El Tribunal Supremo determinó en 2011 que obligar a las mujeres a llevar falda en el trabajo mientras se permite a sus compañeros varones utilizar pantalón implica una discriminación por razón de sexo que contraviene el artículo 14 de la Constitución. El fallo, dictado a propósito de una sociedad que gestiona hospitales y forzaba a las ATS a ir con falda y cofia mientras los hombres usaban pijama sanitario, motivó que muchas empresas tuviesen que retocar sus normas de vestuario para evitar nuevas condenas.
Pero en los colegios los uniformes siguen perpetuando los roles de género: falda o pichi, las niñas; pantalón, ellos. La mayoría de centros privados y concertados –pocos públicos mantienen la indumentaria obligatoria– no han afrontado un debate sobre si la ropa constituye en las aulas un problema de discriminación.
Un manifiesto de 18 asociaciones se ha propuesto poner fin a la obligatoriedad de la falda. El escrito Porque en los colegios solo se educan personas: uniforme único argumenta que la misma discriminación se da en un puesto de trabajo que en las aulas. “No podemos obviar que el uso de la falda condiciona de forma evidente la libertad de movimiento de las niñas, lo que está directamente relacionado, en muchos casos, con el abandono de juegos en horas de recreo (fútbol, baloncesto, carreras, saltos..) y de cualquier otra actividad difícilmente compatible con una prenda que, al menor movimiento las limita, incluyendo el hecho de dejar al aire su ropa interior”. Lo suscriben asociaciones como el Colectivo Ca-minando Fronteras, la Asociación Feminismo en Red, la Asociación de Mujeres Juezas de España, Gafas Lilas, y otras 14 entidades.
La falda viene en el 'pack'
Con el curso empezado, las asociaciones de madres y padres no lo consideran un problema urgente. La confederación de ampas mayoritaria en la escuela concertada asegura: “No ha surgido el debate porque se da por hecho que es así. Cuando una familia escoge un cole, escoge todo el pack del cole, con su uniforme y sus normas”, justifica su presidente Pedro Caballero. Concapa admite que las normas sobre vestimenta “limitan algunos juegos”, pero resta importancia “a los conflictos que han surgido por esta cuestión”.
María del Mar, Silvia, Carmen, Samuel y Juan tienen entre ocho y diez años y debaten sobre el colegio y los juegos en Radio Ecca, una emisora de Canarias donde se les pregunta por los uniformes. Otra niña, Sina, es la primera en abalanzarse sobre el micrófono: “Yo quiero llevar pantalón, se lo he dicho mi madre”. Surge el siguiente diálogo:
–María del Mar: “Yo no quiero llevar falda porque al final no puedes hacer cosas que quieres como a diario cuando vas con el chándal, no puedes correr, no puedes saltar porque posiblemente se te levante la falda y a mí me gustaría estar más cómoda con el pantalón que puedo hacer lo que quiero”.
–Silvia: “También más cómoda con el pantalón”.
–Carmen: “Yo, pantalón”.
–Samuel: “Yo, pantalón, claramente, pero advierto es muy incómodo el del uniforme que no te puedes mover con él”.
–Juan: “Yo con pantalón porque se levanta, como dijo María del Mar, no debe de ser muy cómoda”.
Por un “recreo igualitario”
Un par de meses después del programa de radio, emitido en octubre, Sina decidió con ocho años abandonar la falda en compañía de una de sus mejores amigas, Menchu, de la misma edad. Un fin de semana Sina tomó dos pantalones de su hermano –uno para ella y otro para Menchu– y con el acuerdo de su familia acudió a su colegio privado de Canarias con ellos. Ya nunca más volvió a ponerse falda.
Con nueve años cumplidos, lo cuenta así al otro lado del teléfono: “Un día estaba jugando al baloncesto y se me subía la falda todo el rato. Al llegar a casa pedí permiso a mi madre para llevar pantalón al colegio. Me dijo que lo íbamos a intentar. Y desde entonces ya siempre lo llevo. Algunas niñas me miran raro, pero no me importa. Estoy mucho más cómoda”.
María Luisa Segoviano es una de las magistradas que firmó la sentencia que revocó la obligatoriedad de llevar falda en la empresa de hospitales José Manuel Pascual Pascual SA y que crea jurisprudencia. “Aquel fallo y su filosofía pueden servir como guía orientadora también en la escuela pero hemos de admitir que el ámbito de las relaciones laborales no es equiparable a la escuela. Puede ser una pauta interpretativa. Y debería haber una cierta libertad para que los padres pudieran optar por el tipo de uniforme que les resulta más cómodo”.
Que el uniforme de falda limita el juego es una evidencia incontestable para niñas como Sina, pero también para algunas instituciones públicas que llevan años trabajando por “un recreo igualitario”. Por romper, en otras palabras, con el reparto desigual del espacio en el patio del colegio. “La distribución del espacio en el recreo sigue siendo sexista: los niños, aquellos cuya masculinidad es la normativa, sobre todo, suelen situarse en el espacio central y las niñas quedan arrinconadas”, dice el Plan de Coeducación con el que trabaja Euskadi.
“Pasa siempre y no es una consecuencia del uniforme, sino de la estructura patriarcal. Ahora bien, la indumentaria impuesta no ayuda. Con una falda no puedes moverte igual que con un pantalón y, si lo haces, puede levantarse, descubrir la ropa interior... y que las chicas tengan que soportar insultos machistas. Es una forma de que ellas empiecen a sentirse coaccionadas”, argumenta Carmen Ruiz Repullo, doctora en Sociología que imparte talleres de coeducación en institutos andaluces.
La socióloga se refiere a “la sexualización del uniforme”. “¿Por qué las chicas tienen que llevar falda? Es una manera más de binarismo en la escuela, de diferenciarlas, pero también de identificarlas como un cuerpo. Ellas lo aprenden porque así se lo enseñan desde pequeñas: con falda siempre te dicen que vas guapa y se concibe como un elemento que feminiza”, explica. “La escuela –remata– es androcéntrica y el uniforme es un ejemplo de ello. También los libros de texto o el lenguaje”.
“El 90% lleva falda, aunque pueden elegir”
¿Tanto pesan los roles de género en los centros educativos? Según los colegios consultados, sí. El CEIP Emperador Carlos V de Getafe (Madrid), un centro público cuyos estudiantes van uniformados, permite a las niñas elegir entre falda o pantalón pero el 90% se decanta por la primera opción. “Las que escogen el pantalón son casos aislados. En invierno se suman más por el frío y hay algunas chicas que alternan los dos uniformes si tienen uno sucio”, explica la jefa de estudios.
La posibilidad de elegir se explica a las familias al principio de curso y forma parte del reglamento del régimen interior del colegio, donde no se especifica, sin embargo, que los niños también pueden decidir si quieren llevar pantalón o falda. “No nos hemos encontrado con ningún chico con esta voluntad, pero si así fuera lo aceptaríamos”, responde la directora, que también admite que “habría que trabajarlo desde dentro del centro con el resto de niños y niñas”.
“Los niños que no cumplen los estereotipos de género –como los que se sienten a gusto con falda o los menos líderes– están en la periferia con las chicas. La masculinidad hegemónica los castiga”, apunta la doctora Carmen Ruiz al respecto.
En el colegio Leónes, un concertado religioso, las chicas no están obligadas a vestir con falda. Es así, asegura su director, desde el primer día que las niñas y niños empezaron a llevar esta indumentaria en los años noventa. “El objetivo último es que vayan cómodos. Imponer una prenda si el alumno o alumna no se siente confortable con ella es un grave error”, argumenta. Igual que en el Carlos V, en este centro de León las niñas continúan optando por el uniforme asociado a su rol de género.