CAMBIOS SOCIALES

Las mujeres que congelan sus óvulos se han multiplicado casi por 30 en una década en España

Verónica y Clara (nombre ficticio) tienen, al menos, una cosa en común: a los 36 años las dos decidieron congelar óvulos. “Era una manera de comprar tiempo”, resume Verónica sobre su decisión. Sus historias son parte de un relato colectivo que se ha instalado en los últimos años en nuestro país. En esta década, la congelación de óvulos ha crecido de manera exponencial en España. Los datos de la Sociedad Española de Fertilidad muestran que las mujeres que han acudido a esta práctica en la última década se han multiplicado por 28. Si en 2010, primer año en el que la organización registró estas cifras, hubo 129 mujeres que preservaron su fertilidad, en 2019 este dato había ascendido hasta las 4.396 mujeres. En 2020, el último año para el que hay datos publicados, hubo 3.745 mujeres que congelaron sus óvulos, algo menos que el año anterior pero en un periodo claramente influido por la pandemia y los confinamientos.

En estas cifras no están incluidas las mujeres que congelan óvulos antes de someterse a tratamientos que pueden afectar a su fertilidad, por ejemplo la quimioterapia, y que la Sociedad Española de Fertilidad publica por separado. El crecimiento ha tenido lugar entre las mujeres que preservan su fertilidad por lo que la organización denomina “razones sociales”. La investigadora Sara Lafuente Funes, experta en reproducción asistida y bioeconomía, resume el estado de situación: “La diferencia con otros países es que aquí el retraso de la edad de maternidad es mucho más acuciante, hay una brecha cada vez mayor entre el deseo reproductivo y el momento en el que se ejecuta”. A las razones sociales se suma un avance científico que permitió congelar óvulos en buenas condiciones y de manera eficaz: la vitrificación, una técnica que se consolidó a partir de 2010. La serie de datos que publica la Sociedad Española de Fertilidad comienza justo en esa fecha.

Son varios los estudios y estadísticas que muestran de qué manera se ha ido alargando la edad de tener hijos. En España, ya es más normal tener un hijo a los 40 que a los 25. Este hecho terminó de consolidarse en 2014, primer año en el que el Instituto Nacional de Estadística registró más madres por encima de los 40 que por debajo de los 30, una tendencia que antes era justo la contraria. El estudio del Centro de Estudios Demográficos La infecundidad en España: tic tac tic tac señalaba que España encabeza el retraso de la maternidad en Europa. En 2018, una encuesta del INE mostraba que cerca del 50% de las mujeres de entre 35 y 44 años aducían motivos laborales y económicos para tener menos hijos de los que hubiera querido.

Preservar “una posibilidad”

Verónica tiene ahora 44 años, han pasado ocho desde que congeló sus óvulos. “Había roto con mi pareja y pensé que entre que me recuperara y tuviera ganas de estar con alguien disminuían mis posibilidades. No tenía claro que quería ser madre pero sí que, de serlo, quería hacerlo en pareja. Tenía ciertas dudas, pero fui a informarme con una doctora y lo puso todo tan fácil que empecé el proceso”, cuenta. El desembolso fue de 3.000 euros en una clínica de Madrid y en un ciclo consiguieron extraerle 32 ovocitos, de los que 25 estaban en perfectas condiciones y fueron congelados. Hace tres años, la clínica le comunicó que si quería renovar la congelación durante otro lustro tenía que pagar un extra. Verónica lo hizo: “Lo pensé unos días y pagué. Es verdad que cada vez se oyen más historias de maternidades más añejas y piensas que esa posibilidad está ahí”.

De cada cien ovocitos que se utilicen sin congelar, solo el 7 u 8% termina en un recién nacido vivo. Y el posible perjuicio de vitrificar y desvitrificar sitúa ese potencial a la baja, así que el número de ovocitos congelados que necesitas es más alto

Sin embargo, la evidencia científica es menos optimista: congelar óvulos no asegura, ni mucho menos, un embarazo futuro. El presidente de la Sociedad Española de Fertilidad, Juan José Espinós, expone algunos datos: de cada cien ovocitos que se utilicen en fresco, sin congelar, solo el 7 u 8% termina en un recién nacido vivo. “El potencial perjuicio de vitrificar y desvitrificar sitúa ese potencial a la baja, así que el número de ovocitos congelados que necesitas para conseguir una probabilidad de embarazo es más alto y este número va a incrementarse con la edad que tiene la mujer cuando congela”, explica. Por eso, prosigue, la recomendación es vitrificar por debajo de los 35 años, “38 a lo sumo”, aunque Espinós insiste en que en ningún caso “se puede vender esta técnica como garantía de éxito”.

La preservación de semen también es posible, pero los datos muestran que apenas se recurre a ella. El presidente de la Sociedad Española de Fertilidad explica que, aunque la calidad del esperma también disminuye, el proceso tarda más en producirse. Su composición hace, además, que su congelación sea más sencilla, por lo que la aparición de la vitrificación no afectó tanto a las posibilidades para conservarlo.

Lo individual frente a lo colectivo

Basta echar un vistazo a la publicidad de algunas clínicas para encontrar un relato que equipara la congelación de ovocitos con la total seguridad de preservar la fertilidad para el futuro. Un estudio de la investigadora Leila Mohammadi en 2019 concluía que la información proporcionada por algunas clínicas sigue “la lógica del marketing y no prioriza la información objetiva para que la mujer tome una decisión armonizada con su situación ante el dilema de congelar sus óvulos”. El presidente de la Sociedad Española de Fertilidad se muestra en contra de la publicidad engañosa: “Si alguien te asegura un embarazo por congelar es falso, igual que si te dicen que si no congelas nunca podrás quedarte embarazada”. El experto explica que deberían ser los organismos que regulan y vigilan la publicidad quienes controlan que nadie se excede en sus prácticas comerciales.

Leila Mohammadi, investigadora de la Universidad Oberta de Catalunya, critica que la congelación de ovocitos se presente como “el único avance tecnológico que permite solucionar el dilema del retraso de la maternidad, como una opción de libertad ante otras alternativas”, un planteamiento que califica de reduccionista, puesto que el retraso de la edad de la maternidad debe abordarse como un problema social y no individual, sostiene.

Es el mismo planteamiento que expone la socióloga Ana Rivas, que subraya que tal y como se proponen este tipo de técnicas producen una “despolitización de la maternidad”. “La oferta de vitrificación de los ovocitos como incentivo social/laboral plantea el problema de la conciliación como una cuestión individual/particular que atañe solo a la mujer, y no como una cuestión social que afecta a la sociedad en su conjunto”, expone en un estudio.

La profesora de sociología de la Universidad Complutense expone profusamente los datos que demuestran que la congelación no asegura el éxito posterior. Y añade también el componente de clase: “No son tratamientos al alcance de todas las mujeres por su elevado coste económico, la mayoría de los centros que los ofertan son privados y los centros públicos que los ofrecen son tan escasos que tienen listas de espera considerables”.

Medicalizar la fertilidad desde antes de querer reproducirse

A los 36 Clara quería ser madre a toda costa. Después de unas pruebas le advirtieron de que tenía muchas posibilidades de tener menopausia precoz. “Como en ese momento en mis planes no estaba quedarme embarazada porque mis circunstancias personales no me acompañaban decidí vitrificar óvulos. Fue una decisión para reducir la incertidumbre y la ansiedad que me generaba ese tema”, relata.

Clara tuvo que someterse a dos ciclos porque sus ovarios no respondían a la hormonación y eso le supuso importantes consecuencias emocionales y económicas. “Iba hasta arriba de hormonas y me afectó muchísimo, fue de los momentos más complicados que he vivido”, recuerda. El tratamiento le costó 6.000 euros. Hace un par de años, la clínica le contactó porque el plazo de cinco años de congelación por el que había pagado caducaba. Renovarlo por otro lustro costaba 750 euros pero Clara decidió no hacerlo. “Mi situación ha cambiado y he asumido que no voy a ser madre, y que mi vida puede ser igual de buena sin hijos”.

Para la investigadora Sara Lafuente, la amplia oferta para congelar óvulos y su normalización introduce un cambio en la reproducción asistida, y deja una reflexión: “Amplía la reproducción asistida a mujeres que no están intentando quedarse embarazadas o que ni siquiera saben si querrán estarlo, medicaliza la fertilidad desde antes incluso de querer empezar a reproducirse, amplía el margen de acción de estos mercados”.

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