Sin haber cumplido los compromisos de hace diez años, los países vuelven a reunirse en la Cumbre de Biodiversidad de Montreal para intentar acordar cómo detener y revertir la desaparición –acelerada– de la naturaleza de la que depende la vida humana.
La reunión –entre el 7 y el 19 de diciembre, llamada COP15– debe establecer unos objetivos concretos para reducir la pérdida de biodiversidad una vez que ha vencido el plan de actuación trazado hace más de diez años en la cumbre de Japón 2010. Hace falta “acción urgente en esta década”, según admite el primer borrador preparado para Montreal. “Las acciones deben comenzar inmediatamente y estar completadas en 2030”.
“El momento es importante porque estamos en un punto de no retorno y no hemos revertido la destrucción de biodiversidad”, cuenta el coordinador de conservación en WWF (World Wildlife Fund), Luis Suárez. Y luego añade que quieren “que se dibuje un objetivo simbólico fuerte como ocurrió con el Acuerdo de París para el cambio climático: que en 2030 la situación sea mejor que en 2020 y eso permita que para 2050 la reversión sea casi completa”.
Lo malo es que el precedente de los objetivos acordados hace 12 años para ser culminados en 2020 (conocidos como Objetivos de Aichi) no se han cumplido. Objetivos que también fueron concretos, como “prevenir la extinción de las especies más amenazadas”, “minimizar la presiones humanas sobre los arrecifes de coral” o “llevar la contaminación a niveles que no disminuyan las funciones de los ecosistemas”... Son 20 y ninguno ha sido totalmente conseguido, según la evaluación final del Programa de Medio Ambiente de la ONU.
No se trata de proteger un puñado de especies en sitios remotos sino un acuerdo para que la actividad humana no suponga la destrucción del planeta
“Aichi no se cumplió a pesar de estar bien elaborado, porque faltó voluntad política y presión social”, opina Jesús Martín Hurtado, de Ecologistas en Acción. “Ahora estamos peor y eso nos obliga a acelerar y a ser más ambiciosos. No se trata de proteger un puñado de especies en sitios remotos sino un acuerdo para que la actividad humana no suponga la destrucción del planeta. Eso es lo que nos jugamos en Montreal”.
Con todo, se ha creado un ambiente de exigencia parecido al que precedió a la conferencia climática de capital francesa en 2015. “Ese es el anhelo: conseguir algo parecido con fines concretos y una ruta de seguimiento para saber si hay que apretar, dónde y a quién”, explica el encargado de gobernanza ambiental en SEO-Birdlife, Juan Carlos Atienza.
Atienza insiste en que “al fin y al cabo, la ciencia dice lo mismo para la crisis climática y la de biodiversidad: esta década es clave parar frenarlas”. Luis Suárez abunda en la analogía: “Nos encontramos en una tesitura en la que o vamos hacia Copenhague [la cumbre de 2009] o hacia París”.
Queremos un objetivo simbólico fuerte: que en 2030 la situación sea mejor que en 2020 y eso permita que para 2050 la reversión sea casi completa
Porque lo que está claro es que la crisis de biodiversidad es galopante. La ciencia le puso números en 2019 en el informe del Panel Intergubernamental de Diversidad Biológica (IPBES): hasta un millón de especies corren peligro de desaparecer. El 75% de superficie terrestre y el 66% de la oceánica ya están alteradas por las actividades humanas.
“El ritmo mundial de extinción de especies es ya como mínimo entre decenas y cientos de veces superior a la media de los últimos diez millones de años y se está acelerando”, es el resumen del IPBES.
Hace menos de dos meses, el informe Planeta Vivo de WWF mostraba que la abundancia de las poblaciones de mamíferos en la Tierra ha caído un 69% en 50 años. Y que todas las biorregiones del mundo han visto cómo decaía su diversidad natural.
¿Por qué hay sensación de que esta vez va a cambiar la situación?
“Porque estamos en un punto de inflexión que se ha retrasado demasiado tiempo”, concluye Jesús Martín Hurtado. “Y el objetivo está clarísimo: detener la perdida de biodiversidad en 2030 para vivir en armonía con la naturaleza en 2050”.
Atajar la pérdida de biodiversidad no permite ese guarismo mágico como el que se instauró en el Acuerdo de París contra el cambio climático (contener el calentamiento global “muy por debajo de los 2ºC y a ser posible en 1,5ºC”). Pero ese primer borrador preparado para la cita canadiense contenía especificaciones claras para 2030. Entre ellas.
- Asegurarse de que, al menos el 20% de los ecosistemas terrestres, acuáticos y marinos están en restauración.
- Conseguir que el 30% de la superficie (entre mar y tierra) está conservada.
- Prevenir y reducir el ritmo de introducción de especies invasoras en, al menos, un 50%.
- Reducir la contaminación de cualquier origen hasta niveles que no sean perjudiciales para la biodiversidad y la salud humana.
- Reducir los nutrientes, es decir fertilizantes, perdidos en el medio ambiente al menos a la mitad y los pesticidas al menos en dos tercios. Y eliminar la basura plástica.
Este texto ya ha comenzado el periodo de enmiendas, revisiones y negociación.
Perjuicio para los humanos
La vida de los humanos depende de la diversidad biológica. De las especies de animales y plantas y los ecosistemas que conforman.
Hay que caminar hacia una economía neutra en carbono –por lo climático– y positiva con la naturaleza
Sin embargo, prácticamente todas las contribuciones que la naturaleza proporciona a los humanos han empeorado a medida que se destruían ecosistemas y desaparecía la biodiversidad. El IPBES evaluó la tendencia de más de 15 de estos servicios ecosistémicos en los últimos 50 años con resultados palmarios.
Han decaído con fuerza la polinización de cultivos por insectos, la regulación de la calidad del aire, la creación de hábitats, el control de organismos perjudiciales –como el virus de la COVID–, la formación de suelo o la producción de alimentos y materiales.
Pero no se salvan los recursos medicinales y bioquímicos (el 70% de los medicamentos anticáncer son o se inspiran en la naturaleza), la regulación de fenómenos extremos como las inundaciones o la disponibilidad y distribución del agua dulce.
“La mitad del Producto Interior Bruto global depende de la naturaleza”, recuerda el documento de posición la Comisión Europea para la Cumbre de Montreal. Por eso, Juan Carlos Atienza subraya que “hay que caminar hacia una economía neutra en carbono –por lo climático– y positiva con la naturaleza. No puede ser que la actividad económica destruya el planeta”.
“Para nosotros es intolerable que los flujos financieros puedan ir a actividades dañinas para la naturaleza”, añade Martín Hurtado. “Hay que resolver cómo los países ricos ayudarán a los países empobrecidos, pero muy ricos en biodiversidad”, apunta Luis Suárez.
Todos estos elementos deberán pasar por el sistema de decisión de la ONU que necesita consenso para acordar algo. En este sentido, la que fuera codirectora del informe IPBES sobre biodiversidad, Sandra Díaz, ha alertado de que la COP15 corre riesgo de “quedar diluida”.
Esta bióloga argentina, en un artículo en la revista Nature, ha advertido de que el borrador de Montreal se ha llenado de dudas. “Necesitamos un texto con dientes. Un acuerdo fuerte, preciso y ambicioso no asegura el éxito, pero uno débil, ambiguo y desdentado prácticamente asegura el fracaso”.