—¿Dijo usted algo?
—No.
—¿Hizo usted algo?
—No. No hice nada.
—Pero sugiero, sin embargo, que si él [...] está forzando a que eso suceda, ¿no podría simplemente haber mantenido sus piernas juntas?
—Sí.
—¿Pero no lo hizo?
El diálogo, entre un abogado y una víctima de violación, tuvo lugar durante un juicio celebrado en Australia en una fecha tan reciente como 2018. La parálisis o “inmovilidad tónica” es muy común durante agresiones sexuales y otros eventos traumáticos, pero la escena resume un mito que confunde este comportamiento involuntario con el consentimiento. El diálogo es recogido en un Comentario publicado hoy en la revista Nature Human Behaviour que analiza las evidencias neurocientíficas que hay detrás de este fenómeno. Sus autores defienden las contribuciones que puede hacer la ciencia a la justicia y alaban la reciente Ley de Garantías de la Libertad Sexual de España.
“Una ley necesita ser justa, pero también debe estar basada en la evidencia y trabajar con las realidades neurobiológicas de nuestros cerebros y cuerpos”, explica a elDiario.es el investigador del University College de Londres (Reino Unido) y coautor del artículo, Patrick Haggard. Critica que todavía se escuche la pregunta “¿por qué no luchó?” durante los procedimientos legales, incluso en países en los que la resistencia no forma parte de la definición de violación.
“La insinuación tras esas preguntas suele ser que la víctima no estaba realmente paralizada, sino que en realidad consintió”, añade Haggard. “Las preguntas sobre el porqué son relevantes para las acciones voluntarias, no para las involuntarias”. El artículo, cofirmado por la investigadora de la misma universidad Ebani Dhawan, busca explicar cómo esta inmovilización durante las agresiones sexuales podría reflejar una respuesta involuntaria del cerebro.
Una reacción 'animal'
Muchos animales quedan paralizados ante situaciones de peligro extremo y el ser humano no es una excepción. Haggard y Dhawan describen cómo los sistemas cerebrales para el miedo y la amenaza podrían interactuar con los del control voluntario del movimiento. “Sugerimos que, bajo amenazas serias como la violación, el sistema para el miedo y la amenaza podrían interrumpir las funciones del control de las acciones voluntarias a nivel del tronco encefálico o la médula espinal”, asegura el neurocientífico. Se trata de un fenómeno que, de hecho, no está limitado a casos de violencia sexual.
“Nunca tendremos evidencias directas” sobre el mecanismo cerebral exacto que provoca la parálisis en seres humanos, deja claro Haggard. ¿La razón? No sería ético llevar a cabo estudios sobre un comportamiento que tiene lugar en un contexto de amenazas graves. El artículo recurre a evidencias indirectas de estudios experimentales con animales, pero también a estudios con seres humanos que han reportado sus experiencias tras una situación de peligro. Gracias a estos últimos sabemos, por ejemplo, que la inmovilidad es muy frecuente durante las agresiones sexuales: un trabajo publicado en 2017 mostró que en una encuesta realizada a casi 300 víctimas, el 70% reportó parálisis “significativa” y casi la mitad, “extrema”.
Existe evidencia empírica que sostiene que el miedo insuperable, en el contexto de una experiencia amenazante, puede provocar el embotamiento mental y la parálisis muscular
“Además del sentido común, existe evidencia empírica que sostiene que el miedo insuperable, en el contexto de una experiencia amenazante, puede provocar el embotamiento mental y la parálisis muscular”, explica el profesor de Psicología Criminal de la Universidad del País Vasco César San Juan en declaraciones al SMC España. “El problema es cuando se asume como prueba (ya que es difícil probar el consentimiento verbal explícito) que, como no se defendió, hubo realmente consentimiento”.
Esto provoca, según San Juan, “una de las situaciones más controvertidas” que tienen lugar en los juicios por agresión sexual: “Cuando la defensa del acusado o, en el peor de los casos, el propio juez, reprocha a la víctima no haber ofrecido la suficiente resistencia contra su agresor. Si la víctima no lucha, no pelea, o no intenta zafarse por todos los medios del atacante, recae sobre ella la sospecha de que, implícitamente, estaba consintiendo”.
Inmovilización no es consentimiento
“La inmovilización no es en absoluto consentimiento y nadie debería intentar afirmar que lo es. Debemos recordarlo siempre que se planteen argumentos del tipo ”¿por qué no luchaste?“ o ”¿por qué no gritaste?“, comenta Haggard. El artículo concluye alabando la ley española del ‘solo sí es sí’ por insistir en la importancia del consentimiento expreso: ”Esta legislación progresista e ilustrada descarta claramente el mito de la violación según el cual [la parálisis] puede interpretarse como consentimiento“, señala el texto.
“Debemos evaluar las pruebas, utilizar los conocimientos de que disponemos, buscar más conocimientos cuando podamos y, a continuación, utilizar los mecanismos de la sociedad cívica y la democracia para garantizar que nuestras leyes reflejen tanto nuestros valores como nuestros conocimientos científicos”, añade Haggard.
Está muy bien establecido en la literatura, pero es un aspecto del comportamiento humano que no ha sido enteramente recogido por las leyes
El problema es que neurocientíficos y psicólogos han sabido que este tipo de inmovilidad es tan inevitable como frecuente desde hace décadas. “Está muy bien establecido en la literatura, pero es un aspecto del comportamiento humano que no ha sido enteramente recogido por las leyes”, dice la investigadora del University College de Londres, que no ha participado en el artículo de Haggard, Sophie Scott. “Es verdad que no quieres un sistema legal que cambie muy deprisa, pero también que las evidencias científicas tienden a no ser incorporadas con rapidez”.
Scott defiende que debería haber un conocimiento legal de que la parálisis es completamente normal e involuntaria para que no se den diálogos como el que encabeza este artículo. La neurocientífica es consciente de que no se pueden cambiar las cosas a nivel legislativo en un día, pero recuerda que existen ejemplos positivos como el de la baja fiabilidad de los testimonios de los testigos oculares: “Hay más escepticismo al respecto y está cambiando”.
“Si [el cambio] pasa no será rápido, pero hay que empezar por algún sitio. La Royal Society de Londres organiza encuentros entre gente que trabaja en leyes y en neurociencia para que se produzcan estas conversaciones. Así es como cambias estas cosas y ese sería mi consejo: atraer a gente del mundo legislativo interesada en este tema”, recomienda Scott.