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La ONU alerta al mundo de que la basura electrónica crece cinco veces más rápido que su reciclaje

En 2022 la humanidad generó 62 millones de toneladas de desechos electrónicos, el equivalente a un millón y medio de camiones cargados de basura hasta los topes que, puestos en fila, darían la vuelta al mundo por el Ecuador, según datos del cuarto Informe Mundial de Residuos Electrónicos de las Naciones Unidas, que se publica este miércoles. El documento conocido como GEM (por la siglas en inglés de Global E-waste Monitor) muestra que los europeos fuimos los más sucios en términos per capita, con más de 17 kilos de chatarra digital por persona, y pone encima de la mesa un ritmo de producción insostenible, puesto que la generación de este tipo de residuos está aumentando cinco veces más rápido que el reciclaje documentado.

Según el informe, elaborado por el Instituto de las Naciones Unidas para la Formación Profesional y la Investigación (UNITAR) y la Unión Internacional de Telecomunicaciones (UIT), la generación anual de desechos electrónicos aumenta 2,6 millones de toneladas al año en todo el mundo y va camino de alcanzar los 82 millones de toneladas anuales en 2030. Este crecimiento nos conducirá a un potencial colapso, advierten sus autores, debido a la diferencia cada vez mayor en los esfuerzos de reciclaje en relación con el crecimiento de la generación de desechos electrónicos en todo el mundo. En 2020 solo éramos capaces de gestionar el 22% de esta cantidad de basura y el porcentaje se reducirá hasta el 20% en 2030, según sus previsiones.

Para hacerse una idea de la cantidad de basura que generamos, los autores del informe recalcan que esos 62 millones de toneladas equivalen al peso de 107.000 de los aviones de pasajeros más grandes del mundo o a 800 de los mayores portaaviones al máximo de carga. Por materiales, la mitad de los residuos corresponde a metales (31 millones de toneladas) y el 27% (17 millones de toneladas) son plásticos. Un tercio de esta basura corresponde a dispositivos pequeños como hornos microondas, tostadoras o aspiradoras; una cuarta parte son grandes aparatos como lavadoras, lavavajillas y neveras; y alrededor de un 7% corresponde a equipos como ordenadores portátiles, teléfonos móviles y dispositivos GPS. 

“Bajo la alfombra” de otros países

El informe hace hincapié en la necesidad de aumentar la capacidad de reciclaje y en los beneficios económicos que la recuperación de estos materiales produciría, aunque en el plano real todo este supuesto sistema de “economía circular” hace aguas por todas partes. La realidad es que en 2023 solo 81 países del mundo tenían una legislación sobre residuos electrónicos (tres más que en 2019) y 67 tienen un instrumento legal para regular su gestión con disposiciones que promueven la responsabilidad ampliada del productor. Y lo que es más grave: hasta un 8,2% del total mundial de este tipo de basura (5,1 millones de toneladas) fueron enviados a terceros países en 2022, de los cuales el 65% se enviaron desde países de ingresos altos a países de ingresos medios y bajos a través de movimientos fuera del radar de las autoridades. 

“La fuerza impulsora detrás de estos movimientos transfronterizos suele ser comercial, ya que la demanda de equipos electrónicos usados de segunda mano y más baratos es alta en los países receptores”, asegura el informe. “Por ejemplo, se están importando grandes cantidades de equipos y accesorios de comunicación digital a países de ingresos bajos y medio-bajos como dispositivos falsificados y de mala calidad”. En este sentido, los autores llaman a las autoridades responsables a regular las telecomunicaciones y certificar que los equipos importados cumplan con los estándares funcionales y de calidad.

Por continentes, el informe indica que los europeos generamos 17,6 kg de residuos electrónicos por cabeza y año, seguidos de Oceanía (16,1 kg) y América (14,1 kg), mientras que las tasas de recolección y reciclaje fueron de 7,5 kg en Europa, 6,7 kg en Oceanía y 4,2 kg en América. En España, cada ciudadano generó 19,6 kg de estos residuos en un año, dos kilos por encima de la media europea. “La situación no está mejorando”, reconoce Pascal Leroy, director General de WEEE Forum, una entidad sin ánimo de lucro que reúne a organizaciones que promueven la gestión responsable de estos residuos en todo el mundo. “Incluso en Europa, donde la legislación ha estado en vigor durante más de 20 años, solo el 43% de estos residuos está documentado como recolectado formalmente”. Esto significa que el 57% del flujo de desechos electrónicos europeos no se contabiliza, una cifra que a escala global se eleva hasta el 77,7%. 

Esta situación evidencia —en opinión de Leroy— todo lo que queda por hacer, incluyendo el llamamiento a los consumidores para que compren mejor y se deshagan de los residuos a través de canales oficiales. Esta acumulación de desechos electrónicos “requiere una atención urgente”, según Nikhil Seth, director ejecutivo de UNITAR, mientras que Cosmas Zavazava, desde la UIT, apunta que este informe debe “hace sonar la alarma para la necesidad de regulaciones sólidas para aumentar la recolección y el reciclaje”. 

El reciclaje como excusa para no frenar

Ethel Eljarrat, directora del Instituto de Diagnóstico Ambiental y Estudios del Agua del CSIC (IDAEA-CSIC), cree que estos resultados tendrían que hacer pensar a la gente que el reciclaje no es la solución milagrosa a los problemas de los residuos. “En general, parece que si hacemos una economía circular en la que reciclamos tenemos el problema resuelto, y eso no es cierto”, explica a elDiario.es. “Si, por poder reciclar, vamos aumentando exponencialmente los residuos que generamos nunca saldremos de este bucle”, avisa. “La gestión debería centrarse en intentar frenar el consumo que hacemos de todo tipo de materiales”.

Si, por poder reciclar, vamos aumentando exponencialmente los residuos que generamos nunca saldremos de este bucle. La gestión debería centrarse en intentar frenar el consumo

Félix Antonio López Gómez, investigador del CENIM-CSIC especializado en la gestión de este tipo de residuos, considera que el informe nos da una idea de la magnitud del problema. “También nos muestra que la chatarra electrónica va cambiando, ahora aparecen muchos paneles fotovoltaicos o las lámparas LED, que antes no estaban”, destaca. En su opinión, detrás de este gran incremento parece deducirse que la transición energética y digital está disparando la demanda de determinados metales. “Y que la economía circular como concepto está muy bien, pero la realidad dice que esa circularidad no se alcanza y va a ser muy difícil alcanzarla en todos los sectores”. 

Uno de los problemas, apunta López Gómez, es que aunque se ha avanzado mucho a la hora de recuperar los metales más abundantes, sigue habiendo una gran dificultad tecnológica para aprovechar el resto. En este aspecto, él y su equipo del CSIC trabajan en el proyecto ‘Recuperación de materias primas críticas’ (RC-METALS) y la empresa Atlantic Copper tiene un proyecto para el tratamiento de 60.000 toneladas anuales de material electrónico en Huelva a partir de 2026. “Aún hay algunas esperanzas, pero estamos produciendo tanto a tanta velocidad que no somos capaces de tratar los residuos que estamos generando”, señala. “Un aspecto muy importante es que en España sabemos los aparatos eléctricos y electrónicos que importamos, pero sobre dónde van y dónde se aprovechan los residuos que generamos no tenemos ni idea: falta trazabilidad”.

En España sabemos los aparatos que importamos, pero no dónde van y dónde se aprovechan: falta trazabilidad

Eljarrat también subraya la necesidad de dejar de usar a los países en vías de desarrollo como vertederos y hacerlo de manera correcta dentro de nuestras propias fronteras. Y recuerda que los compuestos químicos presentes en los diferentes residuos pueden ser liberados durante los diversos procesos de reciclaje y recuperación, y pueden también estar presentes en los productos producidos a partir de materiales reciclados. “Cuando reciclas un televisor de hace 20 años, vuelves a introducir en el ambiente un compuesto tóxico que hoy está prohibido”, apunta. Esto conlleva un riesgo para la salud de quienes trabajan en estas plantas, opero también para los consumidores y el medio ambiente en general.

Recientemente, Eljarrat y su equipo demostraron que esto era lo que sucedía en una planta de reciclaje de Cataluña, donde detectaron la presencia de retardantes de llama que están prohibidos por su toxicidad desde hace años, pero que vuelven a la cadena de producción sin que nadie los controle. “Si tú fabricas un producto nuevo con este material reciclado estás introduciendo un compuesto que, a día de hoy, está prohibido fabricar”, explica. “Si tienes que fabricar un móvil, por ejemplo, está prohibido poner este retardante y en una fábrica nadie lo va a poner. Pero si utilizas un circuito reciclado, ese circuito ya lo lleva y nadie te va a controlar si está o no está”. Un ejemplo de que en todo este conglomerado de intereses no solo está en juego la sostenibilidad del sistema industrial, sino la salud de las personas.