No todo son malas noticias con la COVID. Justo cuando el coronavirus está más descontrolado, cuando todo el mundo conoce a alguien que ha dado positivo y se baten récords de contagiados a diario, empiezan a surgir algunas voces que hablan del fin de la pandemia y de paso del SARS-CoV-2 a endemia, una situación en la que una enfermedad está presente en la sociedad pero que limita su afección a unos ciertos casos más o menos estables a lo largo del año o en periodos concretos. Como la gripe.
De momento se especula como algo hipotético, que podría pasar. Hay pequeñas señales que apuntan en esa dirección, pero todavía no es el momento, coinciden los epidemiólogos consultados. También hay elementos socioeconómicos que empujan hacia este paso, como por ejemplo la reducción de las cuarentenas y los aislamientos en EEUU que anticipan las que vendrán aquí: la rueda tiene que seguir girando.
“Es una posibilidad, pero hay que esperar a confirmarlo”, se muestra cauto Fernando Rodríguez Artalejo, catedrático de Medicina Preventiva y Salud Pública de la Universidad Autónoma de Madrid. “Esta idea se basa”, continúa el experto consciente de que el pensamiento se está extendiendo, también entre los médicos, “en que al menos en Sudáfrica (donde apareció la variante ómicron y más ha golpeado) la mayoría de los casos son leves y no se han traducido en un aumento correspondiente en hospitalizaciones, ingresos en la UCI o muertes”, argumenta, situación que permitiría, de estabilizarse e ir bajando la incidencia, retomar una cierta normalidad diaria. Como la gripe.
“Creo que es el paso lógico de la enfermedad”, coincide el epidemiólogo Mario Fontán, “pasar de vigilarla como hacemos actualmente a algo parecido a lo que se hace con la gripe, con matices, que es controlar los ingresos graves y otras medidas como la vigilancia centinela”, por la que algunos centros de salud específicos vigilan la transmisión comunitaria.
Pero, añade Fontán, la clave es el cuándo. Pasar de pandemia a endemia es una decisión, no una transición basada en números medibles, y acertar con el momento puede ser la diferencia entre el éxito y el fracaso: “Hay que saber bien en qué momento lo hacemos y ahora detecto una pulsión un poco desmedida y basada más en un deseo que en la situación epidemiológica”. Como Artalejo, Fontán alude a Sudáfrica y pide no precipitarse con las decisiones basadas en información escasa. “Lo que está pasando en Sudáfrica [a la explosión de casos le ha seguido un caída igual de rápida] no tiene por qué ser nuestro futuro, no hay que dejarse llevar por unos datos que no sabemos dónde nos van a llevar”.
“Si no vigilamos la transmisión el sistema se tensiona”
Pero hay señales esperanzadoras. La menor gravedad de esta variante es la principal, aunque no esté claro aún si se debe a las propias características de la cepa, a una mayor protección individual por las vacunas o a una mezcla de ambas. Pero su mayor contagiosidad contrarresta la levedad de sus síntomas. “Si empezamos a decir que la ola en sí es más leve que otras, nos ponemos en ese marco de dejar de vigilar la transmisión y nos da igual la situación comunitaria, vemos que el sistema sanitario se tensiona”, recuerda Fontán. Por pequeño que sea el porcentaje de ingresados respecto al total, si las cifras de contagiados se disparan el sistema no lo podrá soportar. “Habrá que ver si esta menor gravedad es capaz de compensar el aumento tan enorme del número de contagios, porque los ingresados en UCI van aumentando poco a poco, en Catalunya está por encima del 30% y en otras por encima del 20%, en varios países vemos que suben las hospitalizaciones... Creo que es un poco prematuro”, ahonda Artalejo.
Miguel Marcos, médico internista y uno de los que puso el debate sobre la mesa hace unos días en las redes, también aclara que lo primero es que pase la ola, lo que abrirá –siempre en el hipotético caso de que se mantenga ómicron como cepa dominante y siga teniendo efectos leves– tres posibles escenarios futuros: la erradicación del virus, prácticamente descartada en el corto y medio plazo por todos los expertos; una situación como la de ciertas enfermedades, por ejemplo el sarampión, que se manifiestan en brotes aislados a partir sobre todo de personas no vacunadas y que también se ve poco probable por la alta transmisibilidad del virus; y la que “parece más probable en este momento”, que se quede como una infección endémica. Como la gripe.
“Por tanto”, concluye Marcos, “la salida de la pandemia podría ser una endemia en la que sobre todo en invierno tuviéramos X casos al año de COVID, igual que los tenemos de gripe o de VSR o de otros virus. La repercusión en cuanto a número de casos y casos graves dependerá de muchos factores”.
Dependerá de muchos factores, pero no es tema baladí, advierte Fontán: “Cuando ves los debates en redes, no se entra en matices. 'Esto es como un catarro leve, hay que pasar a otra fase', se lee. No, no puedes pasar a otra fase mientras tienes la Atención Primaria colapsada y en algunos territorios ciertos recursos sanitarios no COVID dejan de estar disponibles, se suspenden cirugías o se retrasan consultas. No podemos dejar de vigilar la enfermedad a nivel comunitario y que todo recaiga en un sistema sanitario tensionado”.
Y esto, añade, no se resuelve solo con más recursos para la Sanidad. “Estos días se dice que 'esto se soluciona reforzando el sistema sanitario'. Tiene una parte de verdad, es necesario reforzarlo y, sobre todo, darle unas condiciones dignas de trabajo por sus trabajadoras y por pacientes. Pero también peca de ingenuidad pensar que cualquier crisis de Salud pública se soluciona/mitiga con 'más recursos', porque luego cuando la situación excepcional amaine, hay que ver qué se hace con esos recursos que pueden perder sentido. Pensar que el sistema sanitario es el principio y fin de toda intervención no tiene sentido en una crisis de salud pública”, alerta.
Afinar con los aislamientos
Una idea en la que están de acuerdo los expertos es que el paso de pandemia a endemia estará muy ligado a cuánto se consiga limitar la duración de los aislamientos de los contagiados –o eliminarlos– para que tengan el menor impacto posible (las cuarentenas de los contactos estrechos ya están en vías de desaparecer).
“Revisar si se pueden afinar es un paso que habrá que ir dando”, sostiene Fontán. “Hay tanta incertidumbre ahora que afirmar que con una variante concreta los tiempos son tal... No tenemos los datos suficientes como para que ciertas afirmaciones sean tan rotundas. El cambio de las cuarentenas ya lo estamos viviendo. Primero eran 14 días, luego diez, se ha modificado quién sí, quién no... Es un proceso lógico que hemos visto durante la pandemia y que se irá modificando más”.
Hay algunos, como F. Perry Wilson, profesor en la Facultad de Medicina de Yale, que sitúa el fin de la pandemia precisamente en el momento en el que se consigan eliminar de facto los aislamientos de los contagiados. Que puedan seguir con su vida. “Todavía no es el momento”, señala este experto aludiendo a la saturación del sistema sanitario, pero “el coste del aislamiento es muy alto”, señala Wilson. Para que puede acabarse con los aislamientos, explica el doctor, es necesario que los vacunados pasen la COVID como una enfermedad respiratoria más. Como la gripe. Más pernicioso será para los no vacunados, que tendrán que extremar sus medidas de seguridad personal, y podrán verse sometidos a brotes ocasionales, momento en el que podrían recuperarse las cuarentenas, “igual que la obligatoriedad de las mascarillas”, poniéndola y quitándola en función de las condiciones concretas de cada sitio.
“Entre la ciencia y la necesidad”
A este respecto, explica Rodríguez Artalejo, hay otros elementos que entran en juego y que tienen que ver con el funcionamiento de la sociedad. Se ha visto estos días en EEUU y empieza a asomar la idea en Europa también. “En EEUU han acortado el aislamiento de los casos asintómaticos en especial porque se sabe que la mayoría de los contagios se producen alrededor de cinco días, uno o dos días antes del diagnóstico y tres días después. La mayoría, aunque no todos”, matiza.
“Esto justifica también que no se pida a los contactos vacunados que hagan cuarentena estricta, porque nos quedaríamos básicamente sin fuerza de trabajo. Si estamos en 70.000 contagios diarios y cada positivo genera cinco contactos estrechos, en diez días tienes a 3,5 millones de personas aisladas. Nos quedaríamos enseguida sin fuerza de trabajo en algunos sectores esenciales y hay una mayor necesidad de mantener la sociedad funcionando. Por ejemplo, en las recomendaciones de los Centros de Control y Prevención de Enfermedades de Estados Unidos (CDC) para los sanitarios, las cuarentenas y aislamientos dependen de si están en una situación de crisis o si hay que hacer frente a alguna contingencia. Si se está en estas situaciones, hay que ir al hospital sí o sí. Es una mezcla entre evidencias científicas y necesidad”, explica.
Una decisión similar, aunque no tan extrema, como la que se tomó en España hace unas semanas al eximir de cualquier tipo de aislamiento a los contactos estrechos de positivos si están vacunados, aunque se sepa que se pueden contagiar y pueden contagiar a los demás, o la reducción de las cuarentenas para los positivos asintomáticos o leves que también se plantea Italia y que comunidades como Madrid o Andalucía valoran positivamente, según afirmó este martes el viceconsejero de Salud Pública y Asistencia Sanitaria regional, Antonio Zapatero.
Es (ya está siendo) la oficialización de la autogestión de los casos, explica Artalejo. “Es lo que hacemos todos con las enfermedades infecciosas y en particular las respiratorias menos graves. Te lo gestionas, te tomas algo, intentas no juntarte con nadie y, a no ser que necesites la baja, no vas al médico”.
En cualquier caso, cierra Fontán, “durante la pandemia ha habido puntos en los que se ha seguido esta política como si la COVID fuera una endemia. Ante la subida de los casos no siempre se han tomado medidas, aunque la población modifique sus comportamientos en función de la realidad epidemiológica”. Otro debate es si nos ha ido mejor o peor con estas políticas.