El Papa entierra los rumores de dimisión y fuerza a la Curia a aceptar a los laicos en el gobierno de la Iglesia

Jesús Bastante

en religiondigital.com —
30 de agosto de 2022 21:30 h

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“Hemos abierto un proceso, partimos de una base, pero no termina ahí”. Con estas palabras, el Papa Francisco clausuró el Consistorio extraordinario que, a lo largo de dos días, ha reunido en el Vaticano a casi 200 cardenales para debatir sobre el futuro de la Iglesia. Un encuentro sin orden del día ni temas prohibidos, que muchos habían calificado de poco menos que un precónclave en el que Bergoglio elegiría a su sucesor y dimitiría.

Nada más lejos de la realidad: pese a sus evidentes problemas de movilidad –Francisco no deja prácticamente la silla de ruedas–, la renuncia del Papa está más lejos que nunca. “La Iglesia se gobierna con la cabeza, no con las rodillas”, aseguró a elDiario.es uno de los purpurados que ha participado en la reunión.

Francisco ha querido que todos los cardenales del mundo (solo fallaron una veintena de los 229, entre electores y no electores) se pusieran cara, se conocieran y se reconocieran para, a partir de ahí, iniciar un proceso que debería concluir con una suerte de refundación de la institución eclesiástica.

Porque la reunión del Papa con los cardenales pretendía, en principio, explicar a los purpurados las claves de Praedicate Evangelium, la reforma de la Curia que, como se ha encargado de dejar claro el Pontífice, no afecta solo al Vaticano, sino a todos los organismos eclesiales. Una reforma profunda, que aborda el papel de los laicos (y las mujeres) en puestos de responsabilidad en el interior de la Iglesia, busca colocar a la institución en ‘modo sinodal’ para hacerla más participativa y apuesta por la transparencia financiera después de los sucesivos escándalos que, todavía hoy, tienen a un cardenal en el banquillo de los acusados.

Con la presencia de cardenales polémicos

Un cardenal, Becciu, fue invitado personalmente por el Papa a participar en el evento, aunque la Santa Sede se apresuró a asegurar que no había sido rehabilitado y que, hoy por hoy, seguía siendo un purpurado emérito, sin responsabilidades reales. En todo caso se ha contado con su presencia, así como la del desaparecido cardenal Barbarin (cuya renuncia aceptó el Papa tras ser juzgado por encubrimiento de abusos) y la del renacido cardenal Pell, que ahora vive en Roma tras ser absuelto de su condena por abusos, y a la espera de volver a ser juzgado por pederastia en Australia.

Hay cosas en los entramados vaticanos que ni siquiera un Papa parece capaz de controlar. Como tampoco pudo (o quiso) impedir la asistencia de otro de los purpurados que, desde el comienzo de su pontificado, han atacado con más saña a Francisco, llegando a calificarle de “hereje” por permitir la comunión para los divorciados vueltos a casar.

“El Papa dijo que estaba reconfortado por lo que había escuchado y feliz porque es un proceso que se hace en conjunto. Es decir, la Curia no pertenece al Papa, pertenece a toda la Iglesia, cuya comunión preside el Papa. Y todos hacen que la reforma curial pertenezca a toda la Iglesia”, valoraba, al término de la reunión, el cardenal Filoni. El cardenal Kasper, uno de los teólogos de cabecera de Bergoglio, señalaba que “hay voluntad de trabajar juntos”. Lejos de otras citas, donde se dieron debates más agrios sobre cuestiones doctrinales, en esta reunión el Senado del Papa asumió con sorpresiva facilidad una reforma que, en la práctica, elimina buena parte de su poder, para abrirlo a los fieles dentro del marco del proceso sinodal.

Las estructuras no están para imponer, sino para evangelizar

“Todos estamos implicados”, apuntaba el cardenal de Barcelona y presidente de la Conferencia Episcopal, Juan José Omella. “No solo los cardenales y los que trabajan en las curias, sino obispos, sacerdotes, padres de familia y todos los bautizados”, aclaraba, admitiendo que “la Iglesia y todas las estructuras no están para fiscalizar, para imponer, sino para evangelizar. El problema es cómo”. Para muchos, el problema es cuándo, después de tantos siglos de una rígida estructura que, pese a la apertura demostrada en estos días, a buen seguro no habrá dicho su última palabra.

En su homilía de cierre del encuentro, Francisco llamó la atención ante “la tentación de sentirnos ‘a la altura’, de alimentar la falsa seguridad de que la situación actual es en realidad distinta a la de aquellos comienzos, y de que hoy la Iglesia es grande, es sólida, y nosotros estamos colocados en los grados eminentes de su jerarquía”, en un nuevo ataque al que siempre ha considerado el gran ‘cáncer’ de la institución: el clericalismo.

Ante casi todos los cardenales del mundo –entre ellos, 13 españoles, lo que convierte a nuestro país en el tercero en número de príncipes de la Iglesia–, Bergoglio llamó a cambiar esta situación con hechos, dando la voz a los fieles, incluyéndolos en las tomas de decisiones. En los próximos días, algunos de estos deseos se convertirán en realidad: son muchos los actuales ‘ministros’ vaticanos que cesarán en sus puestos. Seguramente veremos en su lugar a laicos y, muy probablemente, a una mujer como jefa de Dicasterio.

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