Ni orcas ni cachalotes, hay que salvar a la marsopa

Raúl Rejón

18 de febrero de 2022 22:52 h

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España ha descuidado sus marsopas hasta el borde de la desaparición. Este cetáceo costero y tímido que no goza de la iconografía de gigantes como el cachalote o las orcas aguarda un salvavidas mientras su población en aguas españolas se ha derrumbado. Tras entrar en peligro de extinción y con un expediente sancionador europeo mediante, el Gobierno acaba de iniciar los trámites de una estrategia de recuperación para la Phocoena phocoena, el cetáceo mas pequeño del Atlántico norte.

El rescate se ha hecho esperar. Y no porque no se supiera que la especie iba camino de evaporarse de las costas de España. Ya en 2017, el entonces Ministerio de Agricultura, Pesca, Alimentación y Medio Ambiente llamó a los científicos para analizar la información que permitiera elaborar un plan de conservación. Por entonces, la marsopa era “vulnerable” (un nivel de amenaza menor).

“Este plan viene forzado en parte por el expediente de la Comisión Europea porque, desde hace 20 años, se venía avisando y no se había abordado en profundidad”, cuenta Ricardo Aguilar, director de Expediciones de la organización Oceana. Aguilar insiste en que “llegamos cuando aparece el peligro de extinción y, yo diría, peligro crítico en España”.

El cálculo es que la población de marsopas de la península ibérica no llega a 1.000 ejemplares. Son un “grupo genético homogéneo, diferente al resto de las marsopas de poblaciones de Europa, y presentan una baja diversidad genética”, describen en el Ministerio de Transición Ecológica. Están aisladas de los grupos del Mar del Norte, lo que las convierte en más vulnerables.

“Es una especie muy muy desconocida aún”, remacha Laura Moreno, encargada del programa de especies de WWF. “En todo caso, su declive ha sido muy acusado en muy poco tiempo. En unas décadas la estimación es que el grupo se ha reducido al 10%”, ilustra.

Sea como sea, el plan para salvar a las marsopas no se había materializado. Víctima de las capturas accidentales de la pesca, de la degradación de los ecosistemas litorales y de la confusión que les provoca el intenso tráfico marino, los cetáceos, simplemente, morían.

Unos tres años después de aquella llamada ministerial, la Comisión Europea decidió que España “no había actuado lo suficiente para monitorizar las capturas accidentales en sus aguas ni tomado las acciones necesarias para impedir la alteración de las especies marinas”. Bruselas abrió un expediente sancionador, aún activo, en julio de 2020: “España ha fallado en la inspección y control de los buques” para que cumplieran la normativa europea con el objetivo de evitar esas capturas.

El tirón de orejas europeo sirvió de aldabonazo. Unos meses después de la apertura de expediente, en diciembre de 2020, el Gobierno modificó el estatus de la marsopa. Pasó de ser una especie vulnerable –para la que se había anunciado una estrategia de conservación– a otra ya en peligro de extinción. Y la ley española obliga al Ejecutivo a desarrollar un plan de recuperación, no de conservación, para las variedades que entran en ese nivel de amenaza.

Tenemos miedo de que se acabe convirtiendo en nuestra vaquita marina

“Tenemos miedo de que se acabe convirtiendo en nuestra vaquita marina”, dice Laura Moreno. La vaquita (Phocena sinus) es una prima de las marsopas que nada en el golfo de California y México y está catalogada como el mamífero marino más amenazado del mundo. “Ningún otro ha preocupado tanto durante décadas al grupo de especialistas en cetáceos”, describe la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza. Comparten la marsopa y la vaquita una misma amenaza principal: la muerte al quedarse enganchadas en las redes de pesca.

El declive acelerado del cetáceo muestra, una vez más, el choque entre actividades humanas intensas y conservación. “Al ser una especie tan asociada a la costa porque no realiza grandes travesías, es más vulnerable a las interacciones con los humanos”, explica Ricardo Aguilar. “Es muy tímida y su hábitat está sobre todo en las rías que se han ido deteriorando”, concluye la responsable de WWF.

La actividad con la que se cruza la marsopa es la pesca comercial. El documento previo de Transición Ecológica admite que la principal amenaza de la marsopa es la captura accidental en la pesca, más concretamente, “las artes menores de enmalle de fondo”.

Además influye, según los técnicos del Ministerio, el hecho de que su dieta se componga, principalmente, de especies que también buscan los pesqueros. Especies “de interés comercial”, describen. Así que “la sobreexplotación de muchos recursos pesqueros ha representado, lógicamente, un proporcional descenso de alimento disponible”. Se quedan sin comida.

¿Qué hay que hacer?

“Es algo delicado, ya que parte de las medidas pasan y afectan a la flota pesquera”, explica el director de Expediciones de Oceana. También indica que es necesaria información sobre “qué tipo de redes producen más accidentes, cuántos ejemplares se enredan y cuáles son los puntos y momentos del año más críticos”.

Lo malo es que el tiempo corre y, según el documento que inicia el plan, el primer objetivo es determinar el estado actual de la especie, su biología y distribución. Luego la detección de las amenazas y consecuentemente, “el establecimiento de las medidas de protección”.

En este sentido, la Fundación Biodiversidad, que coordina el proyecto Life-Intermares de conservación marina, indica que, mientras tanto, el Plan Nacional para la reducción de capturas accidentales en la actividad pesquera puede “permitir evaluar el problema” y “proponer soluciones”.

En Galicia, las áreas clave para este intento por que la marsopa no desaparezca del Atlántico ibérico están en las Islas Atlánticas, las islas Isargas y la Costa da Morte alrededor de la localidad de Malpica. Su protección puede hacer de motor para salvar todo el ecosistema en el que todavía viven: peces, corales, esponjas y moluscos miran al cetáceo que puede salvarlos.