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Una paella con sabor a Latinoamérica

EFE

Brownsville (EE.UU.) / Matamoros (México) —

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Su sabor no solo evoca a España, para estos inmigrantes que pasan sus días en carpas en las que albergan la ilusión de entrar a Estados Unidos comer paella se ha convertido en un recuerdo del hogar que dejaron en Centro y Suramérica.

Es viernes y toca paella. Viaja en neveras transportadas por carritos halados por voluntarios que atraviesan el puente que une la ciudad de Brownsville, del lado estadounidense de la frontera, con su vecina Matamoros, en México.

El destino es un campamento que ha crecido en los últimos meses a unos cuantos pasos del llamado “puente nuevo” (Gateway International Bridge) y alberga a centenares de solicitantes de asilo incluidos por EE.UU. en su programa “Permanezcan en México”, que los obliga a aguardar en este país a la espera de una respuesta a su petición.

Por una calle polvorienta que hervía de niños jugando, hombres cortando leña y mujeres conversando, 17 carritos formaron una línea que se divisaba en medio de las carpas y fue la señal para que muchos hicieran fila a las afueras de una enorme carpa blanca usada como comedor.

La noticia de que un tribunal federal de apelaciones acababa de dejar en suspenso el programa “Permanezcan en México” había llegado ya a Matamoros y los inmigrantes que llevan meses esperando en el campamento se preguntaban cómo les iba a afectar esa decisión.

En el comedor, voluntarios y personal de World Central Kitchen, la organización no gubernamental fundada por el popular cocinero español José Andrés, sirven cada noche la cena para alrededor de 1.000 de las entre 2.000 y 2.500 personas que allí residen.

World Central Kitchen (WCK), que se ha curtido con el trabajo humanitario en Haití, Puerto Rico o Bahamas, adonde llegó tras los desastres naturales que sacudieron esos países, ofrece ahora una mano a los inmigrantes.

“Aquí preparamos comida sana, que es muy rica también. Y para la gente allá es importante que puedan comer comida caliente y que puedan sentarse como una familia cada noche a comer”, explicó Fiona Donovan, del equipo en Brownsville de esta organización sin ánimo de lucro, sobre la labor que desarrollan desde el pasado 20 de enero.

Desde entonces asumieron una tarea iniciada por Team Brownsville, un grupo integrado por voluntarios dedicados a apoyar a solicitantes de asilo, que comenzó preparando unos 25 platos cada noche y decidió pedir ayuda ante el aumento de los comensales. Hoy sus integrantes apoyan, entre otros, con el traslado de la comida.

Los platillos, que varían según un menú elaborado con la asesoría de una nutricionista, son cada noche una oportunidad para volver a una mesa: madres y padres con sus pequeños o viajeros solos se reúnen para cenar.

“Después de un día difícil, si las familias pueden sentarse, si pueden comer juntas, pueden olvidarse de las cosas difíciles”, apuntó esta joven, quien recordó que “hay mucha gente que está escapando de la violencia en sus países, que vienen de circunstancias muy difíciles”.

Esta vez el menú ofrecía paella con filete de pescado, arroz con carne de pavo y salchicha, ensalada fresca, tortillas de maíz y una naranja.

“Todos nos dicen que les gustan todos los platos que el chef prepara: el arroz y fríjoles con pollo, hay plátanos una noche, hay lasaña; hay muchas cosas que a ellos les gustan”, relató Donovan, aunque, emocionada, admitió que el favorito es el pollo frito.

El chef José Rodríguez, el encargado de preparar los platos, llegó a Bronwsville después de apoyar como voluntario tras el paso del huracán María; de estar el año pasado en Bahamas tras Dorian y después del terremoto de enero en su natal Puerto Rico.

“Veo el sufrimiento de ellos y veo la necesidad de ellos de escapar de las condiciones donde ellos viven. No son las mismas condiciones que pueden tener en otros países como EE.UU.”, afirmó Rodríguez, a quien se le dibuja una sonrisa cuando relata que los inmigrantes “son bastante agradecidos”.

“Siempre te dicen gracias desde que llegas a la frontera, desde que pasas la frontera. Todo el mundo te reconoce, todo el mundo quiere darte algo de ellos o darte gracias, un abrazo”, señaló.

Este es el segundo puesto que WCK instala en esta frontera, ya que en noviembre de 2018 aterrizó en Tijuana, del lado mexicano.

Laura Barros