“Solo un puñado de fanáticos niega ya la evidencia del cambio climático” ha dicho el presidente del Gobierno en funciones, Pedro Sánchez, al inaugurar la Cumbre del Clima de Madrid este lunes. Sin embargo, un nuevo negacionismo climático ha encontrado vías para seguir filtrando su discurso: desde boicotear los acuerdos internacionales hasta aprovechar malas rachas económicas para poner palos en las ruedas de la acción conjunta contra el calentamiento global de la Tierra. El discurso climático está admitido, pero no la incorporación de la principal medida reclamada por la ciencia: recortar las emisiones de CO.
El negacionismo clásico sobre el cambio climático ha ido pasando por varias fases: asegurar que no había tal fenómeno; no negarlo, pero afirmar que no implicaba problema alguno; admitir el problema, pero atribuirlo a causas naturales, nunca a la acción humana; y asegurar que la solución no estaba en manos de la humanidad. La campaña negacionista ha estado promovida durante años por los principales productores de combustibles fósiles. La aplastante cantidad de evidencia científica que dejaba sin sentido esta campaña ha dado paso a otras modalidades.
La propia primera jornada de la COP25 ha mostrado cómo, tras la oleada de conciencia colectiva que surgió en el Acuerdo de París en 2015, el neonegacionismo toma nuevas formas a la hora retrasar la puesta en marcha de lo acordado hace solo cuatro años. Brasil, Australia, Rusia, Japón o China, cinco de las principales economías del G20 (los mayores causantes del calentamiento global), no han enviado a sus jefes de Estado o Gobierno a Madrid.
Todos estos países están dentro del Acuerdo de París. Pero, en un contexto donde se ha deteriorado el consenso, China se ha preparado este año para añadir una capacidad eléctrica a base de carbón mayor que la de toda la Unión Europea. El Gobierno australiano considera el activismo ecologista la “principal amenaza para la minería del carbón”. El presidente brasileño, Jair Bolsonaro, acaba de acusar al actor Leonardo di Caprio de “pagar para que arda el Amazonas” durante la oleada de incendios forestales que carbonizó grandes áreas de la selva en el país sudamericano. El remate lo puso EEUU al anunciar el inicio de la salida del acuerdo climático el pasado noviembre.
“Los ruidosos tipo Trump preocupan menos”
“Los negacionistas ruidosos tipo Donald Trump preocupan menos. El problema son los que hacen ver que han asumido la problemática del clima para aplicarle falsas soluciones”, cuenta el exeurodiputado de Equo Florent Marcellesi, que actúa como observador en la COP25. Se refiere a movimientos como los de Marine Le Pen en Francia, “que han hecho suyo un discurso ecologista, pero para aplicarle un ideología ecofascista de rechazo a lo de fuera”.
España no está exenta de esta cuestión. El pasado 17 de septiembre, el diputado de Vox Ignacio Gil Lázaro, durante la moción parlamentaria para declarar la emergencia climática, hacía un malabarismo al afirmar que su grupo defiende “el patrimonio ecológico y la preservación del equilibrio climático” para luego añadir que no podía “dejarse llevar por la terminología propia de ciertos lobbies globalistas, que responden a intereses a veces inconfesables”. Su portavoz, Iván Espinosa de los Monteros, ha abundado en esta lógica justo al asistir a la inauguración de la COP de Madrid. Ha hablado de un “alarmismo” que se pone en peligro “el empleo de sectores como la automoción”.
En un fenómeno que alcanza casi cualquier sitio. En la provincia canadiense de Alberta, la paralización de un oleoducto por parte del Gobierno federal de Justin Trudeau ha molestado a la población, que castigó al primer ministro en las últimas elecciones generales canadienses. Una mala situación económica unida a la política de no echar mano de los combustibles fósiles en el subsuelo de la región (con grandes reservas de petróleo) ha hecho que el pequeño partido independentista de Alberta viva un resurgimiento. En su programa no hay nada de paralizar oleoductos.
Supuestas soluciones tecnológicas
“Ya muy pocos niegan la evidencia científica. Ahí no está el problema, sino en los que admiten la cuestión pero le dan la vuelta”, analiza Javier Andaluz, responsable de cambio climático de Ecologistas en Acción.
“Le dan la vuelta al ofrecer supuestas soluciones tecnológicas para no tener que recortar emisiones de gases como son la captura y el almacenamiento de carbono”, añade. Estas tecnologías pretenden que, aunque se lance CO a la atmósfera, este se capte y se almacene de manera que no tenga efecto climático. “Y lo mismo cuando se pone el foco en exclusiva en eliminar coches de combustión y se dice: más coche eléctrico, más coche eléctrico. De acuerdo, pero, esa electricidad, ¿cómo la vamos a generar? ¿Con fuentes limpias o con fuentes fósiles? Esos discursos son una nueva manera de negar el problema: hay que reducir las emisiones globales”.
“Es una especie de hipocresía climática”, abunda Marcellesi al referirse a corporaciones que sí hablan de la crisis climática y ecológica, pero “sus prácticas, al final, no se corresponden con lo que predican”. Le da la razón el congresista estadounidense Sean Casten, que ha acompañado a la presidenta de la Cámara, Nancy Pelosi, en su viaje a Madrid: “Yo veo que el lobby fósil habla de acción climática. Pero, luego, lo que dicen sus labios no se corresponde con lo que llevan a cabo. Sus fondos financian un buen aparato de negacionismo climático”.
Este nuevo negacionismo atañe más a la acción que a la admisión del problema. El representante de Arabia Saudí ya lo vaticinaba en los trabajos previos de la COP este lunes: la conferencia “no ha tenido un buen comienzo”, ha asegurado al no estar satisfecho con la agenda de trabajo. Se habían introducido algunos cambios a petición de un grupo de países africanos, un continente básicamente víctima de la crisis climática generada por los países ricos del norte global.
Los saudíes están entre los diez estados con más emisiones de CO: 625.000 kilotoneladas en 2018. El país quiere conseguir en las negociaciones de Madrid que si vende derechos de emisión a la industria de la aviación, pueda descontarlos al mismo tiempo que lo hacen las aerolíneas. Como este sector no está contemplado en el Acuerdo de París, la contabilidad no le atañe. Arabia Saudí no niega el fenómeno científico del cambio climático.