Cuando se inició la pandemia, la institución de ciencia pública más importante de España se lanzó un reto a sí misma: que todos los investigadores del CSIC que pudieran adaptar sus líneas de trabajo a la lucha contra la COVID-19, lo hicieran. Esta decisión, así como otros compromisos éticos que adquirieron en ese momento, ha cambiado la historia de esta agencia.
El primero de esos compromisos fue desarrollar tecnologías que llegasen a la sociedad, a la gente. El segundo fue no proteger mediante secreto industrial las tecnologías relacionadas con la COVID que desarrollase; ser públicos, abiertos y transparentes. El siguiente fue no licenciar patentes en términos de exclusividad, y así evitar los abusos, facilitar el cubrir la enorme demanda de tecnologías COVID y obligar a las empresas que compiten entre sí para bajar los precios. El cuarto, esencial, fabricar en España para crear riqueza en el entorno y puestos de trabajo de calidad y eludir la dependencia de otros países como China. Y el último, al menos de esta lista de prioridades, implicar a las empresas lo antes posible en el desarrollo del proyecto.
“Dentro de la gran tragedia que ha supuesto la pandemia, ha servido para poner el foco en la ciencia. La sociedad se ha dado cuenta de que la solución corría a través de la ciencia y que esta es fundamental”, explica Javier Maira, jefe del área de estrategia comercial del CSIC, quien todavía recuerda, impactado, “empezar a ver que, en los medios de comunicación, en lugar de salir futbolistas, salían científicos hablando” y, en poco tiempo, “a los principales investigadores de este país los conocía todo el mundo”, lo que de por sí ya era “un gran avance”.
Más allá de las vacunas que se están elaborando en la entidad pública, sus diferentes institutos y laboratorios tienen cuatro proyectos tecnológicos de éxito. En este año de pandemia, la institución ha aprendido que es esencial sumar a las empresas, cuanto antes, en el desarrollo: “la colaboración se ha estrechado mucho”, indica Maira. El tejido empresarial de biotecnológicas en España está compuesto de muchas compañías pequeñas pero cercanas y muy dispuestas a participar en la investigación. También han sacado en claro que el CSIC debe implicarse más en el desarrollo de las tecnologías: nunca antes habían participado hasta el punto de la fase de ensayos clínicos con personas. Y, por último, que se puede ir lejos sin perder la solidaridad, pues por primera vez se ha abierto una vía de colaboración con la OMS para que tecnologías del CSIC lleguen de forma gratuita a países en vías de desarrollo. “En general nos ha obligado a salir de nuestra zona de confort”, explica.
Nuevos test serológicos
Nos fijamos en estas innovaciones made in Spain. Dos de ellas son pruebas que indican si una persona ha tenido contacto con el coronavirus, detectando si su sistema inmunitario ha reaccionado generando anticuerpos. Este es un test cuantitativo que se fija en una proteína que estaba “escondida” y hasta ese momento no se había usado para el diagnóstico. ¿Qué diferencia el test del CSIC de otros que ya existen? Lo primero es la fiabilidad. Mientras que la de muchos test está en entredicho, la del CSIC es de casi el 100%. La segunda es que es capaz de diferenciar si los anticuerpos se han generado por vacunación o por infección. La tercera, que se fabrica en España, en los laboratorios de Immunostep en Salamanca y que se implicó a los hospitales madrileños de La Paz y La Princesa para los ensayos. Actualmente está en uso en los sistemas de salud y, paralelamente, la ciudadanía también puede solicitarlo mediante empresas privadas que prestan este servicio.
El CSIC está actualmente en negociación con la Organización Mundial de la Salud y la organización Medicines Patent Pool para que la OMS financie su fabricación en Europa y se distribuyan gratuitamente en países en vías de desarrollo, principalmente del continente africano. También han firmado acuerdos de confidencialidad y de transferencia de material con México y Argentina para que puedan fabricar desde allí para toda Latinoamérica. Como el objetivo es que lleguen a la sociedad, el Consejo está licenciando con unas condiciones económicas muy asequibles, en este caso a la mitad del precio habitual, que se calcula sobre un porcentaje de las ventas netas de la empresa que compra la licencia. Esas ganancias se reinvierten en más investigación para España.
Para el segundo tipo de test, que está en desarrollo, se necesitan apenas unas gotas de sangre, quince minutos y un aparato costoso, llamado citómetro de flujo, que es capaz de iluminar con un láser una proteína fluorescente que se deposita sobre la proteína spike, que es la que le da el clásico aspecto de corona al coronavirus. Se va a fabricar en Sevilla por la empresa Vitro.
Las mascarillas del CSIC
A primera vista se las reconoce porque llevan impreso el logo del Consejo Superior de Investigaciones Científicas y se ha visto con ellas al Presidente Sánchez, a su equipo de Gobierno o al Jefe del Estado.
En lugar de realizar una filtración electrostática, como las mascarillas habituales, proponen una filtración mecánica y están fabricadas con nanofibras, con un tamaño de poro más pequeño, por lo que protegen mucho más. En las convencionales, la humedad de la respiración disipa las cargas que atrapan los aerosoles, por lo que su tiempo de uso es reducido. Con estas, se prolonga hasta 16 horas las viricidas y 8 horas las quirúrgicas (el doble de una normal), aumentando en protección y en ahorro económico. Son del tipo FFP1, FFP2 y FFP3 y quirúrgicas y están en el mercado desde el mes de agosto de 2020, fabricadas en Valencia por la empresa Bioinicia, que es una spin-off del CSIC. Se venden bajo la marca comercial Proveil con diferentes tallas, para hombre o para mujer, para niños y en formato biodegradable.
Espray nasal
Con el mismo gesto con el que alguien se perfuma la boca con un rociador o se dispara un chorro de agua salada para despejar los orificios nasales, podrá protegerse del coronavirus antes de entrar en un lugar potencialmente peligroso, como un transporte público o un local abarrotado de gente.
Se trata de unos polisacáridos que tienen la virtud de atrapar al coronavirus. Si este intenta entrar al organismo, los polisacáridos lo impedirán. Los resultados son muy buenos a nivel celular en el laboratorio pero aún faltan los ensayos con ratones y personas. Para este producto ya hay una empresa belga interesada. “De entrada no encontramos una empresa española”, explica el responsable de estrategia comercial del CSIC, “pero la empresa belga está dispuesta a fabricarlo en España, creando aquí unas instalaciones”. El motivo por el que no han encontrado una empresa nacional es que “hay que invertir mucha cantidad de dinero en los ensayos y en un principio había más empresas interesadas, pero conforme salieron las vacunas y vieron que la situación se podía ir solucionando en los próximos meses, decayó el interés”. En cambio, la empresa belga ha visto la versatilidad de este aerosol no solo para el coronavirus sino también para virus como el de la influenza, que produce la gripe, o el muy virulento nipah, que en Asia se está transmitiendo de animales a personas. “Por otro lado, aunque la situación está mejorando bastante en Europa, ya sabemos que en India o Brasil es desastrosa”, explica Maira sobre la pertinencia de este producto.
El rociado de nanopartículas de cobre
Al igual que nos rociaremos los vías respiratorias para bloquear el virus, también podremos asperjar por la ropa un producto compuesto por nanopartículas de cobre que evitan que el virus se deposite sobre ella y así bloquear su propagación. Puede aplicarse de fábrica en tejidos sanitarios como mascarillas o batas o con una aplicación posterior, que aún está en estudio. Este proyecto está en un estadio más inicial y el CSIC está evaluando constituir una empresa de base tecnológica que fabrique estos compuestos.
Sistema de filtrado de aire
Imaginemos hacerle una PCR al aire. Este proyecto, aún incipiente, concentra el aire en un sitio y lo analiza, amplificando el ADN que pueda contener para resolver si hay o no presencia de coronavirus. Está siendo desarrollado por el Centro de Biología Molecular Severo Ochoa, un centro mixto del CSIC y la Universidad Autónoma de Madrid.