Si bien la cuarta ola parece haberse estabilizado después del aumento de casos tras la Semana Santa, las UCI siguen recibiendo lo peor de la escalada. En tres semanas, la incidencia total ha subido 80 puntos –desde los 150 hasta los 230 casos por cada 100.000 habitantes–, que no es mucho comparando con los picos de olas anteriores, pero lo suficiente como para poner al límite las unidades de cuidados intensivos. Y así está pasando en muchas comunidades con sus UCI ya saturadas, en las que el personal sanitario percibe con temor cualquier mínimo aumento de la transmisión comunitaria o retraso con la vacunación.
Madrid, La Rioja y Catalunya encabezan la lista de camas de intensivos en “riesgo extremo” con un 45% de ocupación, 43% y 38%, respectivamente. Pero en total son ocho las comunidades que se sitúan en este nivel según el umbral de Sanidad: por encima del 25%. En Euskadi, con un 34% de saturación, los centros de Donostia y Vitoria están peor que nunca y han tenido que habilitar nuevos espacios para casos graves. Son números que no distan mucho de la ola anterior, pero en este caso no van acompañados de una gran saturación hospitalaria (tan solo en Madrid, con el 16% de sus plantas ocupadas por COVID). Todo esto se debe a que el perfil del paciente ha cambiado. Según intensivistas y expertos, ahora es más joven y sano, por lo que su estancia en cuidados intensivos es más larga, pero también presenta cuadros más agudos por culpa del virus.
“Las edades de los hospitalizados en UCI han ido cambiando progresivamente”, reconocía el lunes pasado Fernando Simón, director del Centro de Alertas y Emergencias Sanitarias del Ministerio. También explicó que es más difícil liberarlas porque “las estancias se alargan más al conllevar menos letalidad”. Asturias ha reducido “muchísimo” la edad media de los pacientes de sus UCI, según Javier Álvarez, analista de datos y asesor de la Consejería de Sanidad asturiana. “Hasta enero, la media era de 68 años y ahora ha bajado más de diez años”, explica.
Ricard Ferrer, presidente de la Sociedad de Medicina Intensiva (SEMICYUC) y jefe del área en el Hospital Vall d’Hebron de Barcelona, tiene la misma percepción. “Ahora mismo se está concentrando un perfil joven, con una enfermedad muy aguda y una progresión muy rápida”, desvela el doctor. Su homóloga en el Hospital Torrejón de Ardoz de Madrid, María Cruz Martín Delgado, confirma que si antes la horquilla predominante estaba entre los 55 y 75 años, ahora se está consolidando entre los 35 y los 55. “El perfil común es masculino, joven y sin muchos antecedentes, aunque la obesidad sigue siendo un importante factor de riesgo”, detalla.
Ambos profesionales coinciden en señalar que, por debajo de los 40 años, la mayoría de los ingresados en UCI son hombres, algunos con obesidad, hipertensión o diabetes, y con cuadros graves debido a la hinchazón extra que les provoca el virus. “Son factores de riesgo que suponen una inflamación de base y que la COVID incrementa”, dice Ferrer. De hecho, un porcentaje muy alto de estos pacientes sufre trombosis y necesita anticoagulación. “No tienen nada que ver con los trombos asociados a algunas vacunas, que son una respuesta inmunológica, porque estos conllevan una inflamación de los vasos parecida a la de un ictus o un infarto”, precisa el doctor del Vall d’Hebron.
Se está concentrando un perfil joven, con una enfermedad muy aguda y una progresión muy rápida. Por debajo de los 40 años, la mayoría de los ingresados en UCI son hombres con obesidad, hipertensión o diabetes, y con cuadros graves debido a la inflamación.
Otro asunto que preocupa a los sanitarios es que cada vez se encuentran cuadros más agudos por COVID y que empeoran de forma muy rápida. “Ha incrementado el número que ingresa directamente en UCI desde Urgencias, mientras que antes pasaba más tiempo entre la entrada en planta y el paso a cuidados intensivos”, relata la doctora Martín Delgado. Esto se debe, según ella, a que “cada vez son más los jóvenes que se infectan y los graves son solo un porcentaje de los infectados”. Para su compañero catalán también se debe a que acuden al hospital con una carga viral muy alta: “La duración entre el inicio de los síntomas y la consulta es más corta, se sienten mal y vienen antes”.
Además de los síntomas conocidos como la fiebre y la tos fuerte, según el doctor, llegan con “cierta sensación de ahogo y necesidad de oxígeno; luego, esta necesidad se incrementa y entran en la UCI, hasta que alguno llega a necesitar intubación o conexión al ECMO” (una máquina de oxigenación extracorpórea). “Te impacta ver a gente joven y sin patologías, que un día tienen flujo, los conoces y hablas con ellos, y al siguiente están intubados”, cuenta Elena, enfermera en la UCI del Hospital Clínico San Carlos. No puede evitar emocionarse, pues después de cuatro olas lo describe como “desolador”. “Estamos muy cansadas”, se lamenta.
Estancias más largas, variantes más contagiosas: la misma saturación
Todos los profesionales consultados aguardan expectantes ante el avance de la pandemia, ya que “las olas siempre azotan más tarde en las UCI”, dice Elena. “Estábamos felices antes de Semana Santa, porque teníamos las camas a la mitad y pensábamos que era porque la vacunación estaba funcionando”, cuenta la enfermera del Clínico. Ahora, han tenido que volver a abrir las UCI extendidas y las camas supletorias. “Para mí no ha sido imprevisto, lo que me sigue sorprendiendo es la intensidad, y no saber hasta dónde van a llegar las olas”, dice en cambio María Cruz Martín, la jefa de cuidados intensivos de Torrejón.
La dificultad añadida de esta última arremetida, menos extrema en cuanto a incidencia, es que se partía de un nivel muy alto de ocupación. “Nuestro gran miedo es llegar a una situación muy difícil de gestionar”, reconoce Ricard Ferrer, de SEMICYUC. La principal razón es que las UCI cada vez se liberan más lento. La otra es que, con las nuevas variantes, el virus avanza cada vez más rápido.
“En cada ola partimos de una ocupación mayor”, expresa Javier Álvarez, asesor en Asturias. “Y el tiempo en UCI se ha alargado muchísimo porque los pacientes tienen un pronóstico más favorable”, añade. Ricard Ferrer lo explica de la siguiente manera: “La mortalidad ha bajado y el paciente que sobrevive necesita más cuidados. Antes, los pacientes que fallecían sobre todo en la primera ola, eran más frágiles y se te morían mucho más rápido. A estos no los pierdes, pero necesitan más días de UCI, de hospital y de rehabilitación”. También admite que el criterio en UCI ahora es más laxo que en anteriores olas. “En el Vall d’Hebron tenemos personas que llevan dos meses con un oxigenador fuera del cuerpo y no se sabe en qué condiciones saldrán cuando ya no lo requieran”, desvela, y añade que en algunos casos son “muy jóvenes”.
“No somos conscientes de la cantidad de secuelas que deja la COVID además de las respiratorias”, describe Elena, del Clínico. “Al perder tanta masa muscular, a veces no tienen fuerza ni para toser; otros sufren disfagia, alteraciones en la deglución; y a otros se les deteriora la función renal”, enumera Elena. Estas son solo algunas de las consecuencias que ella ayuda a tratar en la UCI. “Al final, a un paciente joven, deportista y sin patologías previas, quieres devolverlo lo más sano posible a su vida normal y eso conlleva mucho trabajo”. Aunque reconoce que muchas veces no saben “hasta qué punto lo conseguimos cuando salen del hospital”.
No somos conscientes de la cantidad de secuelas que deja el COVID además de las respiratorias. A un paciente joven, deportista y sin patologías previas, quieres devolverlo lo más sano posible a su vida normal y eso conlleva mucho trabajo.
Por último, hay opiniones discordantes sobre el papel de la variante británica en las UCI. A Ricard Ferrer, del Vall d’Hebron y SEMICYUC, le “encaja” que las nuevas cepas estén causando estos cuadros porque tienen “una carga viral más elevada”. Para Martín Delgado, de Torrejón, “las variantes tienen un impacto, aunque no hay una respuesta científica clara”. “Lo único que sé es que antes venía un paciente infectado y ahora viene toda su familia, así que claramente es más contagiosa”, razona. Álvarez opina en esta línea, aunque no se atreve a hablar de un efecto en la presión asistencial. “Se propaga mucho más rápido y entre gente muy joven, pero no he percibido que haya más hospitalizados por casos”, reconoce.
En lo que todos coinciden es que, en cuanto a las UCI, el “final del túnel” no tiene fecha próxima y menos hasta después del verano. “Estamos sufriendo una tormenta perfecta entre las cepas más transmisibles, la relajación de las medidas y el retraso en la vacunación”, describe Ferrer. “La primera variable se nos escapa, pero es importante manejar con cabeza las dos últimas: mantener las restricciones y vacunar rápido y a todas horas”, plantea.