Controlar la vida, controlar la muerte. Los obispos españoles, muy críticos con la aprobación de la nueva ley de eutanasia en el Congreso de los Diputados, presentaron la pasada semana, en la víspera de la Nochebuena, un documento en el que plantean cómo deben ser las exequias de los difuntos. En un momento en el que más de la mitad de los cementerios españoles son eclesiásticos, la Iglesia española pretende blindar no sólo los enterramientos, sino también una práctica que, hasta hace pocos años, consideraban prácticamente sacrílega: las incineraciones.
Así, en la Instrucción pastoral Un Dios de vivos, los obispos lamentan cómo “se han introducido prácticas que son ajenas a la tradición cristiana: la incineración u otras prácticas, que no formaban parte de la tradición cristiana” y, aunque admiten la cremación, recomiendan “insistentemente que los cuerpos de los difuntos sean sepultados en los cementerios u otros lugares sagrados”.
“Muchas veces, social y culturalmente, se olvida la cuestión de Dios”, lamentó durante la presentación del documento Enrique Benavente, el obispo responsable de Doctrina de la Fe en la Conferencia Episcopal, quien criticó las “maneras insólitas” de conservar las cenizas de los difuntos, que “son difíciles de conciliar con el respeto cristiano al cuerpo del difunto”.
Críticas que se repiten a lo largo de todo el documento: “En caso de que una familia opte por la cremación, no debe hacerse contra la voluntad del difunto y se debe evitar todo signo, rito o modalidad de conservación de las cenizas que nazca o pueda ser interpretado como expresión de una visión no cristiana de la muerte y de la esperanza en la vida eterna”, escriben los obispos, que condenan prácticas como las de “esparcir las cenizas en un paraje natural porque se piensa que la muerte es el momento de fusión con la madre naturaleza, o relacionar la cremación con la reencarnación, o repartir las cenizas para utilizarlas como mero objeto de recuerdo del difunto”, como “recuerdos conmemorativos, piezas de joyería u otros artículos”.
Negar las exequias a un muerto
Tanto es así, que el documento recuerda que “en el caso de que el difunto hubiera dispuesto la cremación y la dispersión de sus cenizas en la naturaleza por razones contrarias a la fe cristiana, se le han de negar las exequias”. ¿Regresan los tiempos en que a los supuestos pecadores no se les podía enterrar 'en sagrado'? La respuesta, tal vez, se encuentra en uno de los apéndices del documento, en el que se habla de los columbarios como “lugares idóneos para depositar las cenizas después de la muerte y de la cremación de los difuntos”, y se exige que sean rincones sagrados, cerrando la puerta a otras iniciativas lanzadas por entidades civiles o deportivas.
Porque, afirman los obispos, “la conservación de las cenizas en un lugar sagrado puede ayudar a reducir el riesgo de sustraer a los difuntos de la oración y el recuerdo de los familiares y de la comunidad cristiana. Así, además, se evita la posibilidad de olvido, falta de respeto y malos tratos, que pueden sobrevenir sobre todo una vez pasada la primera generación, así como prácticas inconvenientes o supersticiosas”. De este modo, “no está permitida la conservación de las cenizas en el hogar” ni “pueden ser divididas entre los diferentes núcleos familiares”.
En cuanto a los funerales, la Iglesia española advierte de que “no debe convertirse en un homenaje al difunto”, por lo que tratan de reducir al máximo las intervenciones de familiares o amigos durante la despedida al fallecido, con el fin –afirma el documento– de “evitar un juicio global sobre su persona”.
Para preservar la catolicidad de las exequias, se prohíbe utilizar algunas expresiones “incompatibles con la fe”. Así, no podrá decirse “Allá donde estés”, o “Si es que estás en algún lugar”. Para Leonardo Lemos, presidente de la Comisión Episcopal para la Liturgia, encargada de la redacción del texto, “las exequias no son homenajes al fallecido, no son lugar para un panegírico”.
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