La ciencia busca cómo detectar el párkinson y el cáncer por el olor

Diez años después de casarse, Joy Milne notó una variación en el olor de su marido, al que con el tiempo detectaron la enfermedad de Parkinson. Fue mucho más tarde, al acompañarle a la primera reunión con otros pacientes con esta enfermedad, cuando esta enfermera escocesa se dio cuenta de que olían igual que él. “Me crucé con una mujer y me encontré con un desbordante olor familiar”, recordaba en una reciente charla. “Cuando volví a la sala y dejé que la nariz hiciera su trabajo, podía diferenciar entre aquellos que tenían párkinson y los que no”.

Su caso llegó hasta un equipo de investigadores de la Universidad de Manchester encabezado por Perdita Barran, especialista en espectrometría de masas. “Yo era muy escéptica, pero acordamos hacer una serie de pruebas con camisetas de personas con párkinson y comprobar si podía identificarlas”, explica. “Ella acertó un 100% de las veces, era capaz de diferenciar quién tenía párkinson con el olor de la camiseta”, recuerda. “Lo más emocionante fue que identificó como enfermo de párkinson a una persona del grupo de control que creíamos un falso positivo”, señala. “Nueve meses más tarde, esta persona regresó para decirnos que la habían diagnosticado”. 

El “superolfato” de Joy Milne sirvió para descubrir que el olor se acumulaba en el sebo de la nuca y que, comparando muestras de pacientes sanos y enfermos, podían identificar una serie de moléculas que pueden ser utilizadas como biomarcadores en una prueba para el diagnóstico temprano del párkinson. “Vamos a empezar en un hospital de Manchester, estamos esperando financiación”, adelanta Barran a elDiario.es. “No podemos cribar a toda la población de más de 50 años, pero las personas con síntomas o con un historial familiar podrían ser el objetivo”.

Descifrando el “volatiloma”

El caso de Manchester es solo una muestra de la carrera emprendida por laboratorios de todo el mundo para desarrollar sistemas que utilicen el olor personal, a través de muestras de sudor, orina o aliento, para detectar enfermedades de un modo similar a lo que consigue Joy Milne o los perros entrenados para esta tarea. Al conjunto de estos elementos volátiles que desprende nuestro cuerpo se lo conoce como “volatiloma” y es la “receta” que los científicos pretenden descifrar para diseñar narices electrónicas que puedan “oler” y reconocer a tiempo una larga serie de enfermedades, desde la esquizofrenia hasta el cáncer.

Al conjunto de estos elementos volátiles que desprende nuestro cuerpo se lo conoce como “volatiloma”

“Sabemos que tenemos un cóctel químico en nuestra piel y el aliento, y que cualquier variación podría indicarnos un problema de salud, cambios que se podrían detectar objetivamente como se detecta el cambio en el tamaño de una pupila”, explica Laura López-Mascaraque, investigadora del CSIC y presidenta y cofundadora de la Red Olfativa Española. Durante mucho tiempo hemos delegado en los perros, que se utilizan para detectar desde la diabetes a la malaria, pero ahora “se está intentando coger esas muestras y sacar la huella olfativa para identificar los compuestos”, asegura.

Oler el cáncer

Uno de los pioneros en este campo es Andreas Mershin, físico del Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT) que trabaja en un dispositivo de detección de olores miniaturizado que pretende incorporar en un futuro a los teléfonos móviles. Como en otros casos, fue la impresionante capacidad de los perros para detectar el cáncer lo que le sirvió de inspiración. Lo más interesante, para Mershin, es que los animales son capaces de detectar distintos tipos de cáncer, a pesar de que los biomarcadores no son los mismos. “Es como si identificaran la melodía aunque ninguna de las notas coincida”, señala. “Lo que nos hace pensar que hay una firma del cáncer que no consiste en ninguna molécula concreta”. 

Por eso Mershin y su equipo han intentado replicar el funcionamiento de la nariz de los mamíferos, alejándose de la visión clásica que trata de obtener la receta química. “Tenemos una idea equivocada sobre el olfato”, insiste. “Pensábamos que preguntar de qué está hecho algo es lo mismo que preguntar a qué huele algo, pero son cosas distintas. Los perros trabajan en espacios perceptivos, no químicos. Y todo lo que tenemos en ciencia son herramientas de análisis químico, cuando el olor es un problema muy diferente”.

“Un olor no es una molécula, es un conjunto de muchas moléculas a distintas concentraciones”, recalca López-Mascaraque en la misma línea. “A baja concentración, un compuesto huele a rosa y en alta huele a pescado podrido, por eso tan complejo diseñar narices electrónicas, que de momento pueden llegar a detectar diez o doce moléculas y se está intentando emplear inteligencia artificial y chips neuromórficos para imitar nuestro olfato”. 

El dispositivo patentado por Mershin desde del MIT ha sido diseñado mediante pruebas en las que comparan los compuestos volátiles que pueden detectar los perros y los que aparecen en las analíticas químicas. “No estamos ni siquiera cerca de la capacidad de los perros”, informa en videoconferencia desde el MIT. “Ellos tienen 800 receptores y nuestro dispositivo solo tiene ocho, pero creemos que este es el camino”. 

No estamos ni siquiera cerca de la capacidad de los perros, pero creemos que este es el camino

Mershin sueña con un futuro en el que se pueda detectar un cáncer a tiempo mediante pruebas sencillas y rápidas que no requieran biopsia ni la presencia de un perro entrenado en un hospital. “Nuestra idea es que tenemos que entender lo que están haciendo los perros y llevar esta tecnología a la humanidad porque es una especie de superpoder”, indica. “Lo que me molesta es que tengo a mi disposición equipos por valor de 100 millones de dólares y aun así, con todo eso y el acceso a los hospitales de Harvard y sus médicos, no puedo diagnosticar cáncer tan bien como un perro que ha sido entrenado durante seis semanas”.

Los mil ‘aromas’ de la enfermedad

Este nuevo enfoque está recuperando para la medicina un sentido que había sido dejado de lado, no solo por su complejidad, sino porque se tomaba por algo “primitivo”. “Hasta el siglo XVII los médicos usaban el olfato para diagnosticar, pero algunos médicos empezaron a decir que no debíamos ser como los animales, y eso de alguna manera mató el olor para la medicina”, explica Perdita Barran. 

“Muchas enfermedades tienen olor”, apunta López-Mascaraque, “pero el olfato ha sido un sentido olvidado e infravalorado”. El uso del olfato en medicina se remonta a los tiempos de Hipócrates, quien advertía de que un aliento con olor a pescado indicaba una enfermedad del hígado y el olor a uvas era indicativo de una infección. “Los chinos han estado entrenando a sus médicos en reconocer olores, lo que se está perdiendo”, añade Mershin, “Los médicos occidentales fueron entrenados para reconocer la crisis diabética por el olor, pero los perros nos han enseñado que los humanos, salvo casos muy excepcionales como esta enfermera que detecta casos de párkinson, somos muy limitados”. 

En campos como las enfermedades metabólicas, la detección de enfermedades por su olor es casi una práctica del día a día. “Dependiendo del problema metabólico, el paciente puede oler a col hervida, azufre o mantequilla rancia”, enumera el doctor Domingo González Lamuño, pediatra del Hospital Universitario Marqués de Valdecilla (Cantabria) especialista en enfermedades del metabolismo. Si el bebé presenta un intenso olor a pies mojados, es muy probable que tenga acidemedia isovalérica, si huele a “pis de ratón”, casi seguro es un caso de fenilcetonuria. “Incluso hay una enfermedad metabólica cuyo nombre está asociado al olor: la orina con olor a jarabe de arce”, apunta Lamuño. 

“Hay pacientes que, cuando se sientan delante de ti, notas un impacto olfativo que no tiene nada que ver con la higiene, pero te advierte de que esa persona tiene algo serio”, asegura el doctor Manuel Salvador, que trabajó durante décadas en el Hospital de Castellón. Este médico jubilado recuerda que podía distinguir el mal pronóstico de un paciente con gangrena gaseosa si presentaba determinados olores. “Cuando entrabas, y notabas un olor dulzón, como a almendras, lo tenía muy difícil. Si olía a heces o a cloaca, se salvaba”. 

Podemos decir si alguien tiene diabetes, hipotensión, obstrucción coronaria, y hasta covid, mediante el olor

Todo esto son muestras de que las sustancias volátiles que desprende nuestro cuerpo fueron siempre un indicador de que algo se estaba transformando en su interior y puede revelar incluso la presencia de fuertes infecciones. “Son cosas que también sabían nuestras madres, cuando te decían que les echaras el aliento para saber si tenías anginas”, recuerda López-Mascaraque, “y que ahora vemos con una nueva perspectiva; de aquí a diez años el olfato va ser el boom, por todo lo que se está trabajando en nuevas tecnologías, inteligencia artificial, etc.”

“Mis colegas de la Universidad de Manchester tienen un programa activo de investigación para diagnosticar la tuberculosis, porque tiene un olor muy fuerte”, anticipa Perdita Barran. “Y nosotros hemos demostrado que podemos decir si alguien tiene diabetes, hipotensión, obstrucción coronaria, y hasta covid, mediante el olor. En cierta manera, hemos vuelto a hacer el olor útil para la medicina”.