Por qué no deberíamos participar en actividades turísticas que incluyan elefantes

El sábado pasado, una familia visitaba el Parque Nacional Kruger, el más grande de Sudáfrica y destino habitual de safaris turísticos. Los niños, de 5 y 11 años, se acercaron a fotografiar a un elefante y el animal comenzó a mostrar una actitud agresiva, por lo que los pequeños salieron corriendo. El mayor cayó en medio de la carrera y su abuelo, de 59 años, intervino para protegerlo. El paquidermo lo pisoteó hasta causarle la muerte. Hace unos meses, en julio de 2024, un turista español protagonizó un caso similar también en Sudáfrica. Esta vez fue en el Parque Nacional de Pilanesberg, donde hombre de 43 años perdió la vida tras bajarse de su vehículo para fotografiar una manada de elefantes con crías, ignorando las advertencias. Hace menos de un mes, otra española, Blanca Ojanguren, de 22 años, murió en Tailandia durante un “baño con elefantes” en un supuesto santuario que operaba sin licencia en la isla de Yao Yai.
Estos trágicos incidentes vuelven a poner en cuestión las interacciones con grandes animales que se promueven como reclamo turístico, y reavivan el recurrente debate sobre la seguridad de los viajeros y el bienestar animal en este tipo de actividades. Buscar un selfie con un imponente mamífero, replicar experiencias que los influencers muestran en redes sociales o simplemente acercarse a la vida salvaje: en destinos como Tailandia y el Sur de África, estas vivencias han adquirido una enorme popularidad. Sin embargo, advierten expertos, detrás de la imagen idílica de los baños con elefantes o los encuentros cercanos en safaris se esconden riesgos reales, tanto para los turistas como para los propios animales.
Organizaciones como World Animal Protection (WAP) denuncian que para que los elefantes acepten interacciones con turistas son sometidos a entrenamientos traumáticos desde crías, que incluyen separaciones forzadas de sus madres, privaciones y, en algunos casos, maltratos físicos. El método más tradicional de 'domesticación' es el phajaan o aplastamiento, que consiste en hacer que los elefantes bebés pasen hambre, permanezcan encerrados y sean castigados hasta “romper” sus instintos naturales. Este sistema está denunciado por diferentes organizaciones por maltrato animal.
El elefante es uno de los animales más inteligentes del mundo, que se impulsa por un fuerte deseo de viajar y explorar, explican en la WAP. Sin embargo, en la industria del entretenimiento suelen permanecer encadenados en espacios reducidos, lo que les provoca estrés extremo y comportamientos anormales. “Todas las atracciones turísticas que te permitan tocar o tomarte una foto al lado de un animal silvestre se están beneficiando de la crueldad”, advierten.
Tortura y peligros
Cristina Palacio, codirectora del santuario tailandés Kindred Spirit —en el que no se permite tocar a los animales—, se refiere en concreto a una actividad que está ganando popularidad entre los turistas: los baños con paquidermos. Sostiene que el contacto constante puede dañar la piel de los animales, especialmente si se utilizan productos inadecuados o si el agua está en malas condiciones, lo que aumenta las probabilidades de infecciones tanto para los elefantes como para los humanos. Además, añade que estar expuestos a grupos grandes de personas les genera un gran estrés y que las posturas forzadas pueden provocarles lesiones musculares y articulares.

Por no hablar de los riesgos para los turistas. Son animales de gran tamaño y fuerza y, aunque parezcan tranquilos, pueden reaccionar agresivamente si se sienten amenazados. Por mucho que los agentes que organizan safaris fotográficos estén regulados y los guardaparques capacitados para garantizar una experiencia segura, las recomendaciones no siempre son acatadas por los visitantes. “Muchas veces los turistas se ponen en peligro a sí mismos realizando gestos o movimientos que los elefantes interpretan como una alerta de amenaza”, señala una portavoz de la Fundación Franz Weber, creada en 1975 para defender los derechos de los animales.
El problema detrás de la etiqueta “santuario”
Muchas de estas experiencias turísticas se realizan en centros que se presentan como 'santuarios', aunque, en realidad, su verdadero propósito puede ser muy distinto. La Federación Global de Santuarios de Animales (GFAS) define un santuario como un lugar que ofrece refugio seguro a los animales, en un entorno no explotador y con políticas éticas sobre excursiones y comercio, entre otros aspectos. Además, la Fundación para el Asesoramiento y Acción en Defensa de los Animales (FAADA) añade un detalle importante: no deben permitir espectáculos ni interacciones con los animales, como alimentarlos o bañarlos.
A pesar de estas claras definiciones, el término 'santuario' no está regulado oficialmente, lo que permite que centros con prácticas cuestionables lo utilicen como estrategia para atraer turistas, especialmente en los países asiáticos. De hecho, la GFAS señala que en Tailandia no existe ningún santuario acreditado. Los estándares que impone la organización están más orientados a las culturas occidentales y su implementación en Tailandia puede suponer un desafío, pues este país tiene una relación única con los elefantes, profundamente enraizada en su historia, cultura y economía.
Para entender la situación, hay que comprender el contexto. En Tailandia, los elefantes han sido históricamente utilizados como herramienta de trabajo. Aunque la prohibición de su uso en labores como la tala a finales de los años ochenta marcó un cambio, esto dio paso a su explotación en el ámbito turístico. Actividades como los paseos, espectáculos y la interacción directa con estos animales por parte de viajeros se volvieron habituales. En Sudáfrica, aunque no existe una tradición similar de domesticación para el trabajo, muchos de estos animales se están utilizando en la industria turística.
Un futuro desolador
El futuro de estas prácticas está marcado por cifras preocupantes. Según datos de la organización ElephantVoices, en el mundo hay entre 15.000 y 20.000 elefantes en cautividad. Tailandia es el epicentro del turismo con elefantes, y la visita a centros que mantienen estos animales en cautiverio se ha convertido en una de las actividades más populares, según la Tourist Authority of Thailand. Con más de 4.000 especies en cautividad, el país alberga el mayor número de elefantes utilizados para el turismo en todo el mundo.
En Sudáfrica la situación no es tan desoladora, explican los expertos, pero sigue siendo preocupante. Hay más de 200.000 elefantes, la mayoría de los cuales viven en estado salvaje dentro de parques nacionales y reservas privadas, como el Parque Kruger. Sin embargo, hay también elefantes en cautiverio, principalmente en centros de conservación y falsos santuarios.
Eugenio Fernández Suárez, veterinario especializado en animales en cautiverio y conocido en Instagram como @Capithecus, señala que la responsabilidad de que se ofrezcan o no estas actividades recae sobre nosotros. “Nuestro poder adquisitivo es enorme en estos países y las experiencias turísticas irán en función de lo que demandemos como visitantes”, asegura el veterinario.
Además, menciona otro problema: la difusión de estas experiencias en redes sociales ha generado un “efecto llamada” que normaliza estas prácticas. Según Fernández Suárez, este fenómeno contribuye a que más turistas busquen experiencias similares sin ser conscientes de los riesgos que implican. Las imágenes y vídeos que muestran a los paquidermos realizando trucos o interactuando con los turistas pueden dar una falsa sensación de seguridad.
Erradicar estas prácticas no es una tarea sencilla. La colaboración entre gobiernos, ONGs y sectores privados es clave, pero también es necesario que esta colaboración se base en el respeto mutuo y el entendimiento, buscando soluciones adaptadas a las realidades locales. Además, es importante que todos, tanto extranjeros como locales, estemos bien informados, concluye Palacio.
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