“Que las naciones más ricas reconozcan la gravedad de tantas decisiones tomadas y determinen condonar las deudas de los países que nunca podrán saldarlas”. El Papa acaba de firmar la Bula de convocatoria del Jubileo de 2025, un evento que llevará a Roma a más de 35 millones de peregrinos y que Francisco quiere utilizar para movilizar al mundo, y especialmente a los países más ricos, para lanzar un llamamiento a erradicar la pobreza extrema y apostar por la diplomacia frente a las guerras que sacuden el mundo.
“Antes que tratarse de magnanimidad es una cuestión de justicia”, subraya el Papa, en su escrito, leído en la basílica de San Pedro, en el que recuerda que “si verdaderamente queremos preparar en el mundo el camino de la paz, esforcémonos por remediar las causas que originan las injusticias, cancelemos las deudas injustas e insolutas y saciemos a los hambrientos”.
“No lo olvidemos: los pobres casi siempre son víctimas, no culpables”, asegura Bergoglio, quien también reclama “paz para el mundo, que vuelve a encontrarse sumergido en la tragedia de la guerra”.
En la Bula del Jubileo (que arrancará el 24 de diciembre y culminará el 6 de enero de 2026), Francisco denuncia “la brutalidad de la violencia” y se pregunta “¿cómo es posible que su grito desesperado de auxilio no impulse a los responsables de las Naciones a querer poner fin a los numerosos conflictos regionales, conscientes de las consecuencias que puedan derivarse a nivel mundial?”.
“¿Es demasiado soñar que las armas callen y dejen de causar destrucción y muerte?”, recalca el Papa, urgiendo a la “exigencia de paz” y exigiendo “el compromiso de la diplomacia por construir con valentía y creatividad espacios de negociación orientados a una paz duradera”.
Del mismo modo, Francisco invita a “ser signos tangibles de esperanza para tantos hermanos y hermanas que viven en condiciones de penuria”, especialmente en el caso de los presos. En este sentido, el Papa propone “a los gobiernos del mundo que en el Año del Jubileo se asuman iniciativas que devuelvan la esperanza; formas de amnistía o de condonación de la pena orientadas a ayudar a las personas para que recuperen la confianza en sí mismas y en la sociedad; itinerarios de reinserción en la comunidad a los que corresponda un compromiso concreto en la observancia de las leyes”, tal y como ha sucedido a lo largo de la historia de los jubileos. “Para ofrecer a los presos un signo concreto de cercanía, deseo abrir yo mismo una Puerta Santa en una cárcel”, se ofrece Bergoglio, que todos los Jueves Santo acude a una prisión a lavar los pies de reclusos.
“No pueden faltar signos de esperanza hacia los migrantes, que abandonan su tierra en busca de una vida mejor para ellos y sus familias”, añade Francisco, que tiene una mirada especial a “los numerosos exiliados, desplazados y refugiados, a quienes los conflictivos sucesos internacionales obligan a huir para evitar guerras, violencia y discriminaciones” para que “se les garantice la seguridad, el acceso al trabajo y a la instrucción, instrumentos necesarios para su inserción en el nuevo contexto social”.
Un signo de esperanza que “merecen los ancianos, que a menudo experimentan soledad y sentimientos de abandono”; los “millares de pobres, que carecen con frecuencia de lo necesario para vivir” y frente a los que “existe el riesgo de acostumbrarse y resignarse”.
Junto a ello, el Papa ofrece una palabra acerca de “los bienes de la tierra”, denunciando “el flagelo escandaloso” del hambre, renovando su llamamiento para que “con el dinero que se usa en armas y otros gastos militares, constituyamos un Fondo mundial, para acabar de una vez con el hambre y para el desarrollo de los países más pobres”.
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