabía que el viaje sería tan duro y que pondría en riesgo la vida de Papa Kone, un joven risueño y listo que ahora trabaja de mecánico en Alemania. De haberlo sabido, admite que no se hubiese ido de Dakar, aunque el sueldo que sacaba como vendedora de comida callejera no le diese para pagar las facturas.

La voz de la experiencia habla claro y alto: “No aconsejo a nadie que se suba a un cayuco, es suerte, si tienes suerte vas a llegar y, si no, vas a morir”.

Ella y su hijo llegaron, pudieron establecerse en Tenerife y, ahora, sobrevive con la ilusión de reciclarse profesionalmente y encontrar trabajo como cocinera o cuidadora de niños y con la esperanza de conseguir la repatriación familiar para poder traer a su madre e hijos a España.

JOSEPHINE GOMEZ, SEREKUNDA (GAMBIA), 28 AÑOS

Su reivindicativo pelo afro y sus rasgados ojos de color marrón le han valido a esta joven gambiana para trabajar como modelo en Canarias. Sin embargo, Josephine es muchísimo más que una cara bonita. Llevar el pelo afro no es una opción estética ni una decisión intrandescente sino que tiene más importancia de la que parece.

Lucir su cabello al natural, sin pasar por agresivos tratamientos químicos y de planchado, es un gesto de feminismo y de reivindicación racial para Josephine. Así lo hace desde que fue a la universidad en Tenerife, adonde llegó cuando tenía 13 años desde Gambia con su padre por reagrupación familiar. La historia de su pelo es un poco la historia de su vida.

Josephine recuerda que vivía bien en su ciudad natal, Serekunda, la ciudad más grande de Gambia, situada al suroeste de la capital, Banjul. Era feliz, “como cualquier niña”, iba a un colegio privado donde tenía buenos amigos y jugaba todas las tardes con sus primas, a la que va a visitar siempre que puede. Su vida dio un vuelco inesperado cuando a su madre, Veronic, le salió una oferta laboral que no pudo rechazar en Tenerife.

Primero viajó su madre a la isla y, siete años después, se mudaron Josephine y su padre, una vez superaron el “arduo” procedimiento burocrático que les permitió conseguir la reagrupación familiar. En la isla, la joven ha estudiado un carrera, Trabajo Social, ha conseguido un empleo estable en una ONG y, lo más importante, ha creado su propia identidad, que no es “ni del todo gambiana, ni del todo española”.

Su forma de pensar está arraigada a su experiencia migratoria. Josephine piensa con frecuencia en quién es y admite que le ha costado construir dos identidades, una en Gambia y otra en España, por las que, con frecuencia, se siente cuestionada. No es “ni de aquí ni de allí”, es una feminista convencida y agradecida a su madre, quien le dio la posibilidad de ampliar su perspectiva de la vida al mudarse a Canarias.

“Las mujeres se han callado toda la vida, el feminismo es necesario”, afirma la joven, quien por eso mismo, indignada con quienes solo ven en ella un color de piel, ha decidido vivir sin los límites raciales y machistas que, a veces, impone la sociedad. Es por este motivo por lo que presume de su pelo al natural y por lo que lanza un mensaje: es necesario dar naturalidad a la presencia de las mujeres en las migraciones, pues son muchas las que, como su madre, deciden salir de su país para darle un mejor futuro a sus hijos.

HALIMA ZINEDINE, SEBT AIT RAHOU (MARRUECOS), 31 AÑOS

La historia de Halima es una historia de superación en mayúsculas. Casi muere dos veces: primero de hambre y sed en el desierto del Sahara esperando por la salida del cayuco que la llevaría a Fuerteventura y después cuando, en el viaje, la barcaza se rompió a la mitad y cayó al mar sin saber nadar.

Halima, que ahora tiene 31 años, se subió a un cayuco con 14, la misma que ahora tiene su hija Leila, una joven que aspira a ir a la universidad para estudiar Psicología y que, según relata su madre con orgullo, la tiene a ella como ejemplo de fortaleza y sacrificio en la vida.

Esta joven marroquí tampoco le dijo nada a su madre sobre sus planes migratorios. De haberse enterado, “jamás” le hubiese dejado arriesgar su vida en un cayuco para salir de Sebt Ait Rahou, un pequeño pueblo del Atlas Medio que vive fundamentalmente de la ganadería y donde habitan unas 10.000 personas, población que aumenta en verano, cuando de pequeña ella y su familia veían desde la ventana de su casa cómo regresaban con regalos y ahorros muchas de las personas que habían emigrado a Europa.

Aunque han pasado 17 años, Halima recuerda con pelos y señales cómo fue su viaje. Empezó mal, la persona que organizaba la travesía a Canarias la estafó, perdió los 600 euros que había invertido y la dejó “tirada” en el desierto sin agua ni comida y con la única sombra de un cayuco bajo el que se cobijó.

Continuó peor. A las 24 horas de salir de Tarfaya, el cayuco, desgastado por el sol, se rompió y ella y las otras 35 personas con las que viajaba casi mueren. A partir de ahí la moneda giró y la suerte, por fin llegó. Fueron rescatados y, al ser menor, pudo quedarse en Canarias, aprender español y estudiar hasta Bachillerato, cuando abandonó sus estudios al quedarse embarazada y empezó a trabajar en la hostelería.

Madre soltera y luchadora, Halima se ha convertido en quien siempre soñó ser: Una mujer que trabaja duro para sacar adelante a su hija y ayudar a sus padres, a quienes envía dinero y visita cada verano con regalos, tal y como años atrás vio hacer con desconsuelo a sus vecinos, emigrantes en Francia e Italia.

LOS DATOS

Según Cruz Roja, el 5 % de las personas que desembarcaron de una patera en 2020 en Canarias eran mujeres, porcentaje que no se ha sobrepasado durante todos los años en los que las islas han recibido cayucos. Ellas suelen llegar a Gran Canaria, Lanzarote o Fuerteventura, islas más próximas al continente africano.

Las mujeres, a diferencia de los hombres, tienen más posibilidades de ser trasladadas a la península y no se las repatría a sus países por la propia vulnerabilidad que supone ser mujer y porque podrían ser posibles víctimas de trata. La mayoría de ellas, al igual que los hombres, tienen el objetivo de establecer su vida en la península o en Europa, son excepcionales los casos de mujeres que llegan en patera y se quedan a vivir en Canarias.

¿Por qué se suben menos las mujeres que los hombres a una patera? Tanto Cruz Roja como las propias entrevistadas coinciden en que las mujeres son más responsables con la carga familiar, como hijos o padres, que dejan en sus países y también son más conscientes del riesgo que supone subirse en una barcaza de madera.

Belén Rodríguez

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