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Cada vez tenemos menos niños, pero tiene arreglo: el futuro está en la inmigración

El hall de un colegio de Valladolid lleno de niños y niñas. / Efe

Daniel Sánchez Caballero

Es un problema serio o uno ficticio creado por el discurso imperante, según a quién le preguntes. Pero la realidad es la que es: la natalidad está por los suelos en España. El pasado año nacieron menos de 400.000 niños en el país, cifra que no se daba desde los 90 y que, unida al número de fallecimientos récord deja un saldo vegetativo (la diferencia entre nacimientos y muertes) récord.

Las causas de esta situación son conocidas (aunque no por ello atacadas correctamente): la precariedad laboral, la imposibilidad de conciliar y la falta de servicios sociales adecuados (guarderías) provocan que la gente se lo piense a la hora de tener un hijo.

Las consecuencias son variadas y también públicas. Muchos estudiosos alertan: ¿Quién va a pagar las pensiones en unos años? ¿Quién se va a ocupar de los mayores? ¿Qué va a pasar con las escuelas, muchas de las cuales ya 'compiten' por los niños cuando llega el periodo de matriculación bajo la amenaza de cierre de líneas?

Pero todas estas asunciones parten desde un punto de vista común y normalmente aceptado por la sociedad: que no nazcan niños es malo. Y no todos están de acuerdo. “La pregunta es, ¿necesitamos que las poblaciones sigan creciendo?”, dispara Unai Martín, profesor de Demografía en la Universidad del País Vasco. “La idea, mezcla de religión y nacionalismo, es que las poblaciones tienen que crecer cuanto más mejor, y lo contrario es malo. Pero no hay ninguna razón objetiva para pensar así”, argumenta. “Pero es que ni siquiera pensando así; la diferencia en población la determina la migración”, no los nacimientos, añade.

La foto fija

Pero primero la foto fija de la situación. El panorama que devuelven los datos publicados por el INE no es demasiado alentador. En 2017 fallecieron 423.643 personas en España, la mayor cifra desde 1941, cuando arrancó la serie histórica. Este dato supone un 2,3% más de muertes que el año anterior y lleva a que, unido a la caída de los nacimientos (391.930 en total, un 4,5% menos que en 2016) el saldo vegetativo del año pasado, la diferencia entre nacimientos y fallecimientos, fuera negativo con -31.245.

Más datos. Las mujeres tienen 1,3 hijos de media y dan a su luz a su primer hijo con 32,1 años. Ambas cifran evolucionan en el sentido contrario al que sería deseable si es que de tener más hijos se trata, aunque la tasa de fecundidad (los hijos por mujer) está bastante estabilizada: en diez años ha caído medio hijo por mujer. La edad media de las madres primerizas se mueve más rápido: ha subido un año en lo que llevamos de década.

La fotografía fija “expresa cómo es la estructura poblacional de los países desarrollados hoy en día, una caída de la natalidad y una mortalidad muy larga”, explica Celia Fernández-Carro, sociológa y demógrafa e investigadora y docente en la UNED.

Las razones para este descenso de la natalidad están claras para los demógrafos: “Ha caído bastante el número de madres en edad fecunda”, resume Pedro Requés, catedrático de Geografía Humana en la Universidad de Cantabria. Las mujeres tienen menos hijos de media, sí. Los tienen más tarde, sí (lo que influye directamente en cuántos hijos tienen). Pero la clave es que hay menos mujeres en edad de tener hijos. (entre 15 y 49 años). En 2010 eran 11,55 millones, el pasado año 10,57 (un 8,5% menos).

Esa es la razón medible. Luego están las más etéreas. Por ejemplo, la dificultad de tener hijos en este contexto social y económico. Como explica June Fernández en este artículo, “es paradójico: tener hijos es un mandato social que, al mismo tiempo, resulta cada vez más difícil de cumplir”. “El desajuste entre madurez vital y biológica tiene un componente cultural importante. Incluso cuando las condiciones económicas acompañan, la mayoría de personas no nos sentimos preparadas para tener hijos hasta bien entrada la treintena”, añade.

Otro hecho a tener en cuenta es que la natalidad es cícicla, “como una ola del mar”, explica Requés. “La ola que rompe en la playa es consecuencia de una que hubo en alta mar tiempo atrás. Los nacimientos caen ahora por la crisis de natalidad de los 80 pese a que se mantiene la fecundidad”, elabora. No hace falta ser ningún genio para adivinar que la baja natalidad actual tendrá su reflejo en el futuro, cuando las (pocas) mujeres nacidas hoy en día empiecen a tener hijos.

Por el otro extremo, la alta cifra de fallecidos se explica desde un aumento de la longevidad, que provoca que la pirámide poblacional española sea muy ancha en su cúspide. Causa-efecto: más personas mayores, más fallecimientos.

Precariedad y conciliación

Las soluciones se conocen, al menos sobre el papel. Resumiendo el concepto de manera simplista en siete palabras: “Hace falta una verdadera política familiar integral”. Dicho de una manera algo más elaborada: menos precariedad laboral, más planes de conciliación familiar, más ayudas económicas.

“La mejor política demográfica que se puede hacer son las políticas que incidan en el mercado laboral”, opina Requés. “Trabajar en el fin de la precariedad laboral, en el apoyo a las familias jóvenes, en la conciliación. Otra clave es la igualdad de género”, añade, “porque hablamos de fertilidad como si fuera solo una cosa de mujeres, pero es cosa de hombres también”. En esto, siempre pensando que hay que tener más hijos, están de acuerdo todos los demógrafos consultados.

No es que no se vengan haciendo planes, pero están resultando “claramente insuficientes para revertir la preocupantes situación demográfica”, como constataba el Círculo de Empresarios en un documento reciente sobre la cuestión. Los empresarios proponían medidas concretas: mejorar las infraestructuras y servicios para el cuidado del niño en el ciclo 0-3, adaptar el calendario y los horarios escolares a los laborales y favorecer una mayor incorporación de la mujer al mercado laboral mediante un nuevo esquema de permisos parentales compartidos, teletrabajo y flexibilidad.

Permisos obligatorios es la clave para muchos. Nada de estampas como ministras o futbolistas renunciando a sus días libres por maternidad o paternidad. Son los modelos nórdicos, que tanto gustan por estas latitudes. Islandia tiene 13 semanas obligatorias para padres y madres, en Suecia o Noruega se le asignan días o semanas al padre que no se pueden transferir a la madre si no los cogiera.

¿Y los estímulos directos a la natalidad? Requés cree que “tienen un cierto peligro: que sean inconstantes. Acaba generando un problema mayor”, sostiene. Y sobre ellos planea la eterna duda: ¿universales o progresivos? El Círculo de Empresarios, sin embargo, sí se muestra partidario: aboga por transferencias directas a familias, el referido gasto público en servicios (guarderías, etc.) y exenciones y deducciones fiscales.

Y luego está el factor inmigración. Para muchos, ese es el aspecto que hay que tener en cuenta cuando se habla de la evolución de la población de un país, más que el saldo vegetativo, que tiene poco impacto. “Lo que ha determinado que España creciera en épocas anteriores y lo determinará en el futuro es la migración”, apunta Unai Martín.

La estadística también dice que las mujeres inmigrantes tienen más hijos (1,7 de media frente a 1,25 las españolas) y más jóvenes, aunque, como matizan varios expertos, “cuanto más tiempo pasan en un país, más se asimilan con las nativas”. O sea, la tendencia es que vayan teniendo menos hijos y, también, cada vez más mayores.

Contra el pensamiento único

Pero no todos creen que una baja natalidad sea una mala noticia per se. “Creo que la idea de que tengamos que ser más es cuestionable”, lanza Fernández-Carro. “Los hechos demográficos son objetivos, pero la interpretación de su impacto y gravedad son ideológicos. Existe un discurso dominante de crecimiento, muy ligado a la economía capitalista, que plantea como única solución al descenso de la natalidad fomentar los crecimientos. Sin embargo, podrían existir otras opciones, como la regulación de flujos migratorios, que no se tienen en cuenta”, reflexiona.

Martín coincide con esta visión y sitúa el problema está en otro lugar: “En que esta sociedad, que es antinatalista, pone muchos obstáculos que provocan que las personas no tengan los hijos que quieren tener, y eso genera un problema de derechos reproductivos”.

Contra esta forma de pensar de que más no es necesariamente mejor, el argumento típico. ¿Quién va a pagar las pensiones? Martín tiene respuesta para esto. “Si en los 90, cuando hubo una baja natalidad, hubieran nacido más niños ahora lo que tendríamos es más paro juvenil. En una sociedad con una tasa tan alta de paro entre los jóvenes [un 37% en menores de 25 años el pasado enero] pensar que el problema de las pensiones está en los nacimientos es desviar”, afirma. “Las pensiones las pagan los que trabajan y en España hay un problema de paro juvenil”, subraya.

¿Vamos a colapsar en algún momento? Requés se considera optimista. Él, de hecho, prefiere hablar de “otoño demográfico” frente al “invierno demográfico” que utilizan muchos de sus colegas. Y explica por qué. “Tenemos una cintura potente”, afirma en referencia a la pirámide poblacional. “La llamada generación soporte, entre los 30 y 50 años, está en un momento álgido, aunque es cierto que está empezando a caer”, concede.

Y concluye: “Las tendencias demográficas son muy lentas y la población reacciona de alguna forma. ¿Quién iba a prever hace unos años que hubiera tantos inmigrantes? ¿Quién puede hacer previsiones con la variable migración, tan imprevisible?”, se pregunta.

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