Los ultras lo pusieron difícil, pero finalmente el sector moderado venció. Y por goleada. El nuevo presidente de la Conferencia Episcopal, Juan José Omella, fue elegido presidente en segunda votación, por 55 votos, frente a los 29 del conservador Jesús Sanz. Un Sanz que, poco después, observaba incrédulo cómo también era descabalgado de la Vicepresidencia, en tercera votación, por un candidato inesperado: el cardenal de Madrid, Carlos Osoro. El hombre del Papa se impuso por sorpresa, por 47 votos a 40.
El 13 de marzo se cumplirán siete años de la elección de Jorge Bergoglio como Papa de Roma. Francisco, desde el principio, adoptó un cambio de actitud que, con matices, ha ido calando en buena parte de los episcopados del mundo. Con sonoras excepciones, como Polonia, Estados Unidos... y España. La votación del pasado martes dio un vuelco a la historia reciente del órgano de Gobierno de los obispos, pero hasta entonces las negociaciones políticas e incluso las intrigas han sido una constante entre los prelados, que esta semana decidían el futuro de la Iglesia española.
Omella: el catalán y su 'dossier'
Los bloques estaban claramente delineados. Tras más de dos décadas de poder omnímodo del cardenal Rouco Varela y de nombramientos de obispos ultras e inmovilistas, la aparición del 'huracán Francisco' fue entendida en la Conferencia Episcopal Española como poco más que una tormenta de verano. Pero siete años –y tres elecciones– después, en una de las iglesias más conservadoras del mundo se abría la posibilidad de el sector renovador asaltara los puestos de poder, de que a la tercera fuera la vencida. Pero la vieja guardia no iba a ponerlo fácil.
La tensión era cada vez más palpable a medida que se acercaba la fecha de la votación. Y estalló justo antes de la Plenaria, cuando todos los obispos recibieron un dossier en sus correos electrónicos en el que, bajo el pseudónimo de Jacques Pintor, se acusaba al cardenal Omella de estar detrás de un escándalo que acabó provocando la renuncia del anterior arzobispo de Zaragoza, Manuel Ureña.
La jugada, orquestada desde los sectores más ultras, fue la que paradójicamente terminó de convencer a los indecisos de votar al cardenal de Barcelona. “Y es que nada molesta más a un obispo que alguien ataque a uno de sus hermanos, y más si el ataque viene desde dentro”, sostiene un influyente prelado a eldiario.es.
El lunes previo a la votación, incluso algunos prelados de la línea de Sanz-Rouco sacaron el tema en la discusión previa a la votación de sondeo. Omella, cuentan fuentes conocedoras de la reunión, se mantuvo impertérrito. Como si el panfleto no fuera con él. El resultado de la primera votación dejó todo muy abierto, con Omella y Sanz prácticamente empatados, y la sorpresa (que después de confirmaría) de un notable apoyo para Carlos Osoro. Los otros posibles candidatos (Iceta, Ginés García Beltrán y Cañizares) comenzaban a desinflarse.
Así se llegó a la votación del martes, con la pugna abierta entre Omella y Sanz. Antes de la primera votación, Cañizares –que controlaba alrededor de una decena de votos– optó por el cardenal de Barcelona, y Omella se quedó a un voto de la mayoría absoluta, que se consiguió en segunda votación.
Desterrar la herencia de Rouco Varela
Pero la victoria de los moderados llevaban fraguándose en realidad más de un año. En noviembre de 2018, Luis Argüello, obispo auxiliar de Valladolid, fue nombrado secretario general y portavoz de la CEE. El candidato que todos daban por elegido era Jorge Fernández Sangrador, vicario general de la diócesis de Oviedo y hombre de total confianza del arzobispo Jesús Sanz, el elegido por Rouco Varela para presidir la Conferencia Episcopal. Sin embargo, resultó elegido un hombre moderado, con gran capacidad de comunicación y, sobre todo, alejado del aparato de la Curia española.
A partir de ese momento, varios obispos –los cardenales Osoro y Omella, el arzobispo castrense, Juan del Río, o los obispos de Getafe (Ginés García Beltrán) o Mondoñedo-Ferrol (Luis Ángel de las Heras), entre ellos– comenzaron a entrever la posibilidad de acabar con el férreo control del sector conservador en la Conferencia Episcopal.
¿El problema? No había un candidato que evitara la confrontación. El cardenal Osoro había sido vetado expresamente por Rouco Varela, quien no había encajado que el Papa le hubiera nombrado arzobispo de Madrid en lugar de a Fidel Herráez, histórico auxiliar del cardenal gallego y que finalmente hubo de consolarse con la sede de Burgos.
La polémica del 1-O
En cuanto a Juan José Omella, el obispo más cercano a Francisco en España, a su talante moderado se unía su condición de arzobispo de Barcelona, y su trabajo mediador en plena crisis posterior al 1 de Octubre entre Cataluña y el Estado español. Omella y Osoro tuvieron un papel esencial en las conversaciones –especialmente con Oriol Junqueras, católico reconocido– para tratar de evitar que Carles Puigdemont declarara la independencia. Esto suponía, para varios influyentes prelados, que consideran la unidad de España como “un bien moral”, razón más que de sobra para no votar por el cardenal de Barcelona.
Durante meses, los obispos del sector renovador comenzaron una labor silenciosa para atraer a los obispos más dubitativos, una veintena, que no deciden su voto hasta el final. El núcleo conservador, entretanto, intentaba moverse lo menos posible (algunos de sus alfiles, como Munilla, Reig o Zornoza se han visto demasiado en los medios por sus polémicas sobre escándalos inmobiliarios, moral sexual o cercanía a la ultraderecha), pero se hacían notar con ausencias evidentes, como cuando en septiembre ningún obispo de este sector (ni siquiera el auxiliar de Osoro en Madrid, Juan Antonio Martínez Camino), participaban del macroencuentro de Sant'Egidio por la paz celebrado en la capital.
Un encuentro en Barcelona
Las elecciones generales de noviembre, y el anuncio del gobierno de coalición de PSOE-Unidas Podemos rompió con el silencio autoimpuesto de los ultras. El propio Jesús Sanz ya marcó territorio pidiendo rezar contra el futuro Ejecutivo social-comunista. Mientras tanto, se produjo el primer encuentro verdaderamente significativo entre Omella y Osoro. Con motivo de un encuentro sobre la evangelización en las grandes ciudades en Barcelona, los dos cardenales contemplaron la posibilidad de crear, por fin, un 'polo pro-Francisco', que se visibilizara en las elecciones de marzo.
A partir de ese momento, y con las fuerzas claramente enfrentadas, surgían tres bloques. El comandado por Omella y Osoro, con el innegable apoyo de Roma y el beneplácito de Moncloa; el capitaneado por Sanz (con Rouco en la sombra), con una veintena de prelados fijos; y la duda del 'bloque valenciano', que intentaba postular a un cardenal Cañizares que había visto mermada su salud en los últimos meses, pero que jugó un papel especialmente relevante para decantar la balanza hacia Omella.
La lógica episcopal sugería que Sanz se quedara con la vicepresidencia. Pero aquí llegó la sorpresa: en una dura competencia (tercera votación, y por apenas siete votos), el cardenal de Madrid alcanzaba la vicepresidencia. Se completaba así el 'ticket' planteado en diciembre en Barcelona, y avalado por el Papa Francisco y su nuevo embajador en España, el Nuncio Bernardito Auza.
El arzobispo de Oviedo tuvo que conformarse con estar presente en una Comisión Ejecutiva de nueve miembros de los que al menos cinco son netamente 'francisquistas', lo que permite asegurar que el cambio en el estilo y las formas de la Casa de la Iglesia cambiarán, especialmente en lo tocante a su relación con el Gobierno. De ello ya se encargó el nuevo presidente en su primera comparecencia pública, asegurando que “nos necesitamos, estamos dispuestos a colaborar siempre”.
Cambiar una treintena de obispos
¿Qué sucederá ahora? Que el tándem Omella-Osoro llevará directamente las negociaciones con el Gobierno –el cardenal de Barcelona dejará al de Madrid el contacto directo, que Osoro ya ha comenzado con algunos ministerios–, con el apoyo de la Comisión Ejecutiva y el Consejo de Cardenales. Un consejo remozado en los nuevos estatutos, compuesto por los cardenales menores de 80 años –Omella, Osoro, Blázquez y Cañizares. Rouco se queda fuera– y que, junto al Nuncio, se encargará de elaborar las ternas para los nuevos obispos que cambiarán el rostro de la Iglesia española.
Y es que, en los próximos dos años, al menos una treintena de diócesis quedarán vacantes por jubilación. Como sucedió durante la Transición, con el cardenal Tarancón en Madrid y el Nuncio Dadaglio, la Iglesia española diseñará el cambio generacional e ideológico que precisa, para aggiornarla con el estilo del papa Francisco. Siete años después, al fin, es posible.
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