Nacionalismo, lujo y turismo mantienen la caza de ballenas a pesar de las dudas de Islandia

Raúl Rejón

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Islandia anunció el martes pasado que autoriza la caza de 128 ballenas este 2024. Se añadirán a las más de 500 que abate Noruega cada temporada y las más de 300 que mata Japón, los tres únicos países del mundo que rechazan la prohibición internacional de caza comercial vigente desde 1986.

Una mezcla de orgullo nacional, nicho comercial de lujo y reclamo para turistas hace que, en pleno siglo XXI, la carne de ballena mueva unos 380 millones de euros al año. Y va a más. La consultora Data Bridge prevé que el negocio casi se doble para 2030 –549 millones–.

Islandia ya había mostrado dudas sobre su actividad ballenera: no hubo caza entre 2019 y 2021, pero regresó en 2022. El año pasado detuvo parcialmente la temporada tras un informe oficial en el que se apuntaba que los métodos de caza podían vulnerar la ley islandesa. El director científico de la organización Ocean Care, Mark Simmond, califica como “una enorme decepción” la decisión final del Gobierno islandés. “Es todo lo contrario de lo que millones de personas esperaban. Habíamos visto signos de cambio en Islandia en los últimos meses, pero ha perdido una gran oportunidad de abandonar esta práctica cruel y arcaica”.

Desde que la Comisión Ballenera Internacional acordara la prohibición de la caza comercial de ballenas, más de 40.000 ejemplares han sido abatidos a arponazos. En los primeros años, buena parte de las piezas se mataba bajo el paraguas de la “investigación científica”. Pero en 1993 Noruega ya reactivó sus balleneros comerciales. Japón abandonó la Comisión en 2018 y reinició su caza comercial un año después.

La tradición como argumento

En 1988, el entonces responsable de asuntos pesqueros de Japón, Junichiro Okamoto, lanzó un mensaje nítido sobre la caza de ballenas que marca la posición del país: “Se ha convertido en un asunto de orgullo nacional”, declaró durante el regreso de la flota ballenera nipona desde la Antártida. 36 años después, el actual portavoz del gobierno japonés, Yoshimasa Hayashi, ha insistido en que “es importante perpetuar la cultura culinaria de Japón”. También afirmó que las ballenas pueden “explotarse sosteniblemente como cualquier otro recurso marino”.

Porque Japón, lejos de amainar su actividad ballenera, está apretando el acelerador. Las palabras de Hayashi llegaron durante la presentación en mayo pasado de un nuevo barco caza-ballenas de la compañía nipona Kyodo Senpaku. El buque nodriza, bautizado como Kangei Maru, ha costado 48 millones de euros y es, en realidad, una factoría flotante de carne de cetáceo de gran tamaño.

La capacidad, autonomía y tamaño de este barco ha hecho que los activistas anti-balleneros sospechen que pueda adentrarse en aguas internacionales en su rastreo de cetáceos. El presidente de la empresa, Hideko Tokoro, afirmó durante un tour por el barco con periodistas que “las ballenas están en la cúspide de la cadena alimentaria. Compiten con los humanos al comer criaturas marinas que deberían alimentar a nuestros pescados. Tenemos que sacrificar ballenas para mantener el equilibrio del ecosistema: es nuestro trabajo y nuestra misión proteger los océanos para el futuro”.

Las ballenas están en la cúspide de la cadena alimentaria. Compiten con los humanos al comer criaturas marinas que deberían alimentar a nuestros pescados. Tenemos que sacrificar ballenas para mantener el equilibrio del ecosistema

Es más, esta temporada los cazadores japoneses podrán disparar sus arpones a una nueva especie. Este año, el Ejecutivo planea permitir la caza de rorcuales comunes –el segundo animal más grande del planeta detrás de la ballena azul–. De esta manera, se autorizarán cuatro variedades de ballenas cazables en Japón: el rorcual de Bryde, el rorcual minke, el rorcual boreal y, ahora, el común. Además, la organización Whales and Dolphins Conservation ha calculado que el estado japonés subvenciona con 10 millones de dólares anuales la caza.

Noruega: principal potencia caza-ballenas

Sin embargo, la nación más ballenera del mundo está al otro lado del globo. Noruega se autoadjudica cada año una cuota de unas mil ballenas por cazar, aunque luego arponea un promedio de alrededor de 500 rorcuales minke.

El gobierno noruego justifica que “la caza de ballenas es parte de las antiguas tradiciones de Noruega. Es sostenible y legal”. Se refiere a que se hace en aguas jurisdiccionales noruegas donde el Estado es soberano para gestionar los recursos marinos. También argumenta que su especie objetivo, el minke, no está en peligro “hay más de 100.000 en aguas noruegas”, insiste.

Aparte de esto, más de un tercio de la carne de ballena que produce Noruega al año se destina a la exportación hacia Japón. También está siendo utilizada como atractivo turístico en el país escandinavo y se ha documentado que partidas de esta carne han sido utilizadas como comida para perros.

Los balleneros noruegos han pedido al gobierno que promueva el consumo de carne de cetáceo en el país: “Los noruegos han dejado de comer ballena así que el mercado noruego ha fallado”, dijo un representante de la industria en un debate organizado hace solo un mes por el medio nórdico High North News.

La decisión de Islandia ha provocado “amarga decepción” en los ambientalistas que esperaban que el país detuviera la caza este año. Esa esperanza se basaba en los informes sobre cómo se arponean ballenas que habían revelado “crueldad” y “sufrimiento” por parte de los animales.

Habíamos visto signos de cambio en Islandia en los últimos meses, pero ha perdido una gran oportunidad de abandonar esta práctica cruel y arcaica

Incluso un nuevo informe del Ejecutivo islandés –de marzo de 2024– ha mostrado que el 21% de las ballenas abatidas en 2023 habían recibido, al menos, dos disparos con un tiempo medio de agonía de 11 minutos y un caso en el que la ballena tardó en morir 35 minutos después de recibir el primer arponazo.

En Islandia se cazan tanto rorcuales minke como rorcuales comunes en aguas cercanas a Groenlandia y las islas Feroe. “Al contrario de la creencia popular, la carne de ballena no es un plato local y solo el 2% de la población lo consume”, asevera un informe de Whales and Dolphins Conservation sobre la actividad en la isla. Así que una parte de la producción es vendida a Japón y otra se ha convertido en un reclamo para los turistas que visitan el país atlántico.