Ser padre feminista no era fácil
Javier se comprometió con la lucha feminista muchos años antes de tener hijos. Tiene uno de seis y otra de tres a los que cría junto a su pareja María repartiendo la responsabilidad, los cuidados y educándoles en igualdad. Pero a Javier le acaba de llegar un correo y, aunque estaba a punto de salir de la oficina y lo que le piden no es urgente, se queda un par de horas más para terminarlo.
Javier no existe, pero podría ser alguno de los hombres dispuestos a ejercer una paternidad comprometida con el cuidado y que quieren modificar el rol tradicionalmente asignado como productores ajenos al ámbito reproductivo, pero que se encuentran con contradicciones por el camino. Muchas de ellas son las que suelen vivir las mujeres, tradicionalmente encargadas del cuidado.
¿Qué ocurre cuando las reflexiones teóricas se resisten a ponerse en práctica?, ¿cómo afrontar la sensación de “no pasa nada por trabajar un poco más” sabiendo que podrías estar bañando a los niños?, ¿qué pasa cuando crees que debes participar de la crianza, pero es ella la que se pide la reducción “porque cobra menos”?
Con motivo del Día del Padre, hablamos con varios hombres inmersos en relaciones heterosexuales sobre cómo se hacen cargo de las incoherencias que surgen en la crianza al transitar del discurso a la práctica. Ello en una sociedad que sigue asignando roles diferenciados a unos y otras y concibiendo el trabajo en ellos como un eje fundamental de su identidad.
“Hay hombres que tienen un discurso feminista elaborado que han tejido incluso antes de tener hijos, pero la paternidad es un momento importante de puesta a prueba y afloran las contradicciones”, analiza el sociólogo e integrante de Hombres Igualitarios de Cataluña Paco Abril. Ritxar Bacete González, que vive en Vitoria con su pareja, su hijo de seis años y su hija de tres, lo resume así: “Una cosa es el feminismo aprendido, el debe ser, y otra la vivencia del cuerpo y las emociones”.
Romper con el papel de proveedor único
Las renuncias en el mercado laboral forman parte del proceso porque “de repente sabes que quieres y debes estar con tus criaturas, pero hay unas jornadas en Barcelona o te ofrecen una entrevista de radio a las que tienes que decir que no”, apunta Bacete, investigador en temas de género. “Eso supone menos visibilidad, menos oportunidades y menos desarrollo profesional... Es decir, todo lo que viven las mujeres, pero nosotros nos hemos enterado ahora”.
De hecho, el “hombre igualitario” todavía no es una realidad en los datos: La participación de ellos en el hogar ha aumentado, pero siguen siendo las mujeres las que más excedencias por cuidado firman, las que más horas dedican a las tareas del hogar y las que más ponen en juego su carrera profesional. La tasa de empleo femenina disminuye cuanto más hijos se tienen, la masculina aumenta.
Mariano Nieto tiene tres hijos de entre 20 y 29 años y trabaja como funcionario en Madrid. A principios del año 2000 decidió abandonar la empresa privada por las dificultades para conciliar. A las contradicciones las llama “enemigo”, que dice, “está en la mente de cada uno y te manda mensajes como que tienes que quedarte en la oficina para que se note tu compromiso. Al final el mayor miedo no es alejarte de tus hijos, es quedarte sin trabajo”.
Asegura que la socialización masculina del empleo como una parte fundamental de la identidad del hombre permanece “inyectada en vena” aunque haya una reflexión feminista. “Al final, entre la exigencia del entorno y la interior uno no sabe si realmente no pone límites a la empresa porque no puede o porque no quiere”, afirma.
Le decían que era niña...y pidió cortarse el pelo
Hace diez años que Pablo Macías y su pareja Belén Sánchez fundaron la empresa Cuatro Tuercas, un estudio de diseño y editorial que ha lanzado las colecciones de libros Érase dos veces, que reformulan cuentos clásicos con perspectiva de género. Asegura que duda sobre el papel que debe jugar en la lucha feminista, dividido entre acompañar la reivindicación o ser protagonista del cambio de rol masculino.
Sin embargo, Belén y él comparten la crianza de su hija Violeta, de ocho años, y Nicolás, de siete, a partes iguales. Ambos experimentan contradicciones que Macías enmarca en aquellas derivadas del conflicto que surge entre la educación en casa desprovista de los estereotipos y la sociedad. ¿Qué pasa cuando Violeta vuelve a casa pidiendo un disfraz de La Cenicienta?
“Vivir alejados de estereotipos es maravilloso, pero el choque con una realidad en la que están normalizados tiene sus peligros. Tratamos de minimizar esas influencias y eso puede ser leído como sobreprotección”, sostiene. Aunque afirma que rechazan los roles de género, “no puede estar por encima de lo que ellos piensen. Pasa con los vestidos de princesas o que el color favorito de Violeta fuera el rosa y el morado”.
También ocurrió con Nico, que con tres años tenía una melena larga y rubia, que les encantaba a ambos y “supongo que ir 'contra la norma' era una de las cosas que me hacían sentir orgulloso”, reconoce Macías. Sin embargo, de tanto llamarle “niña” por la calle, comenzó a pedir que se lo cortaran a pesar de que le gustaba.
“Nos dio mucha pena cortárselo pero una vez escuché una frase que recuerdo de vez en cuando: 'Sé diferente, pero no a cualquier precio'. Desde luego no al precio de la incomodidad de nuestro hijo. Da rabia que su decisión no parta de él, sino de las presiones. Pero al fin y al cabo, por uno u otro motivo, él quería cortárselo y hay cosas que no pueden estar por encima de lo que él piense”, concluye.
Cuando se activan las desigualdades
Bacete cree que hay un momento en el que se activan las desigualdades en las parejas con conciencia feminista porque “el aprendizaje más profundo comienza a ser visible con la maternidad y paternidad: ellas en el rol de cuidadoras, en que el apego lo generan ellas... Ellos siguen ejerciendo sus privilegios pensando que no se ejercen. Sobre todo, la gestión del tiempo porque seguimos pensando que nuestro tiempo tiene más valor”.
Además, en muchos casos se da la especialización en las tareas, es decir, ellos se dedican a unas y ellas a otras. “Por ejemplo, pasa mucho en aquellas relacionadas con la ropa, el peinado o la estética, que siguen adjudicándose a la mujer. A veces son ellos los que se autoexcluyen, otras son ellas las que excluyen por la socialización y los roles asignados”, analiza Abril.
Para Nieto, otro de los “enemigos” que identifica es que los hombres suelen tener la sensación de que siempre habrá alguien que se encargue del cuidado de sus hijos o familiares porque “no hemos aprendido a ejercer la atención. No nos enfrentamos a la crianza como si estuviéramos solos y siempre confiamos en que la madre saldrá al quite”.
La brecha salarial entre hombres y mujeres lleva también, unido a la feminización del cuidado, a que en algunas parejas sean ellas las que renuncien al empleo a la hora de criar. Por eso, dice Bacete, “los cambios tienen que ser estructurales porque tú te construyes un discurso de que quieres estar en la crianza pero luego la que renuncia a la jornada es ella porque cobra menos”.